Estado: ¿monopolio o gestor de la defensa común?

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Two of the most widely accepted propositions among political economists and political philosophers are the following:

First: Every “monopoly” is “bad” from the viewpoint of consumers. Monopoly here is understood in its classical sense as an exclusive privilege granted to a single producer of a commodity or service; i.e., as the absence of “free entry” into a particular line of production. In other words, only one agency, A, may produce a given good, x. Any such monopolist is “bad” for consumers because, shielded from potential new entrants into his area of production, the price of his product x will be higher and the quality of x lower than otherwise.

Second, the production of security must be undertaken by and is the primary function of government. Here, security is understood in the wide sense adopted in the Declaration of Independence: as the protection of life, property (liberty), and the pursuit of happiness from domestic violence (crime) as well as external (foreign) aggression (war). In accordance with generally accepted terminology, government is defined as a territorial monopoly of law and order (the ultimate decision maker and enforcer).

That both propositions are clearly incompatible has rarely caused concern among economists and philosophers, and in so far as it has, the typical reaction has been one of taking exception to the first proposition rather than the second.

Hans-Hermann Hoppe, The Myth of National Defense, Introduction, pp. 3-4

Preguntas

¿Es el Estado malo porque es un monopolio? ¿Son malos todos los monopolios? ¿Tiene sentido hablar de monopolio cuando un agente individual o colectivo produce algo para sí mismo, de modo que no se intercambia en un mercado por problemas de costes o riesgos? ¿Es posible separar las diversas funciones del Estado y analizar cuáles son más o menos importantes, cuáles se realizan de forma más o menos eficiente, cuáles son más o menos legítimas? ¿Es la defensa o seguridad ante agresiones un bien o servicio especial?

Estado malo por monopólico

Un argumento central en la crítica del anarcocapitalismo contra el Estado es que los monopolios son malos, el Estado es un monopolio (el monopolio de la violencia legítima y la jurisdicción sobre un territorio y unos súbditos o ciudadanos), y por lo tanto el Estado es malo. Malo aquí significa que es ineficiente, que lo que produce o proporciona lo hace con peor calidad o más alto precio que si tuviera alternativas en competencia entre las cuales poder elegir: no hace falta recurrir a maldad moral, malicia (intenciones malvadas) o corrupción, factores que pueden agravar los daños producidos por el Estado.

Un problema de este argumento es que puede confundir o mezclar la monopolización de una provisión externa (de algo que se intercambia con otros) con la dirección de la acción colectiva para la provisión propia de un servicio, según cómo se interprete qué es y qué hace el Estado. En el primer caso hay posibilidad de especialización, externalización e intercambio de mercado, pero estos son prohibidos; en el segundo caso hay organización interna mediante toma de decisiones colectivas y comandos. En el primer caso el Estado es el único proveedor legal de ciertos bienes o servicios, prohibiendo la actividad de otros posibles proveedores alternativos; en el segundo caso el Estado es la institucionalización de la identidad de un grupo, el gestor de lo común, el órgano de gobierno (único por necesidad) de la acción colectiva.

El Estado es una entidad compleja y de análisis problemático: parece tener ambas características, de monopolio (que se otorga a sí mismo en múltiples áreas) y de gobierno único porque por su naturaleza y funciones no puede ser de otra manera (un grupo sólo puede tener un órgano de gobierno, aunque esta sea compuesto y complejo).

Los problemas de la acción colectiva (y los asociados entre principales y agentes) son múltiples y pueden ser muy graves, pero no son idénticos a los problemas del monopolio impuesto por la fuerza de la ley.

Monopolio

El razonamiento económico sobre la ineficiencia de los monopolios es sencillo: cuando existen varios proveedores posibles alternativos los compradores pueden elegir a los mejores, a quienes consiguen satisfacer sus preferencias a menor coste, de modo que los vendedores deben esforzarse en mejorar para satisfacer los deseos de sus clientes; si no existe competencia (o la posibilidad de entrada en el mercado), o si esta es débil, esta presión para mejorar desaparece o es menor; el monopolio entendido como un privilegio legal a un solo proveedor elimina o limita la competencia y deteriora la calidad del bien o servicio.

El monopolio puede referirse a que existe un único proveedor en un lugar y momento determinado (por diversos motivos como características del bien o servicio, tamaño del mercado insuficiente o barreras económicas o técnicas de entrada), o a que sólo puede legalmente existir un proveedor debido a un privilegio otorgado por la autoridad competente. El Estado como fuente de la ley es la entidad que establece los monopolios legales. Normalmente el Estado concede monopolios a otros, pero en el caso del Estado como monopolio este se otorga a sí mismo la exclusividad en la provisión de ciertos servicios o la realización de ciertas funciones.

El monopolio legal es malo para los consumidores como compradores o receptores de los bienes o servicios monopolizados; también es malo para los productores o vendedores a quienes se prohíbe su actividad. El monopolio legal es bueno para los monopolistas, que pueden incrementar sus beneficios con menor esfuerzo, reduciendo costes o incrementando ingresos: los aspirantes suelen estar dispuestos a pagar a los gobernantes por el privilegio del monopolio.

El monopolio legal no es malo o subóptimo si los proveedores alternativos son necesariamente peores que el monopolista, de modo que nunca serían elegidos: su eliminación como alternativa no produce ninguna pérdida de eficiencia, e incluso puede permitir ahorrar en costes de búsqueda y selección. Sin embargo puede resultar muy difícil o imposible garantizar que el monopolista es la mejor opción posible: el legislador no conoce las preferencias de los consumidores ni las capacidades de los productores; los receptores de los bienes o servicios pueden tener valoraciones subjetivas diferentes que no pueden satisfacerse por un único productor; y los agentes proveedores (actuales o potenciales) pueden mejorar o empeorar su calidad y precio, lo que llevaría a cambios en la identidad del monopolista ideal.

La posibilidad de la competencia tiene efectos positivos, como servir de acicate para que los agentes intenten mejorar: es esencial para la innovación empresarial. Pero la competencia podría tener también efectos nocivos o costes que un monopolio legal eliminaría, como la duplicación de esfuerzos en tareas que no requieren redundancia o el no aprovechamiento de economías de escala.

Aunque la maldad de los monopolios es generalmente o casi universalmente correcta, es algo que debe precisarse o matizarse: en algunas relaciones comerciales las partes pactan libremente la exclusividad en la provisión de un bien o servicio por un único proveedor, eliminando durante la duración del contrato la posibilidad de escoger otras alternativas; para algunos bienes o servicios su externalización puede resultar ineficiente o de alto riesgo, de modo que en lugar de intercambiar con otros un agente, individual o colectivo, produce por sí mismo y consume ese bien o disfruta de ese servicio (la división del trabajo con especialización no siempre es una buena idea); dado un grupo o colectivo, algunas funciones como su gobierno para la consecución de sus objetivos y el cumplimiento de sus funciones son cuestiones esencialmente internas, de difícil o problemática externalización por problemas de principal y agente; uno de los rasgos esenciales de la libertad es el autogobierno, el no estar sometido a la voluntad de otro.

