Basura selecta

Lo que empezó con Reagan, de Joan Garí

Entrevista a Klaus Hasselmann, físico del Instituto de Meteorología Max Planck

La raza humana se extinguirá en cien años, según un prestigioso científico

Los líderes sindicales justifican la ausencia de servicios mínimos

Huelga salvaje, huelga domesticada, de Isaac Rosa

Vale, incumplir los servicios mínimos es salvaje. Pero no más salvaje que ciertas prácticas empresariales por todos conocidas. Por eso las huelgas, sobre todo de este tipo, sirven para visibilizar algo que se nos olvida con tanto diálogo social: la naturaleza conflictiva de las relaciones laborales, los intereses contrapuestos entre trabajadores y propietarios de los medios de producción, y la violencia resultante.

Si en su día los trabajadores aceptamos domesticar las huelgas, fue dentro de un gran pacto social. Ése que con la crisis se está quebrando. Salvajemente.

Basura selecta

El vacío progresista ante la crisis, de Antonio Papell

Las profecías de Stiglitz, de Ignacio Escolar

La reforma de los mercados financieros

Parece, a la vista de los últimos acontecimientos, que el poder económico ya no está en manos de los Gobiernos democráticos y, por tanto, de los ciudadanos, sino en manos de los a menudo caprichosos mercados financieros que originaron la crisis. Es, por tanto, cada vez más urgente que los Gobiernos del mundo se coordinen dentro del G-20 y reaccionen contra estas tendencias. No se puede aceptar que un volumen importante de operaciones financieras no se conozca ni esté regulado, al llevarse a cabo fuera de los mercados organizados. Por otro lado, el sector financiero no paga impuestos acordes con sus beneficios, con los bonos que reciben sus ejecutivos ni con las externalidades negativas que, como está quedando patente, su actividad puede conllevar.

El ejemplo más claro de los problemas del sistema de incentivos y la falta de regulación existentes en los mercados financieros son los CDS en descubierto (naked credit default swaps), producto que permite a los inversores contratar un seguro sobre el posible impago de un bono de deuda pública de un país sin tener la propiedad de ese bono. Como la historia ha demostrado hace siglos en el transporte marítimo, cuando para un inversor resultaba legal contratar un seguro sobre un barco que no era de su propiedad, el inversor tenía un claro interés en hacer que el barco se hundiera. Muchos barcos desaparecieron entonces por esa causa, hasta que la norma se reformó. Igualmente, en el caso de los CDS, si la institución que contrata el seguro sobre el impago de la deuda es un gran fondo de inversión o una agencia de rating que puede tener influencia en el mercado de deuda pública, su interés es lograr que el país se hunda y se produzca el impago.

Además de reformar la regulación de los mercados y productos financieros, también es conveniente que el G-20 se plantee la introducción de impuestos sobre los mercados financieros, para cambiar los incentivos adversos existentes, haciendo que los operadores financieros compensen a las empresas por las externalidades negativas que en ocasiones generan sus actividades.

En un informe elaborado por la Fundación IDEAS, presentado en Madrid el 28 de mayo de 2010, se analizaban varias alternativas de impuestos a los mercados financieros. Según este estudio, el instrumento que mejores propiedades muestra es el impuesto sobre transacciones financieras, basado remotamente en la vieja idea de la tasa Tobin, pero aplicado a todas las transacciones y no solamente en los mercados de divisas. Esta tasa, con un tipo impositivo muy bajo, de alrededor del 0,05%, reduciría el volumen de operaciones especulativas a corto plazo y, por tanto, la volatilidad del mercado, a la vez que recaudaría un volumen de ingresos considerable, entre 1.600 y 6.300 millones de euros al año solo en España.

El debate sobre la introducción de impuestos financieros está abierto y más vivo que nunca, lo que ya representa un progreso importante. No obstante, las palabras deben llevarse a la práctica. Los líderes reunidos en la cumbre del G-20 en Toronto deberán superar las presiones internas de sus sistemas financieros para poner en marcha un sistema impositivo en los mercados financieros que sea a la vez eficiente y justo. Ya se han dado pasos significativos en este sentido. Así, los miembros de la UE han acordado recientemente mantener una posición común en la cumbre con respecto a la introducción de un impuesto sobre la banca, que adoptarán independientemente de los resultados de la cumbre en el seno de la UE, así como con respecto el establecimiento de un impuesto sobre las transacciones financieras muy parecido al propuesto por IDEAS.

