Cooperación y competencia

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Cooperación y competencia

Con su capacidad de actuar y cambiar la realidad, un agente puede beneficiar o perjudicar a otros, ayudarlos o dañarlos, contribuir a que consigan sus objetivos o impedírselo, afectar a sus intereses. Algunas de las relaciones entre agentes que implican beneficios o daños son relaciones de cooperación o relaciones de competencia. Dos (o más) agentes cooperan si intentan beneficiarse mutuamente o de forma conjunta. Dos (o más) agentes compiten si intentan dañarse mutuamente, o si se esfuerzan en conseguir algo valioso que no queda disponible para el otro (o los otros).

Cooperar es actuar con, por o para otro u otros, para el beneficio mutuo de las partes o del conjunto si se trata de un grupo: los colaboradores se coordinan de algún modo, ajustan sus conductas, trabajan juntos o dividen el trabajo, se ayudan mutuamente, comparten o intercambian lo que producen, y todos salen ganando si la cooperación se hace bien. Los frutos del trabajo cooperativo se comparten (bienes comunes de un grupo, como una tribu o una empresa) o se intercambian entre diferentes unidades como productores y consumidores (compraventas en el mercado). Ejemplos: las hormigas de una colonia construyen y comparten un nido; los cazadores abaten juntos una presa y la reparten; en el mercado compradores y vendedores intercambian los bienes y servicios que producen.

Competir es actuar contra otro (u otros) para conseguir algo exclusivo o excluyente, que cuando uno lo consigue no está disponible para el resto: uno gana y otro pierde, y en casos de competencia destructiva ambos pueden resultar perdedores netos. Ejemplos: los organismos compiten por los recursos escasos en el entorno, como el alimento o el control del territorio; varios aspirantes compiten por el amor de una dama; dos jugadores se enfrentan para ganar un torneo; los comercios intentan captar clientes; un depredador intenta cazar y comerse a una presa.

La capacidad de los agentes para cooperar o competir depende de cuánto valor o beneficios pueden aportar o cuánto daño o pérdidas pueden causar. Los agentes pueden tener diferentes capacidades de beneficiar o dañar a otros, y de este modo son mejores o peores cooperadores o competidores. En la medida en que pueden elegir, los individuos tratan de asociarse con los mejores cooperadores y evitan enfrentarse a los mejores competidores.

El éxito en la competencia depende de las capacidades relativas de los contendientes: es posible incrementar la probabilidad de victoria mejorando uno mismo o empeorando al rival. Ejemplos: el boxeador puede entrenar o conseguir que su rival no pueda hacerlo; el ejército puede unirse, cohesionarse, o conseguir que el rival se disgregue (divide y vencerás). La competencia violenta o destructiva es común porque a menudo resulta más fácil destruir que construir.

Las interacciones cooperativas y competitivas pueden combinarse de múltiples formas y anidarse en múltiples niveles de forma recursiva: es posible cooperar con unos para competir con otros (soldados en ejércitos rivales), competir con unos para cooperar con otros (candidatos a un puesto de trabajo en una empresa), cooperar con unos para cooperar con otros (diversas unidades a diferentes niveles dentro de la jerarquía de un ejército o empresa), o competir con unos para competir con otros (partidos entre deportistas en un torneo por eliminatorias).

La apariencia de la interacción no siempre coincide con la realidad: es posible simular que compites cuando en realidad cooperas (comercios que se ponen de acuerdo para fijar precios y repartirse el mercado sin que los consumidores lo sepan), o simular que cooperas cuando en realidad compites (un espía en el país enemigo).

Los cooperadores (socios, colaboradores, aliados, camaradas, amigos) se benefician mutuamente, prosperan juntos y suelen gustarse (afectos positivos) porque son buenos unos para otros: pueden incluso amarse (como en la cooperación para la reproducción sexual). Los competidores (rivales, antagonistas, adversarios, contrincantes, enemigos) se perjudican mutuamente, prosperan unos a costa de otros y suelen detestarse (afectos negativos) porque son malos unos para otros: pueden incluso odiarse (como los enemigos a muerte).

La cooperación tiene aspectos negativos y la competencia tiene aspectos positivos: la cooperación tiene costes y riesgos que hacen que no estén garantizados los beneficios para todos; las pérdidas son posibles y tal vez no merezca la pena cooperar. La competencia puede servir de incentivo o mecanismo de mejora de los agentes (innovación, creatividad), y la existencia de alternativas en competencia posibilita la elección entre las mismas. Además las cosas no son buenas o malas, sino que son buenas o malas para algo o para alguien: tanto cooperación como competencia pueden ser buenas para algunos y malas para otros.