Relaciones exclusivas

Es normal querer poder tener alternativas entre las cuales poder elegir, pero ciertas relaciones implican una cierta exclusividad, y en algunas circunstancias las alternativas ni siquiera tienen sentido porque el servicio no se externaliza sino que se produce para uno mismo, sea individualmente o de forma colectiva.

En algunas relaciones personales o comerciales los agentes pueden aceptar condiciones de exclusividad, prohibiéndose mutuamente (o una parte a la otra) el recurrir a alternativas: en una franquicia el franquiciado debe comprar ciertos productos solamente al franquiciador (ropa, alimentos); en una distribución en exclusiva una tienda es el único vendedor final de un producto o una marca; en un matrimonio sin poligamia los cónyuges se intercambian promesas de exclusividad o fidelidad sexual; ciertos grupos exigen lealtad y exclusividad a sus miembros, los cuales no pueden formar parte de otros grupos en competencia (mafias, bandas criminales, iglesias); algunas empresas exigen a sus empleados dedicación exclusiva.

Estas relaciones son alianzas cooperativas duraderas entre partes que aceptan ciertas restricciones por los beneficios que obtienen a cambio: seguridad, estabilidad, pertenencia a un grupo, exclusividad mutua (aceptas el monopolio o monopsonio del otro porque el otro acepta los tuyos). Las restricciones contractuales que aceptan las partes involucradas (A y B se comprometen y obligan de forma libre y voluntaria) son diferentes de las imposiciones por terceros (C coacciona a B para que sólo pueda relacionarse con A).

La defensa es especial

La especialización implica relaciones de interdependencia. Si te especializas en algo y no sabes hacer por ti mismo otras cosas que necesitas o deseas, entonces dependes de otros para conseguirlas y estos otros tienen cierto poder sobre ti. Como seguramente ellos están en la misma situación, tú tienes cierto poder sobre ellos. Si puedes elegir entre varias alternativas, cada una de ellas tiene menos poder sobre ti, o tú más poder de negociación sobre ellos.

Se obtiene seguridad por la capacidad de resistir los intentos ajenos de causar daño (seguridad pasiva, como los escudos o murallas, o puramente defensiva), y por la capacidad de causar daños en represalia contra los agresores potenciales.

Con la fuerza sucede algo particular: el panadero, como panadero, sólo puede venderte pan o negarse a hacerlo. El militar, como militar, puede defenderte, no hacer nada, o atacarte. La defensa es especial porque su externalización y cesión a especialistas es muy peligrosa. La defensa requiere la capacidad de utilizar la fuerza, el poder de hacer daño, y este es fácilmente invertible: puede usarse para uno o contra uno, puede defenderte o atacarte. Tu proveedor de seguridad puede transformarse en tu causa de inseguridad. Si un agente puede defenderte, seguramente también puede atacarte. Si tú sólo tienes riqueza y nada de fuerza, y el otro es fuerte, ¿qué le impide utilizar su fuerza para quitarte tu riqueza?

Un individuo o grupo que quiera sobrevivir y prosperar necesita cierta capacidad propia de usar la fuerza para defenderse de posibles ataques. La ayuda de otros puede ser un complemento, pero no la fuente principal de la seguridad. Las alianzas defensivas son posibles, pero en ellas todos los participantes aportan cierta capacidad bélica. Es posible pagar para que otros te defiendan, pero estas relaciones pueden parecerse más a chantajes de los poderosos sobre los débiles que a relaciones voluntarias en un mercado libre.

Los fuertes pueden someter a los débiles y a menudo lo hacen. Esto no sucede, o lo hace en menor medida, si los fuertes se preocupan por el bienestar de los débiles, normalmente porque son sus familiares, sus amigos, miembros de algún grupo por el cual sienten afecto.

Los grupos humanos como unidades de convivencia (igual que muchos grupos animales), y especialmente los más primitivos, como las tribus, son colectivos que consiguen incrementar la capacidad de uso de la fuerza para utilizarla en el ataque o la defensa frente a otros grupos y la caza o protección frente a animales. La defensa es algo que el grupo hace casi exclusivamente para sí mismo: rara vez se externaliza y no suele hacerse para otros. El grupo como agente colectivo actúa o trabaja para sí mismo: su organización económica es de cooperativa de producción y consumo de la defensa.

Dentro del grupo puede haber especialización: no todos luchan (no todos pueden o quieren, otras tareas deben ser atendidas), aunque probablemente todos contribuyen de algún modo (manteniendo a los combatientes, aportando materiales o recursos financieros), y quizás los que lo hacen tienen un estatus social especial o superior (y pueden llegar a abusar de él y convertirse en opresores internos).

El soldado normalmente sólo sirve a su grupo; puede servir a otros grupos si estos son aliados, definiendo así un grupo mayor; el soldado también puede cambiar de grupo mediante emigración o asimilación (un grupo entero absorbido por otro). Cuando el militar sirve al enemigo es un traidor y si es descubierto y capturado será duramente castigado por ello.

Los mercenarios son posibles, pero son más la excepción que la regla: pueden ser un complemento en las labores defensivas pero no el único o principal recurso. Los mercenarios pueden serlo a título individual (un soldado que trabaja para diferentes grupos) o colectivo (un grupo humano especializado en la guerra, como los gurkas).

También son posibles las naciones poderosas o imperiales que proporcionan servicios defensivos a otras: normalmente no se trata de relaciones entre iguales sino que hay dominadores y dominados. Puede suceder que un imperio defienda a naciones ajenas como parte de la defensa propia, simplemente para que no caigan en poder de algún imperio enemigo que así se volvería más poderoso.

Las alianzas defensivas son posibles pero no están exentas de problemas: un aliado puede incumplir su compromiso de ayuda, o ayudar de forma insuficiente, o incluso traicionar la alianza y convertirse en agresor. Para garantizar la cohesión y cooperación militar las alianzas tienden a transformarse en uniones políticas más fuertes.

En el mercado las empresas pueden distribuir sus productos a larga distancia si los costes de transporte son asumibles; sin embargo no todos los servicios son comercializables a larga distancia. Otra propiedad especial de la defensa es su carácter local: las murallas protegen a los que están dentro; los proyectiles funcionan mejor si se lanzan más cerca; los ejércitos no pueden defender a los protegidos si están lejos de ellos o si no controlan el territorio.

Competencia

Si las reglas de la libertad, la propiedad y la no agresión legitiman o no el uso de la fuerza (de la capacidad de hacer daño), esto indica que la capacidad de utilizan la fuerza es un bien especial.

La competencia comercial o profesional en mercados libres, aunque sea contra otros, es una actividad pacífica y legítima: uno se ofrece para servir a otros, para cooperar con otros; es competir para ser los mejores socios o partícipes en relaciones de intercambio y ser así los elegidos por los demás.

Existe también la competencia violenta, la lucha física, el combate para destruir o dañar al otro. La posibilidad del conflicto violento es una realidad biológica y humana. Los grupos humanos (al igual que muchos grupos animales) existen no sólo por la división del trabajo y la especialización, sino por la posibilidad de unir o sumar esfuerzos para tener más capacidad bélica, más fuerza ofensiva, mejores defensas, más potencial de ataque y defensa en relación a otros grupos humanos. La fuerza permite defenderse de otros, pero también conquistar, esclavizar o someter a otros.