El resultado de las negociaciones que están teniendo lugar este fin de semana puede marcar una gran diferencia para el futuro. Todos los ciudadanos del mundo están pendientes y a la espera de que sus líderes muestren la determinación necesaria para acometer las reformas que el sistema claramente necesita, eliminando algunos de los problemas que han desencadenado la crisis y evitando de este modo que se repitan en el futuro. De lo contrario, los costes políticos y económicos serán cuantiosos.

Ahora y luego, de Paul Krugman

En defensa de las renovables, de Valeriano Ruiz y Luis Crespo, presidente y secretario general de Protermosolar

En los últimos tiempos estamos siendo testigos del incesante acoso al que determinados sectores han venido sometiendo a las energías renovables. Se ha desarrollado una estudiada campaña de desprestigio que ha generado una deliberada confusión en algunos de los indicadores clave de la rentabilidad de la inversión en energías verdes.

Muy al contrario de lo que se insinúa,las renovables contribuyen a incrementar el PIB y a reducir el déficit público mediante la disminución de importaciones, generación de empleo, reducción de costes de CO2 y balanza fiscal positiva. Estas tecnologías aprovechan fuentes energéticas locales -disminuyendo la dependencia exterior y la consiguiente factura global-, son limpias -disminuyen la contaminación y el pago de los cánones establecidos por el incumplimiento del protocolo de Kioto-, han creado cerca de 150.000 empleos y han hecho bajar, precisamente, el precio de la electricidad en el mercado mayorista.

El impulso dado en los últimos años a las energías renovables ha reportado muchos más beneficios que costes a la sociedad española, ya no solo a nivel macroeconómico, sino también poniendo de manifiesto la posición de vanguardia tecnológica de nuestro país a nivel mundial, particularmente en el campo de la electricidad termosolar, así como en otras tecnologías energéticas sostenibles. En definitiva, las renovables se han convertido en uno de los principales valores-fuerza del país.

Gracias a las renovables, España dejará atrás cotas de dependencia energética, y con ello dejará de ver cómo se esfuma su capital en importaciones de petróleo y gas natural de otros países. La inversión repercutirá en nuestra propia economía, tanto por la creación de empleos como por la consolidación de un sector industrial nacional con fuerte potencial exportador.

Desde Protermosolar apoyamos el mantenimiento de la fórmula de primas a la generación, que ha demostrado ser la más efectiva para la promoción de estas tecnologías, con las necesarias modificaciones para que se convierta en un elemento incentivador del avance tecnológico y de la reducción de costes así como de una mayor racionalidad entre generación y consumo. En relación con el Plan de Acción Nacional de Energías Renovables, que tendrá que mandar nuestro Gobierno a la Comisión Europea en breve,confiamos en que se dé a la Solar Termoeléctrica un peso muy relevante entre el resto de las tecnologías de generación con energías renovables, por su gran potencial así como por sus características de contribuir a la estabilidad de la red eléctrica y de responder a las necesidades de la demanda gracias a su capacidad de almacenamiento térmico.

Basura selecta

Why the future is theocratic not libertarian, by Bruce Charlton

Societies with a transcendental aim or purpose (i.e. some kind of ‘theocracy’ aiming for the salvation of mankind) will eventually displace secular modern societies based on the primacy of lifestyle freedom and guided by the pursuit of individual gratification.

This will happen (like it or not) because only ‘theocracies’ are potentially (although not necessarily) coherent, large-scale, self-renewing and expansive in aspiration.

Secular modern societies will continue to tear themselves apart with nothing to arrest the process or generate coherence – they will self-weaken until they self-collapse. More likely before this is complete they will taken over by a theocracy.