En un mundo anarcocapitalista de intercambios de mercado para la defensa se dan ambas formas de competencia: empresas bélicas (ejércitos privados) competirían (se supone que pacíficamente) contra otros ejércitos como oferentes del servicio que consiste en competir militarmente contra potenciales agresores, es decir quizás algunos de esos mismos ejércitos si deciden no respetar las reglas del mercado libre.

Por lo general una pequeña empresa puede competir contra empresas más grandes y vencerlas (o al menos sobrevivir y prosperar) si es más eficiente: su crecimiento reflejará su éxito en el mercado, pero no la hará necesariamente más eficiente. Pero un pequeño ejército (siendo todos los demás factores iguales) será derrotado por un ejército más grande: la competencia militar tiende a generar pocos actores grandes, poderosos, que eliminan físicamente a sus adversarios o los asimilan. En el mercado importa mucho la capacidad o eficiencia relativa; en la guerra importa mucho la capacidad total o absoluta.

Para evitar dañarse mutuamente e incrementar su poder, dos o más ejércitos pueden decidir cooperar en lugar de competir entre sí. Esta capacidad de cooperación puede utilizarse para ser mejores defensores en el mercado, pero también para ser mejores agresores y opresores.

Que los grupos compitan o no violentamente unos contra otros depende de que quieran y puedan hacerlo: que perciban posibles beneficios de la victoria en la guerra en comparación con la paz; las relaciones comerciales y de amistad pueden incrementar los costes o pérdidas de la guerra y así desincentivarla. Una posibilidad problemática es la existencia de un poder hegemónico que impida agresiones entre agentes subordinados: sin embargo este poder dominante puede fácilmente abusar de su posición y convertirse en agresor sistemático.

Los ideales éticos de libertad son difíciles de conseguir en la realidad. Las normas éticas exigen que la defensa esté justifica y sea proporcional. Sin embargo los individuos o grupos, aunque puedan afirmar o creer que su conducta es ética, frecuentemente trampean y tuercen la interpretación de los hechos a su favor: cuando se tiene la capacidad de usar la fuerza es muy probable que se abuse de ella en mayor o menor medida. Además los agentes que contratan servicios defensivos probablemente quieren principalmente que estos sean eficientes y eficaces, y sólo de forma secundaria que cumplan reglas éticas contra potenciales agresores.

Más: réplicas sobre el anarcocapitalismo y sus problemas

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Críticas a la teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Este comentario crítico está basado en la teoría sobre el Estado de Miguel Anxo Bastos, expuesta en múltiples conferencias y cursos y excelentemente recopilada en una reciente serie de artículos por José Augusto Domínguez, cuya lectura recomiendo por sí misma y para entender mejor este artículo. Aunque hay mucho de valor en las interesantes ideas de Bastos, aquí enfatizo aquellos aspectos que considero que son errores o problemas y ofrezco ideas o explicaciones alternativas o complementarias.

El Estado existe, tiene entidad real, no es algo imaginario o irreal. Si no existiera no tendría tanto poder, no daría tantos problemas y no se discutiría tanto al respecto. Que su forma de ser o existir sea peculiar no equivale a que no exista. Que su existencia se base en lo que piensan y sienten las personas no lo hace menos real o consistente, y tal vez lo hace más real y consistente, ya que cambiar ideas y valoraciones puede ser más difícil que mover objetos físicos. Al ser un fenómeno cultural humano (pero con rasgos compartidos de otros colectivos de seres vivos) es normal que su existencia dependa de atributos típicamente humanos como la mente, la razón y las emociones.

El Estado asocia y une a las personas que son sus miembros o ciudadanos: no los une físicamente como están pegados los átomos de un sólido o las células de un organismo multicelular; los une a través de ideas y sentimientos como ideologías y patriotismo (aunque también puede utilizar barreras físicas separadoras del exterior como fronteras, murallas u obstáculos geográficos). La unión no es perfecta y puede tener problemas, pero esto sucede en todas las agregaciones de elementos más simples, cuya cohesión y coordinación pueden ser peores o mejores. Los grupos humanos organizados son un caso particular de integraciones y transiciones evolutivas del mundo biológico, y el Estado es una de sus formas más avanzadas y complejas.

Cada Estado como sistema concreto tiene características propias o identidad (sus normas e instituciones como propiedades o atributos fundamentales), está delimitado físicamente (fronteras) y es distinguible de su entorno (de otros Estados o de otros grupos humanos sin organización estatal).

Un sistema existe y actúa como una unidad en la medida en que sus partes componentes están cohesionadas y coordinadas, y si hay una continuidad de la identidad. Si se afirma que los Estados no existen ni actúan, sino que sólo lo hacen las personas individuales, entonces también puede decirse que los individuos multicelulares no existen ni actúan, que sólo lo hacen sus células constituyentes; y que las colonias de hormigas o las colmenas de abejas no existen, sólo existen los insectos individuales; y que las empresas, los clubes o demás entidades con personalidad jurídica no existen. De hecho es la unidad política abstracta lo que tiende a permanecer y existir durante más tiempo que los miembros que la componen o los líderes que la gobiernan (quienes nacen, viven y mueren), igual que el cuerpo humano sobrevive a la muerte de sus células mediante constante regeneración.

El Estado es una forma de organización colectiva que concentra y coordina el poder de un grupo. Sirve para dominar a otros grupos o a los ciudadanos del propio grupo, pero puede hacerlo porque existe como organización relativamente eficiente en el uso de la fuerza. El Estado no necesita engañar sobre su existencia como hacen las religiones con divinidades, demonios, premios y castigos sobrenaturales inexistentes.

Si se afirma que el Estado es un ser hipostático conviene aclarar qué se quiere decir con este término, porque mucha gente seguramente no lo va entender; además tal vez el concepto suene como algo muy profundo pero que en realidad es un absurdo ontológico propio de alguna superstición religiosa (como la unión de las esencias de las personas divinas en la Trinidad cristiana).

El Estado es representado mediante símbolos como himnos y banderas a los que se exige respeto: igual que un clan tiene un animal o totem representativo sagrado; igual que las empresas tienen sus logotipos y otras imágenes o textos asociados que las hacen distinguibles y memorables; e igual que los grupos religiosos tienen sus símbolos o señales distintivas. Las uniones flexibles de muchos individuos cooperadores basadas en elementos simbólicos o creaciones culturales son algo típicamente humano, como muestra Yuval Noah Harari en Sapiens: A Brief History of Humankind.

Los Estados modernos no son tan diferentes de los Estados antiguos. En las viejas formas políticas se obedecía a una persona concreta, pero como jefe o representante de una unidad política que era también abstracta, como lo es el Estado moderno en más alto grado: el jefe del Clan del Oso Cavernario, el faraón de Egipto, el emperador de Roma, el rey de Francia, el papa de la Iglesia Católica. Los Estados antiguos también mandaban sobre territorios determinados igual que los modernos, y los defendían o intentaban incrementarlos.

Igual que un cliente paga un producto a una empresa y no a su presidente o a su consejo de administración, los impuestos no se pagan al presidente del gobierno ni a su ministro de Hacienda: se pagan al Estado, que tiene su propia contabilidad y finanzas. Los gobernantes tienen poderes especiales dentro del Estado y en buena medida lo controlan, pero no son el Estado aunque algunos crean serlo: yo puedo controlar a un animal sin ser dicho animal; el presidente de un club deportivo no es el club deportivo. Los Estados suelen estar controlados por grupos relativamente pequeños de individuos muy ambiciosos y capaces en el arte de la alianza y la manipulación política (ver The Dictator’s Handbook de Bruce Bueno de Mesquita), pero el Estado no son sólo ellos.

En las escuelas se enseña que los Estados existen porque existen: los mapas suelen indicar de forma fidedigna, salvo conflictos jurisdiccionales pendientes, los territorios controlados por los distintos Estados. Los Estados no se ven sólo en los mapas: también pueden observarse en la realidad cuando se alcanzan sus límites geográficos y aparecen las fronteras y sus filtros de acceso.

El Estado puede tener frecuentemente un origen histórico criminal si un grupo de individuos se organiza para mandar y depredar a otras personas mediante la violencia, la guerra y la conquista. Pero ese no es el único origen posible: el Estado puede surgir como forma de organización de grandes grupos para gestionar sus problemas comunes, y especialmente para defenderse de las agresiones de otros grupos violentos. Es posible e incluso altamente probable abusar de los monopolios de poder, pero no es necesariamente inevitable.

La idea del contrato social es problemática pero no es absurda: en algunos casos las leyes del Estado surgen de contratos entre individuos (Magna Carta); las costumbres sociales de un grupo van convirtiéndose en ley vinculante en la medida en que tienden a ser aceptadas por todos; las constituciones intentan de forma muy imperfecta funcionar como contratos sociales. Un contrato puede ser especial en el sentido de que no exista una instancia superior o externa que lo ejecute, pero eso no implica que dicho contrato no exista. Un contrato firmado por tus antepasados para constituir y regular una unidad política puede ser de obligatorio cumplimiento para ti si quieres formar parte de esa comunidad, la cual existía y funcionaba antes que tú.

La fuerza o violencia no es el único poder que hay: el poder político no es el único que existe. El poder es la capacidad o posibilidad de influir sobre otros, sobre lo que eligen y hacen, y esto puede conseguirse también mediante la belleza, la riqueza y la persuasión verbal. El Estado no tiene sólo poder policial o militar: también tiene recursos económicos, propagandistas y publicistas. El poder político no vence sistemáticamente a los demás poderes: los más fuertes no son siempre los más ricos; tener las armas no garantiza tener la riqueza.

A los Estados les importan los recursos económicos, y estos pueden estar asociados con el territorio (recursos naturales, vías de transporte, posiciones militares estratégicas) o con las personas como trabajadores generadores de riqueza y contribuyentes fiscales.

Las unidades políticas tienden a crecer porque así controlan más recursos y porque la unión hace la fuerza: somos más y además ya no somos enemigos (pero no pueden crecer indefinidamente por problemas de coordinación e intereses). Los Estados suelen dominar territorios compactos y conexos porque son más fáciles de defender: las colonias existen pero tienen consideración especial; las alianzas tienen más sentido y funcionan mejor entre vecinos. Perder territorio implica perder poder, y por eso las secesiones no suelen ser consentidas y por el contrario el Estado tiende a expandirse de forma imperial (hasta desintegrarse, a menudo por descomposición interna).

Frecuentemente para establecerse el Estado debe vencer o someter a otros grupos políticos menores que se le oponen, como por ejemplo las familias extendidas, tribus, clanes o poderes territoriales (ver The Origins of Political Order y Political Order and Political Decay de Francis Fukuyama). La familia puede ser una unidad natural de convivencia y cooperación, pero también puede limitar mucho la libertad individual de sus miembros, sometidos a múltiples lealtades no escogidas voluntariamente.

El crecimiento del territorio y del poder intervencionista del Estado pueden perjudicar la actividad económica (los Estados pacíficos más pequeños y libres funcionan mejor y son más prósperos), pero el poder militar crece con Estados más grandes. Para producir y comerciar apenas hace falta aparato estatal; para hacer la guerra puede ser conveniente un Estado fuerte.

Los Estados a veces permiten la emigración, pero pueden prohibirla si la consideran una pérdida inaceptable: véanse al respecto las diversas dictaduras comunistas (Cuba, Corea del Norte, el bloque soviético con el Telón de Acero). Algunos Estados permiten la emigración pero gravan las rentas obtenidas o las riquezas acumuladas por los ciudadanos residentes en el extranjero.

La relación entre Estado e Iglesia es compleja: en algunos casos pueden ser poderes contrapuestos que se limitan uno a otro, pero también es posible que se alíen y repartan el poder. Ambos son formas de organización de colectivos, el Estado más basado en la fuerza física y la Iglesia más dedicada al engaño sobrenatural.

El Estado es una máquina de depredación, o puede funcionar como tal, pero no es sólo eso. Como muestra Steven Pinker en The Better Angels of Our Nature, el Estado es uno de los factores (no el único) por los cuales la violencia física ha tendido históricamente a caer en términos relativos, ya que al monopolizar la violencia puede resolver conflictos entre partes que en su ausencia podrían llevar a escaladas de agresiones y represalias. Pinker también menciona al mercado y no ignora que el Estado puede él mismo utilizar la violencia de forma masiva; lo que no analiza es que con el Estado se reducen los asesinatos pero se sistematiza e institucionaliza el robo en forma de redistribución coactiva de riqueza, sobre todo en las modernas socialdemocracias.

No es cierto que cada Estado cuente con su propia moneda, ni que toda la ciencia económica aparezca referida al Estado.

La igualdad no es simplemente un concepto matemático no aplicable a las ciencias sociales: los seres humanos se preocupan más o menos por las diferencias entre ellos y suelen valorar el estatus social (ver Igualdad y desigualdad).

El derecho positivo del Estado no es universal, pero no por ello es extraño: no todas las normas son ni deben ser universales.

Referencias:

La teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos (I)

La teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos (II)

La teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos (III)

La teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos (IV)

La teoría del Estado de Miguel Anxo Bastos (V)

El Gran Wyoming contra los mercados

Se pregunta José Luis Monzón (El Gran Wyoming):

¿Qué coño es eso de los mercados? ¿Desde cuándo los estados no son soberanos? Que nos lo cuenten porque a lo mejor no tenemos que ir contra el Gobierno sino contra los mercados…

O sea que no sabe qué son los mercados pero se plantea ir contra ellos. ¿De verdad quiere aprender algo de economía?

¿Quién debería contarnos qué son los mercados? ¿Quién decide contra quién hay que ir? ¿Y qué pasa si uno se niega a ir contra lo que hay que ir?