Secular modern societies very clearly have *for a while* potential capabilities far beyond that of any theocracy past or present; but they are not stable, nor self-renewing. They cannot/ will not (it amounts to the same thing) – over the long term – use these superior capabilities to sustain themselves.

The triumph of secular modernity was therefore only a temporary phase – contingent upon cultural inertia. And once the inertia of religious tradition was overcome, and individual gratification by free lifestyle choice was established as primary; then secular modernity became first weakened, then directionless, and now is actively self-destroying.

Libertarianism is not a viable alternative to liberalism. (I speak as an ex-libertarian, one whose libertarian writings are all over the internet!) Libertarianism replaces the self-loathing, paralysis and ideological group submission of liberalism with a high-minded but actually psychopathic selfishness and a focus on personal, individual gratification. Libertarians escape the enervating psychological trap of liberalism (tender-minded hedonism, wishful-thinking, suicidal guilt and submission), and instead promote a guilt-free, ‘tough-minded’, cynical, worldly, hard-nosed self-gratification.

Since this is socially unacceptable, indeed criminal, libertarian theory (based on a broadly utilitarian ethic) necessarily purports to show how a *process* of competition and evolution will combines numerous instances of short-termist selfish individualism to benefit the long term interests of the group.

But a libertarian society would be self-destroying to the extent it was implemented, since libertarianism positively encourages free-riding. Libertarianism merely hopes-for long-termist utilitarianism, but it guarantees short-termist selfishness.

The libertarian ethic is that the highest value is each individual being maximally free to take the choices which best enable self-gratification. While the libertarian may sincerely *hope* that other people will exercise these choices in a way which promotes the greatest happiness of the greatest number (however that might be measured) it is a more direct route to personal gratification simply to seek gratification for oneself rather than for society. Even in the ‘perfect’ libertarian society it is always possible for an individual to further increase their own gratification at the expense of others – while some choices (e.g. to be the highest status, most desired, most creative) intrinsically entail the deprivation of others.

And if gratification is the goal of human life, because human life is unpredictable then *immediate* gratification – right here, right now – is vastly surer and more dependable than undergoing the risks and uncertainties involved in pursuing long term gratification. A bird in the hand is worth two in the bush.

In other words, social cohesion in a secular libertarian society depends on individuals being long-termist utilitarians rather than selfish short-termist gratification-seekers. Yet libertarianism will self-destroy from free-riding; each zealous libertarian individual rationally seeking to gratify themselves at the present moment – not later – and selfishly at the expense of the gratification of others.

Where are the libertarian saints and martyrs? Libertarians are intrinsically and on principle cowardly and hedonistic loners who will not suffer privation, take risks or undergo personal suffering either for the good of the group or for transcendental goals (unless they subjectively, arbitrarily happen to enjoy doing so!). Instead, libertarians tend to minimize their losses, to cut and run. In sum, libertarian group goals are continually undercut by the selfish-short-termism which is itself the prime directive of libertarianism. Hence libertarianism is unable to generate cohesion beyond the level of a leisure club – not even enough cohesion to run a political party!

This is why so many libertarians are ‘pacifists’ and isolationists, fantasize about emigration and other forms of personal escape, and consider suicide/ euthanasia as an obvious – first-line – solution to suffering. Libertarians have no compelling reason why they themselves should suffer for a larger or longer term cause – indeed libertarians cynically regard heroic self-sacrifice with pity or scorn, as evidence of stupidity or insanity.

The consequence is that libertarianism – a collection of self-interested and self-preserving individuals – will submit (one at a time) to any group that can mobilize relentless heroic self-sacrifice in pursuit of group goals.

The main point I am trying to make here is that a society based-on pursuit of individual happiness through lifestyle liberty is incoherent: at first merely fragmentary and weak but eventually organized in self-destruction (a process led by the intellectual ruling elite, whether liberal or libertarian). Secular modernity will therefore decline to either a ‘Dark Age’ state of segmentary, tribalistic chaos; or (at a higher level of social complexity) a more ‘Medieval’ type of monarchial theocracy comprising large states or empires which will sooner or later displace small-scale chaotic tribalism.