¿Los estados son soberanos sobre absolutamente todo y pueden obligar a sus ciudadanos a que les presten dinero y confiscar su riqueza? ¿Los estados son soberanos fuera de su territorio jurisdiccional y pueden obligar a los extranjeros (particulares u otros estados) a que les presten dinero? ¿Los prestamistas no pueden pedir condiciones de buen manejo de las finanzas y la economía antes de prestar a los gobiernos?

Algunos problemas con el anarcocapitalismo de Hoppe

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

El filósofo y economista Hans-Hermann Hoppe es uno de los principales representantes del pensamiento anarcocapitalista: defiende una sociedad basada en el derecho de propiedad y en la ley privada, sin impuestos ni privilegios para nadie. Su argumentación en contra del Estado es muy interesante, pero tiene algunos problemas.

Según Hoppe el Estado se otorga a sí mismo coactivamente el monopolio de la justicia, de decidir sobre los conflictos, incluso sobre aquellos que involucran al propio Estado y en los cuales no puede ser imparcial. Además impone unilateralmente sus condiciones a los individuos, establece las leyes vigentes y cobra impuestos confiscatorios.

En una sociedad anarcocapitalista la seguridad es proporcionada por agencias privadas en competencia, como cualquier otro bien o servicio. Estas agencias resuelven los conflictos con la mínima violencia posible ya que el uso de la fuerza es muy costoso, arriesgado e ineficiente. Todo el mundo puede estar armado y esto reduce la criminalidad: los agresores saben que las posibles víctimas están preparadas para defenderse, y esto desincentiva el delito.

Hoppe utiliza el individualismo metodológico y su argumentación es fundamentalmente teórica. Los problemas de sus ideas proceden de no entender plenamente la naturaleza de los grupos humanos como unidades de convivencia y acción colectiva, y de realizar algunas inferencias incorrectas, incompletas o con poca base empírica.

El derecho de propiedad o principio de no agresión es la única norma ética universal, simétrica y funcional que permite regular la convivencia entre seres humanos evitando, minimizando o resolviendo conflictos. Pero los seres humanos no utilizan solamente leyes universales para evitar conflictos entre individuos. También emplean normas particulares para regular relaciones concretas entre personas, para gestionar el uso de bienes compartidos por un colectivo, y para alcanzar conjuntamente objetivos específicos mediante la cooperación coordinada en grupos estables. Estas normas implican deberes y derechos positivos para los participantes, las partes de una relación o los miembros de un grupo, y pueden surgir informalmente (por evolución de costumbres) o formalmente (mediante contratos).

Estas reglas particulares son funcionales si sirven para alcanzar los objetivos por los cuales existe la asociación de individuos. Muchos economistas ven la sociedad como una red compleja que permite generar eficientemente más riqueza mediante la especialización, la división del trabajo, los intercambios en el mercado y la acumulación de capital (físico, humano, social, tecnológico).

Pero la biología y la antropología muestran que los grupos humanos surgen principalmente para afrontar problemas relacionados con la seguridad: un colectivo grande y bien organizado puede luchar, protegerse y atacar mejor, defendiéndose de depredadores o agresores, cazando presas y compitiendo por recursos con otros grupos humanos. Además las relaciones estables permiten la ayuda mutua y recíproca en caso de necesidad (accidentes, enfermedades, variabilidad del éxito en la búsqueda de alimento).

Un grupo posee ciertos bienes en común (la cueva donde se refugia, el espacio entre las chozas, las calles y plazas públicas, los terrenos de caza o recolección, algunas reservas de alimento) y realiza algunas acciones, especialmente la guerra contra otros grupos (y las relaciones diplomáticas y alianzas), como una unidad (aunque obviamente no todos los miembros participan por igual). Para los servicios de seguridad la tribu es como una cooperativa de producción y consumo.

La posesión común de ciertos bienes, las acciones colectivas y la resolución de conflictos internos (mantenimiento del orden) requieren que se realicen algunas funciones de gobernanza (coordinación, gestión, mantenimiento, organización, dirección) de forma descentralizada o centralizada.

En los grupos pequeños la coordinación de la cooperación se gestiona de forma personal mediante normas tradicionales y relaciones directas: todos se conocen, interactúan frecuentemente, hablan y se controlan o vigilan unos a otros. Existe cierta división del trabajo y las relaciones de autoridad y liderazgo son voluntarias y personales.

Algunos grupos se separan al crecer y superar cierto número de miembros para poder mantener una organización personal y descentralizada. Otros grupos crecen y realizan diversas transiciones de tamaño, complejidad y organización desde bandas a tribus, a jefaturas, y a estados: estos procesos profundizan la división del trabajo entre los miembros (por ejemplo los soldados son especialistas mantenidos por el resto de la población) y desarrollan mecanismos formales, institucionales e impersonales de control como jerarquías estables de gobierno (reyes, nobles, alcaldes, jueces, mandos militares y religiosos) y burocracias.

Estas transiciones pueden ser voluntarias, progresivas y espontáneas (por crecimiento orgánico o fusiones de grupos) o resultado de la invasión y toma de control de unos grupos por otros. Las estructuras de mando pueden utilizarse por los gobernantes en su propio beneficio a costa de los miembros del colectivo (Estado como parásito, agresor o ladrón), pero también pueden proporcionar servicios (de menor o mayor calidad y eficiencia) como la gestión de lo común, la resolución de conflictos y la organización de la defensa.

Hoppe estudia al rey y a los aristócratas de un orden natural como individuos sabios, ricos, exitosos, con prestigio y autoridad, que ejercen de jueces para los conflictos entre los diferentes individuos.

Sin embargo esa no es su función o razón de ser única o principal, sino que suelen ser mandos militares que defienden al grupo y exigen tributos a cambio. Un grupo no necesita un gobierno solamente para los conflictos internos entre propietarios privados. También lo necesita para las cosas que el grupo tiene en común, y para las cosas que hace en común, en especial organizar su defensa. El rey más que un juez es un comandante supremo del ejército, y los aristócratas son sus generales.

La gente puede recurrir a reyes y aristócratas por su sabiduría, pero también porque tienen el poder de imponer sus veredictos. Algunos juicios podrían ser útiles como opiniones para establecer la reputación (buena o mala) de los individuos e incentivar buenas conductas sin necesidad de utilizar la fuerza contra ellos; pero este mecanismo puede no ser suficiente, y para algunos casos la fuerza puede ser necesaria y eficiente.

Es posible comprender al Estado como un ente separado de los ciudadanos sobre los cuales impone unilateralmente e ilegítimamente su voluntad. Pero también es posible entenderlo como la estructura institucional de gobierno de una asociación voluntaria: los ciudadanos son parte del Estado, eligen o controlan de algún modo a sus representantes y líderes y determinan cuáles son las normas que regulan las contribuciones a su mantenimiento (fiscalidad); cada miembro del grupo tiene una influencia generalmente muy pequeña sobre la toma de decisiones colectivas y por ello puede parecer que las elecciones las toman otros contra él.

Si el Estado fuera claramente una de estas dos alternativas su análisis y crítica serían muy sencillos. Pero en la realidad el Estado parece ser un híbrido de las dos concepciones, con atributos de ambas. Un Estado pura y claramente agresor no puede justificarse éticamente, debilita o mata al huésped al que parasita y se arriesga a rebeliones de sus súbditos. Un Estado servidor de la sociedad tiende a desvirtuarse por diversas ineficiencias, corrupciones e intereses de políticos, burócratas y grupos de presión organizados (élites extractivas): al monopolizar la violencia y la jurisdicción el Estado tiende a convertirse en agresor, pero esta puede realizarse en nombre y beneficio de algunos de los ciudadanos y a costa de otros, quienes se sienten víctimas del Estado y lo ven como algo ajeno.

Sobre la provisión de servicios de protección mediante agencias privadas, Hoppe (junto con muchos otros anarcocapitalistas) no parece ver que la seguridad mediante el uso de la fuerza es un servicio especial que tal vez no sea fácil de externalizar e intercambiar en un mercado: si yo soy débil y quiero contratar con un fuerte para que me defienda, tal vez no pueda evitar que el otro utilice su capacidad superior para atacarme y quedarse con mi dinero sin necesidad de esforzarse y arriesgarse en protegerme. Si puedes defender a alguien de todos es porque eres más fuerte que todos, y entonces quizás aproveches para dominar a todos en lugar de servirlos.

El que las agencias privadas resuelvan conflictos entre ellas de forma pacífica es una posibilidad pero no una necesidad apodíctica: la historia muestra muchos ejemplos de escaladas de represalias entre grupos que no llegan a acuerdos para evitar la violencia, y que en algunos casos lo consiguen cuando algún poder superior pone orden entre ellos.

El que todo el mundo pueda estar armado puede desincentivar muchos crímenes, pero tal vez también provoque daños cuando se produzcan disputas pasionales entre individuos con capacidad letal.

Anarquismo liberal sensato

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

El derecho de propiedad o principio ético de no agresión es la única ley universal, simétrica y funcional que permite el desarrollo armónico de los seres humanos. Los contratos libremente pactados generan reglas concretas particulares que, junto con algunas normas tradicionales, facilitan la coordinación social. El Estado, el monopolio impuesto de la coacción y la jurisdicción sobre un territorio y unos súbditos, es ilegítimo en la medida en que no respete los derechos de propiedad y no sea fruto de acuerdos contractuales libremente aceptados por los individuos: las constituciones no son contratos libremente pactados si las mayorías las aprueban en contra de minorías que no tienen oportunidad de rechazarlas. Una sociedad libre no tiene Estado así entendido.

Según el minarquismo un Estado mínimo es necesario para proporcionar a un colectivo ciertos bienes públicos: servicios de defensa y relaciones diplomáticas frente al exterior (evitar ser oprimidos por otros grupos organizados), y legislación, policía y justicia para el orden interior (preservar el orden social y la civilización, resolver conflictos y no caer en la barbarie). El minarquismo delimita las funciones del Estado e intenta controlarlo para evitar su crecimiento liberticida mediante límites constitucionales, contrapesos institucionales o mecanismos de elección de los gobernantes.

Un problema esencial es que estos controles funcionan mal en la práctica, como demuestra el progresivo crecimiento del intervencionismo estatal. Pero un problema más fundamental del minarquismo es la justificación de la delimitación del colectivo organizado por dicho Estado: cómo se define el grupo, qué individuos y qué territorios forman parte del mismo y cuáles no (y por qué), y qué requisitos son necesarios para integrarse en él o abandonarlo. Esto es esencial porque para controlar al poder la voz (libertad de expresión) y el voto (participación política) son mucho menos eficientes que la salida (dejar de formar parte del grupo o no participar en alguna actividad común).

Según el anarquismo liberal (anarcocapitalismo) los monopolios estatales no son necesarios, no son eficientes o incluso son nocivos: la eliminación de la posibilidad de la competencia deteriora la calidad del servicio o incrementa su precio; y además el poder corrompe fácilmente a los gobernantes. Las funciones del Estado deben eliminarse o privatizarse. Los presuntos bienes públicos en realidad no son tales al ser de consumo rival y/o excluible, y pueden prestarse por asociaciones, empresas o cooperativas privadas: agencias de seguridad, jueces en competencia, producción de ley mediante cláusulas contractuales.

El anarquismo liberal basa sus argumentaciones en dos ideas problemáticas que suelen proceder del ámbito de la ciencia económica: que los individuos, con sus derechos de propiedad bien asignados y separados, se integran en la sociedad porque perciben racionalmente los beneficios de la especialización, la división del trabajo y los intercambios de mercado; y que la fuerza y la seguridad son servicios como cualquier otro, y pueden producirse y distribuirse en un mercado por diversos competidores especializados.

Pero la biología y la antropología muestran que los grupos sociales animales y humanos son adaptaciones evolutivas para la supervivencia que aprovechan tres fenómenos: 1. concentración de esfuerzos; 2. compensación de riesgos; y 3. especialización. Y además la fuerza es un bien o servicio con características particulares esenciales.

1. Concentración de esfuerzos iguales: la unión hace la fuerza (rendimientos de escala), tanto para atacar como para defenderse. La acción coordinada de varios agentes semejantes tiene efectos fuertemente no lineales: varios pueden empujar y mover de una sola vez un obstáculo que uno solo no podrá mover nunca por muchas veces que lo intente. Si dos iguales luchan, la mitad de las veces vence cada uno (o siempre empatan); pero si dos luchan contra uno, no hay dos tercios de victorias para los dos y un tercio para el uno, sino que los dos vencerán prácticamente siempre. Varios cazadores pueden rodear a una presa, lo que para uno solo es imposible. Siendo muchos puede merecer la pena invertir en un bien común como un nido o refugio, lo cual además localiza al grupo y le da unidad y continuidad temporal.

2. Compensación de riesgos: reciprocidad de la ayuda ante eventos aleatorios. Si tengo un accidente y estoy solo, mis posibilidades de supervivencia son mucho menores que si alguien puede ayudarme a recuperarme, recibiendo un gran beneficio a poco coste para otros. Si me sobra comida puedo compartirla con quienes hoy no la han conseguido y la necesitan urgentemente, confiando en que en el futuro harán lo mismo por mí.

3. Especialización: complementariedad entre diferentes. Puede ser sólo temporal: yo vigilo y protejo a las crías o el nido mientras tú cavas o buscas comida, y luego cambiamos de rol. O más permanente, según las características del individuo (sexo, casta, edad) o sus habilidades y preferencias (profesiones).

Los humanos son animales hipersociales y nacen, crecen y viven por lo general como miembros integrados en grupos que se conciben como unidades diferenciadas y con los cuales se sienten identificados. En los grupos algunas cosas son propiedad individual y otras se comparten, por algún subgrupo (una choza familiar) o por todo el grupo (zonas comunes como calles, plazas, terrenos de caza o recolección), porque son difícilmente separables, porque se conservan mal (comida que se estropea) o porque los individuos no quieren separarlas. Los bienes comunes son privados en el sentido de que no se permite su uso por otros grupos, y colectivos en el sentido de que están al alcance de todos los miembros del grupo: para estos bienes son necesarias reglas de uso o mecanismos de gestión (gobierno del común) para mantenerlos y evitar abusos y conflictos (tragedia de los bienes comunes).