La imprescindible banca pública, de Juan Torres López

Ciencia con conciencia, de Miguel Ángel Quintanilla Fisac, catedrático de Lógica y Teoría de la Ciencia

Autonomías e impuestos a los ricos, de Juan Francisco Martín Seco

Pegarse un tiro, de Juan José Millás

Los mercados -signifique lo que signifique esa abstracción de carácter teológico- han ganado la batalla que hace apenas unos meses fingían haber perdido, cuando el capitalismo -¿recuerdan?-, víctima de sus contradicciones internas, se había ido al carajo para dar paso al socialismo de rostro humano (si quieren más tópicos, dispongo de un saco junto al ordenador). Los mercados tienen hoy comiendo en su mano a todos los Gobiernos de Europa en general y al de España en particular. El Ejército español es el Ejército de los mercados, la Hacienda española es la Hacienda de los mercados, la Cultura española es la Cultura de los mercados, y así de forma sucesiva (Agricultura, Interior, Industria, Igualdad, Fomento…). Ministerio a ministerio, subsecretaría a subsecretaría, toda nuestra organización estatal está a su servicio. Si mañana deciden que hay que suprimir la Biblioteca Nacional, se suprime y punto.

Le gustaría a uno pensar que en el patio de algún instituto, en el campus de alguna universidad, o en el sótano de alguna imprenta, se está organizando el modo de poner en su sitio a los mercados. Pero no será fácil porque sus ayatolás han filtrado hasta el tuétano de los más renuentes la vieja idea de que la alternativa a la injusticia es el caos total. Narcosis absoluta, pues. Hasta el anestesista se ha dormido. Quizá puedan surgir aquí o allá pequeños focos de rebelión, pero o bien estarán financiados por los mercados (para transmitir la idea de que sufren), o bien la Policía, que es ya la policía de los mercados, se encargará de sofocarlos y de llevar a los cabecillas a la Justicia, que es también la justicia de los mercados. Quiere decirse que si desde el punto de vista económico vienen tiempos duros, desde la perspectiva moral, mejor pegarse un tiro (el tiro que no nos atrevemos a pegar a los mercados).

Orden adaptativo del mercado libre y descoordinación estatal

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Es intelectualmente muy ingenuo tratar a toda la economía como un sistema en equilibrio estático perfectamente ajustado que se ve sometido a perturbaciones pequeñas de naturaleza estocástica (modelo que no explica el origen y la dinámica del orden y según el cual las crisis sistémicas ni deben ni pueden suceder). El paradigma adecuado para la ciencia económica es justo el contrario: estudiar cómo surgen evolutivamente y de forma dinámica órdenes parciales y locales, cómo crecen, se mantienen o desaparecen, cómo se acoplan y desacoplan las diferentes partes de un sistema hipercomplejo mediante las interacciones de múltiples agentes con capacidades limitadas. Ciertos agentes especialmente poderosos, los estados intervencionistas, tienden a descoordinar la sociedad y son causa de crisis económicas recurrentes.

Los seres humanos actúan como agentes económicos intencionales para satisfacer sus deseos según sus capacidades: hacen lo que pueden para conseguir lo que quieren. Las capacidades son siempre limitadas (tanto físicas como cognitivas); las preferencias son en principio ilimitadas (es fácil querer más y mejor), subjetivas y relativas (se prefiere una cosa frente a otras), lo cual implica que toda acción tiene un coste de oportunidad (el valor de aquello a lo que hay que renunciar para alcanzar un objetivo deseado).

En un entorno social libre, las personas no suelen actuar de forma independiente y aislada trabajando y produciendo cada uno solo y solamente para sí mismo, sino que son productores especializados y consumidores generalistas: se dividen el trabajo e intercambian bienes y servicios. Las economías complejas son muy productivas gracias a la especialización y la acumulación de capital; en ellas los participantes se vuelven progresivamente más y más interdependientes: cada uno hace cada vez mejor un número más pequeño de tareas y externaliza el resto, de modo que depende de los demás para más cosas (como productor, sus habilidades podrían volverse innecesarias; como consumidor tal vez necesite bienes o servicios difícilmente sustituibles).