Además los grupos realizan ciertas acciones como unidades integradas y coordinadas en relación con otros grupos o individuos: la persona es la unidad fundamental de análisis para la acción, pero no es el único nivel posible, ya que existe acción a niveles inferiores y superiores. Una de estas actividades colectivas es la guerra contra otros grupos (esto no implica que todos los miembros participen por igual). Las agresiones individuales a pequeña escala (dentro de un grupo o entre individuos de grupos diferentes) son claramente diferentes de las agresiones entre colectivos. El uso de la fuerza a gran escala no se decide de forma individual, y la acción bélica es mucho más eficiente cuando está planificada y coordinada de forma más o menos centralizada: no lucha cada uno por su cuenta sino que se integra en equipos cohesionados y bajo un mando jerárquico.

La fuerza coactiva o violencia es un bien o servicio particular: en realidad es un mal para quien la sufre, para quien es atacado, es la capacidad de hacer daño (salvo los aspectos defensivos de la seguridad, como los escudos). Además los beneficiarios de la fuerza ajena pueden convertirse con facilidad en víctimas o perjudicados por la misma: es un servicio fácilmente invertible, de positivo a negativo, el que me defiende puede atacarme. Otras cosas son bienes cuando se reciben, y la situación es neutra cuando no se reciben, pero no tienen un lado negativo: me beneficia recibir pan, me deja indiferente no recibirlo, pero no puedes agredirme con el pan; si tú no me vendes pan me lo vende otro, o lo produzco yo mismo, o como otra cosa.

Externalizar completamente la seguridad es peligroso: no desarrollar en absoluto ninguna capacidad de defenderme por mí mismo implica quedar a merced de los fuertes; tal vez pueda encontrar a otros poderosos que me defiendan, pero quizás no sea así o incluso muchos se pongan de acuerdo contra mí. Un mercenario puede defenderme a cambio de dinero, pero también puede directamente robarme ese dinero e incluso matarme, o trabajar para mis enemigos.

Existe un caso en el cual los que pueden atacarme sin riesgo no lo hacen: porque no quieren hacerlo, les importo, soy de su familia o de su grupo, de los suyos; sienten amor o lealtad hacia mí y pueden incluso sacrificarse por patriotismo por el colectivo.

Además el uso de la fuerza tiene un carácter fuertemente local: para defender o atacar suele ser necesario estar cerca (aunque los proyectiles aumentan el alcance, y es posible proteger de forma indirecta sin estar presente con amenazas de represalias futuras contra los eventuales agresores).

Por estos motivos la seguridad suele conseguirse mediante cooperativas relacionadas con la convivencia (los que te importan y están más cerca) más que mediante empresas externas, que pueden ser un complemento. E igual que los individuos se integran en grupos (en realidad nacen y crecen en ellos), los grupos suelen asociarse unos con otros a niveles superiores de agregación mediante lazos de amistad y lealtad para defenderse o atacar conjuntamente a otros grupos. En estas agregaciones se fomenta la sensación de pertenencia y las obligaciones mutuas: un ataque a un miembro de un grupo o alianza es un ataque contra todos los miembros. Los individuos o grupos aislados o desorganizados tienden a ser oprimidos (o desplazados a zonas pobres o de difícil acceso) por los grupos organizados y cohesionados más poderosos.

Los grupos pueden ser pequeños o grandes, estáticos o dinámicos, simples o complejos, y estas diferencias son esenciales porque lo que funciona en unos puede no funcionar en otros: hay mecanismos de gestión no escalables (el tamaño importa), o que sólo son aplicables a sistemas simples y estáticos (la coordinación es difícil).

La asociación cooperativa para la defensa tiene riesgos internos, sobre todo cuando el grupo crece en tamaño y complejidad: que unos se escaqueen y se aprovechen de los esfuerzos y riesgos de otros sin ofrecer suficiente valor a cambio; que algunos sean obligados a participar de la asociación en contra de sus preferencias e intereses; que los lazos afectivos y los mecanismos de supervisión y control se pierdan o debiliten y los soldados y policías opriman (dictaduras) o parasiten (funcionarios ineficientes) a los demás ciudadanos.

Conferencia en el IJM: La escabrosa historia de amor entre la banca y el Estado

Conferencia en el Instituto Juan de Mariana: La escabrosa historia de amor entre la banca y el Estado

Sábado, 16/02/2013, 20:00

Francisco Capella analizará la forma en que la actividad de la banca, el Estado, el dinero y el crédito participan en la gestación de los ciclos económicos. Además, defenderá la práctica de la reserva fraccionaria y denunciará el descalce de plazos y riesgos, las leyes de curso legal forzoso, los bancos centrales y los fondos de garantía de depósitos como culpables de las crisis y las recesiones económicas.

Ver un aperitivo.

Crisis: dinero, crédito, banca, Estado

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Vivimos una crisis económica grave, caracterizada por paro, recursos desaprovechados, empobrecimiento, decrecimiento, impagos, desahucios, viviendas vacías o inacabadas, terrenos devaluados, pérdidas y quiebras empresariales, déficit público, deudas muy difíciles de pagar, falta de confianza y crédito.

Hemos llegado a esta crisis a causa de una expansión crediticia insostenible: el crédito demasiado fácil y barato, el optimismo infundado y nada realista (por exuberancia irracional, efecto manada, e incultura financiera: “el ladrillo nunca baja”; “las casas suben de precio porque la gente puede pagarlas”; “la economía va bien”; “hemos acabado con los ciclos económicos”), han originado una burbuja financiera, un endeudamiento exagerado, una prosperidad ficticia, un exceso de asunción de riesgos que ha derivado en daños inevitables.

Buscamos culpables: el mercado o el Estado; la libre competencia evolutiva entre alternativas, o la planificación coactiva centralizada.

El mercado libre no puede ser culpable porque no existe: no se respetan los derechos de propiedad ni hay libertad contractual; no se privatizan beneficios y pérdidas; abundan las regulaciones, prohibiciones, obligaciones, garantías, subvenciones, protecciones. Además el mercado no es un agente, una entidad unitaria cohesionada, sino un sistema y un proceso mediante el cual múltiples agentes intentan coordinarse, cooperar y competir. Muchos de estos actores económicos han cometido errores sistemáticos: bancos, cajas, banca en la sombra, agencias de calificación de riesgos, sector inmobiliario (constructoras, promotoras, agencias de tasación), familias, inversores, ahorradores, especuladores, trabajadores. Pero estos errores han sido fomentados y agravados por el intervencionismo estatal en los ámbitos monetario y crediticio.