Es esencial que los canales de distribución funcionen bien para facilitar los intercambios, que el dinero sirva de forma efectiva como depósito de valor, medio de intercambio y unidad de cuenta, que los precios funcionen como señales que revelen e integren información dispersa acerca de la oferta y la demanda, y que existan procesos de control de calidad de los productores (libre competencia, posibilidad de acceso de nuevos empresarios y quiebra de los fracasados). Especialmente importantes son los tipos de interés (para la coordinación intertemporal de producción y consumo) y los mecanismos de gestión de la confianza o crédito (para préstamos e intercambios diferidos).

La división del trabajo y la estructura productiva resultante no son resultado de ningún plan centralizado diseñado conscientemente. Para una sociedad mínimamente compleja (mayor cantidad de personas y posibles preferencias, capacidades, acciones e interacciones) es sencillamente imposible juntarse todos y ponerse de acuerdo (la comunicación verbal es un canal lineal de escasa capacidad, y las capacidades humanas de atención, memoria y procesamiento de información son muy pequeñas; tal vez el lenguaje no pueda expresar con claridad y precisión lo que la gente quiere y puede hacer en realidad; siempre son posibles los desacuerdos y las diferencias irreconciliables, la incompatibilidad de los planes personales); tampoco existen los planificadores o coordinadores con los conocimientos y la benevolencia necesarios como para confiar en ellos la dirección centralizada de la actividad económica.

Todo proceso productivo (la preparación de la producción y la producción misma) lleva tiempo: el aspirante a productor debe invertir previamente recursos en alcanzar la capacidad necesaria para realizar su tarea (aprendizaje, adquisición de capital humano, profesionalización); el profesional competente necesita bienes de capital, su propia capacidad laboral y tiempo para poder obtener frutos por su trabajo. Estos procesos de preparación y producción suelen ser tan largos que es posible que las condiciones del mercado sean muy diferentes al final que al principio: los gustos de los compradores pueden cambiar, la competencia puede producir mejor o más barato, o aparecen nuevas tecnologías. La satisfacción de los consumidores con lo ofrecido por un productor no está garantizada de antemano, es posible fracasar, obtener pérdidas y tener que abandonar una línea de producción.

Se produce un acoplamiento exitoso entre productores y consumidores (sean consumidores finales  o productores intermedios necesitados de suministros) cuando los productores hacen lo que los consumidores quieren a precios que los consumidores están dispuestos a pagar y que permiten a los productores obtener beneficios y permanecer en el negocio. El éxito se demuestra mediante los intercambios voluntarios (preferencias demostradas), no mediante declaraciones verbales de satisfacción. Antes de comenzar sus proyectos los productores pueden preguntar a los consumidores qué quieren y a qué precios, pero la obtención y la gestión de esta información es muy problemática  y los consumidores no quedan comprometidos a actuar como han declarado. Cualquier productor debe intentar estimar la demanda futura de sus servicios, la disponibilidad de los suministros que necesita, y la actuación de la competencia.

Para reducir la incertidumbre respecto al éxito de una actividad económica es posible recurrir a contratos mediante los cuales las partes se asocian y se comprometen previamente a proporcionar o adquirir un bien o servicio. Una economía exitosa requiere libertad contractual para poder adaptarse a las distintas condiciones de tiempo y lugar, y un eficiente sistema institucional que garantice el cumplimiento de lo pactado. Una empresa es una red de contratos de cooperación productiva: accionistas, prestamistas, socios, cooperativistas, trabajadores, proveedores e incluso clientes pueden ligarse mediante compromisos que garanticen la coordinación futura en condiciones pactadas de antemano.