El Estado es un agente poderoso y omnipresente, que interviene, dirige, regula y supervisa todos los aspectos de la economía de forma torpe y defectuosa por problemas de conocimiento e incentivos, y sus errores provocan daños generalizados. El gobierno presuntamente actúa con sabiduría, experiencia e imparcialidad, pero en realidad se equivoca sin asumir la responsabilidad y el coste de sus errores, impone reglas arbitrarias, injustificadas o disfuncionales, elimina la libre competencia evolutiva entre alternativas descentralizadas, dificulta la generación y transmisión de información, desactiva los mecanismos naturales de vigilancia, protección y generación de confianza de la sociedad, y genera riesgo moral de forma sistemática. “Papá Estado vigila, así que no te preocupes y sigue durmiendo tranquilo.”

En teoría el Estado actúa para evitar, mitigar o compensar el ciclo económico de expansión y depresión presuntamente causado por el libre mercado. En realidad es el Estado su principal causante por el envilecimiento de la moneda, la expansión insostenible del crédito y el fomento de la asunción excesiva de riesgos. Las intervenciones estatales descoordinan las estructuras productivas y financieras del sistema económico: los bancos centrales, emisores monopolistas de dinero y supervisores y protectores de la banca privada, generan inflación, desestabilizando el valor del dinero, y manipulan a la baja los tipos de interés, responsables de la coordinación intertemporal y las decisiones de consumo y ahorro; los estados ofrecen garantías explícitas o implícitas de refinanciación o rescate a ciertos agentes privilegiados, los bancos y algunos de sus acreedores, los cuales adaptan su conducta al marco legislativo asumiendo más riesgos para intentar obtener mayores beneficios, a sabiendas de que sus posibles pérdidas serán socializadas con la excusa del riesgo sistémico por ser entidades demasiado grandes e interconectadas para caer.

Para comprender los ciclos económicos es esencial entender el dinero, el crédito y la banca, y su distorsión por parte del Estado.

El dinero es el bien cuyo valor o poder adquisitivo es lo más estable o invariante posible (liquidez, para todas las personas, en todo momento y lugar, en cualquier cantidad, como comprador o vendedor). Debe ser fungible, duradero, fácilmente almacenable y transportable (alto valor por unidad de masa y volumen), reconocible, divisible, producible en unidades homogéneas, y con una baja y estable relación entre flujo y existencias. El dinero es necesario, junto a los intermediarios, para unir a vendedores y compradores de bienes y servicios en una sociedad extensa con especialización y división de trabajo.

El dinero cumple tres funciones que deben estar adecuadamente equilibradas: medio de intercambio, depósito de valor y unidad de cuenta. El intervencionismo estatal suele distorsionar la función de depósito de valor (poder no intercambiar mientras no se desee hacerlo y guardar reservas líquidas para el futuro), generando inflación, para forzar a los agentes a realizar más intercambios (aunque no sean libres y voluntarios) y así aparentar prosperidad y crecimiento (“estimular la economía”) y obtener recursos fiscales.

El dinero es una institución social, evolutiva, espontánea y adaptativa: es un patrón de conducta repetitivo, generado mediante imitación generalizada de conductas empresariales exitosas, que facilita la coordinación social. No requiere ninguna intervención estatal para su existencia.

Tener dinero o saldos de tesorería tiene el riesgo de su posible robo y el coste de oportunidad de lo que no se compra con ese dinero o los rendimientos que no se obtienen al invertirlo (en préstamos, compra de bienes de capital o acciones).

Para economizar el uso de dinero los agentes económicos pueden realizar intercambios incompletos, diferidos, a crédito: se entregan bienes o servicios presentes a cambio de promesas de entrega de dinero en el futuro; se genera una deuda entre un deudor (deber de pago) y un acreedor (derecho de cobro). El tipo de interés de la deuda depende de su plazo y riesgo: a menor plazo y riesgo, menor es el interés.

El crédito se concede en función del conocimiento y la confianza que tiene el acreedor en la solvencia (honestidad y capacidad de pago) del deudor; suele reforzarse mediante garantías como colateral y avalistas. Las deudas pueden cancelarse entre sí, pagarse a su vencimiento, renovarse, o impagarse (morosidad).

Las deudas a muy corto plazo y cuyo cobro es muy seguro pueden llegar a aceptarse como medio de pago (complementos o sustitutos monetarios): circulan, se monetizan. Los comerciantes, que interaccionaban frecuentemente y se conocían, utilizaban sus letras de cambio como sustitutos del dinero.

Los bancos extienden el uso del crédito como medio de pago a toda la sociedad al utilizar su conocimiento especializado para comprar deuda segura como activo (lo que tienes o te deben), y emitir su propio pasivo (lo que debes) convertible a la vista (billetes y depósitos) para el uso de sus clientes. Esta creación privada de medios de pago es sostenible si el activo del banco que respalda sus pasivos monetizados es seguro y a corto plazo.

Un banco puede caer en la tentación de incrementar sus beneficios descalzando plazos y riesgos y monetizando activos cada vez menos líquidos: pidiendo prestado a corto plazo (más barato) y prestando a más largo plazo o con más riesgo (más caro); así los bancos expanden el crédito, facilitan el endeudamiento insostenible propio y de otros agentes sin que haya ahorro real a los plazos correspondientes. Pero este desajuste hace que el cobro de los billetes y depósitos de ese banco sea menos seguro, que no se acepten como medio de pago (o que lo hagan con descuento), y puede ocasionar retiradas masivas de dinero por los depositantes, pudiendo hacer quebrar al banco si este no puede vender sus activos suficientemente rápido y sin excesivas pérdidas. Un banco en un mercado libre no podría descalzar plazos y riesgos impunemente y generar el ciclo económico. Pero sí puede hacerlo si está respaldado por el Estado.

No sólo los bancos pueden intentar descalzar plazos: cualquier agente puede pretender financiar proyectos largos mediante deuda a más corto plazo, confiando en que le renovarán constantemente la deuda pero arriesgándose a que le corten el grifo de la financiación y tener que liquidar su proyecto inacabado y con pérdidas. Pero el descalce de plazos de los bancos es especialmente grave porque afecta a toda la economía por su papel de intermediarios de pagos y de financiación, y por la relativa opacidad de sus actividades al interponerse entre prestamistas y prestatarios.

El Estado interviene históricamente de forma sistemática en los ámbitos monetarios y crediticios: monopoliza o certifica la acuñación de la moneda (y engaña al respecto al devaluarla); impone leyes de curso legal forzoso para impedir que prosperen dineros alternativos de mejor calidad; privilegia a algunos grandes bancos a cambio de que faciliten su financiación comprando deuda pública; nacionaliza los bancos centrales; incumple sus promesas de pago y elimina la convertibilidad de los billetes; garantiza los depósitos de todos los bancos privados a cambio de regular su actividad, y refinancia a los bancos a tipos de interés bajos mediante la creación de nuevo dinero de mala calidad (respaldado por activos poco líquidos).

Para evitar los ciclos y las crisis económicas es fundamental desnacionalizar el dinero y dejar que funcione como una institución social, permitir la competencia entre dineros alternativos, eliminar o privatizar los bancos centrales, no garantizar los depósitos de los bancos para que sus clientes se responsabilicen de comprobar su liquidez y solvencia, y permitir quebrar a los bancos y otras entidades financieras sin proteger a sus acreedores.