El acoplamiento entre productores y consumidores no es perfecto ni estático: surge de forma evolutiva mediante cambios adaptativos progresivos: dada una estructura económica en un instante determinado, cada productor debe decidir empresarialmente qué hacer, si seguir igual, reducir o expandir capacidad productiva, producir lo mismo de otra manera o producir otras cosas. Estas decisiones son especulativas y estratégicas, necesitan basarse en predicciones o estimaciones de cuáles van a ser las preferencias de los consumidores y las actuaciones de los potenciales cooperadores o competidores. La adaptación evolutiva se produce mediante ensayos y comprobaciones: los productores proponen y los consumidores valoran sus propuestas como acertadas o fallidas. Los productores exitosos permanecen en el mercado y pueden incluso aumentar su poder de acción; los productores fracasados ven su poder de acción reducido e incluso quizás tengan que abandonar el mercado. El sistema económico se ajusta constantemente en el límite del caos: no hay un orden total inmutable ni un caos carente de toda regularidad o referencia estable.

Los ajustes son más fáciles si el sistema económico es descentralizado, distribuido y redundante, con agentes interactuantes relativamente pequeños, reemplazables y con un número limitado de conexiones con el sistema, de modo que sus fracasos puedan ser asumidos con facilidad y los recursos liberados reasignados con rapidez. Las asociaciones humanas coordinadas (y sus dirigentes o gobernantes) son agentes sociales y económicos mucho más poderosos que cada individuo por su cuenta. Un agente grande, con mucho poder de acción y muchas conexiones con otros participantes en el sistema, es un elemento crucial de la estructura de producción y consumo: su actuación acertada puede facilitar la coordinación social, pero sus errores pueden implicar graves influencias desestabilizadoras. Una empresa en un mercado libre crece en la medida en que satisface a los consumidores: su tamaño no es una amenaza para la estabilidad del sistema.

Los estados intervencionistas son agentes descoordinadores de alto poder. En general han abandonado los intentos comunistas y socialistas de planificar coactivamente toda la producción, pero continúan usando su poder coactivo para practicar la ingeniería social y económica causante de los ciclos de auge y crisis: distorsionan la institución del derecho mediante la legislación rígida y burocrática; controlan de forma incompetente el dinero y el crédito; privilegian a unos a costa de otros; ofrecen garantías que generan riesgo moral y conductas excesivamente arriesgadas; diluyen el sentido de responsabilidad de los agentes, que no se supervisan mutuamente e intentan traspasar a otros los costes de sus errores; dificultan la empresarialidad, con los ciudadanos acostumbrados a recibir órdenes y deseosos de integrarse en burocracias parasitarias; generan dependencia de sus servicios asistenciales y sus transferencias de riqueza (pensionistas, parados); amplios sectores económicos dependen de la voluntad política (educación, salud, obra pública, medios de comunicación); pretenden obrar en defensa del bien común y como representantes de la voluntad general democrática cuando en realidad se aferran al poder, reparten favores y defienden intereses organizados.

Los fracasos empresariales depuran los errores del sistema, lo reconfiguran y recuerdan a los supervivientes que deben estar alerta. La ausencia de quiebras en un sector económico podría ser señal de buena salud empresarial generalizada, pero también puede ser resultado de protecciones estatales que ocultan los errores y los acumulan gradualmente hasta que son imposibles de contener y se desencadena una crisis catastrófica (como una avalancha destructiva que podría haberse evitado con sucesivas disgregaciones inofensivas). Las etapas de prosperidad engañosa e insostenible y la crisis correctora son asimétricas: la confianza se extiende en exceso gradualmente pero se pierde de repente; en el auge los recursos económicos se redirigen a proyectos existentes aparentemente más rentables que expanden sus operaciones, mientras que en la crisis se destruyen muchas empresas y es preciso reconstituir proyectos sin apenas referencias de éxito. La crisis no se arregla intentando a ciegas que haya más actividad económica: el problema esencial es la dirección inteligente, atributo ajeno a políticos y burócratas.

Los gobiernos causantes de las crisis critican al mercado libre por ser el presunto culpable de las mismas y por no ser capaz de hacer milagros imposibles y resolver rápidamente los problemas de coordinación económica mientras se encuentra maniatado por la coacción estatal. La peor decisión causante de la crisis fue dar más poder al Estado: la crisis podría ser el momento del arrepentimiento y la remoralización de la sociedad, de dejar de intentar vivir a costa de los demás o de exigir garantías donde no puede haberlas.