La cooperación no siempre es buena para todos, porque es posible cooperar con unos para competir contra otros y dañar a esos otros; y la competencia no siempre es mala para todos, porque es posible competir contra unos para servir a otros y cooperar con esos otros. Desde el punto de vista de terceros la cooperación es mala cuando es contra ellos, y la competencia es buena cuando es a su favor: la cooperación es buena para los cooperadores (cuando es exitosa), pero puede ser mala para terceros; la competencia es mala para los competidores (al menos para los perdedores), pero puede ser buena para terceros. Ejemplos: los jugadores de un equipo cooperan para vencer al equipo rival; los trabajadores de una empresa colaboran para ser más competitivos que las empresas rivales; las empresas compiten unas con otras para satisfacer mejor a sus clientes; los machos compiten para aparearse con las hembras.

Lenguaje sobre cooperación y competencia

La cooperación parece algo necesariamente positivo y la competencia parece algo necesariamente negativo, y frecuentemente se insiste en la necesidad de fomentar la cooperación y limitar la competencia. La cooperación sería algo social, altruista, bueno, constructivo, eficiente; la competencia sería algo individual, egoísta, malo, destructivo, ineficiente.

Aunque es cierto que la competencia puede ser violenta y que implica algún tipo de pérdida o derrota, frecuentemente se olvida que la cooperación puede salir mal, con las pérdidas consecuentes, o ser una disculpa o fachada para el parasitismo (exigencias de solidaridad, sistemas de redistribución coactiva de riqueza).

Es normal que en el lenguaje predominen las apelaciones a la cooperación y que estas resulten atractivas: uno tiende a relacionarse y hablar más con cooperadores reales y potenciales (quizás los miembros del propio grupo con quienes uno quiere llevarse bien), y al hacerlo intenta ser positivo y resaltar los beneficios de la asociación; además el discurso a favor de la cooperación puede mejorar la imagen y la reputación del hablante. El lenguaje competitivo es más hostil, está dirigido a los enemigos o se refiere a ellos, y puede ser ofensivo o incluso amenazante.

No es lo mismo hablar de cooperar y de los beneficios de la cooperación (algo fácil y barato) que realmente cooperar y aportar valor (algo difícil y costoso). Las apelaciones a la cooperación pueden ser simples declaraciones hipócritas para mejorar la imagen pública y gustar a los demás, o incluso engaños de parásitos para acercarse a sus víctimas y ocultar la realidad de la interacción: los tramposos o estafadores proponen cooperar pero lo que realmente pretenden es aprovecharse del otro, recibir sin dar o conseguir mucho más que lo que contribuyen. Esto puede suceder en interacciones bilaterales si el tramposo puede escapar sin ser castigado, o en relaciones multilaterales complejas (sociedades con muchos individuos e interacciones) en las cuales es difícil vigilar y detectar a los parásitos.

Las apelaciones a la competencia también pueden ser engañosas o manipuladoras: es posible resaltar los problemas que pueden causar los enemigos externos de un grupo, enfatizando la necesidad de cohesión social contra ellos, para ocultar o que se olviden problemas o conflictos internos, quizás causados por los mismos que enfatizan la rivalidad y la competencia contra los otros.

Evolución, aptitud y mente

Tanto la cooperación como la competencia son fenómenos esenciales en el proceso de la evolución biológica. La competencia entre seres vivos es una presión evolutiva que tiende a producir mejoras relativas de aptitud entre estos, ya que los menos capaces desaparecen o se reproducen en menor proporción. Esta competencia no consiste meramente en luchar de forma violenta, de modo que no se trata solamente de ser más fuerte y destructivo, sino de realizar de forma más eficiente las tareas necesarias para la supervivencia y el desarrollo. La competencia es esencial en los procesos evolutivos y no desaparece prácticamente nunca porque los recursos son limitados y escasos, pero también existe la posibilidad de asociarse y cooperar con otros, lo cual resulta ser una estrategia evolutiva adaptativa altamente exitosa. Los seres vivos cooperan para competir mejor contra otros equipos de cooperadores, y compiten para ser elegidos como miembros de buenos equipos de cooperadores.

Los agentes no necesitan ser conscientes o saber que están cooperando o compitiendo, pero la posibilidad de cooperar y competir tiende a producir inteligencia y consciencia: la importancia de los procesos de cooperación y competencia para la supervivencia y el éxito vital de los organismos es una fuerte presión evolutiva que contribuye al desarrollo progresivo de capacidades cognitivas y emocionales adaptativas como la inteligencia estratégica, el lenguaje comunicativo para la coordinación y los sentimientos morales como protectores y garantías de la cooperación. La mente es una poderosa herramienta para el control de la interacciones de cooperación y competencia con otros agentes.

Ayuda o daño unilateral frente a cooperación y competencia

Tanto cooperación como competencia son interacciones al menos bilaterales: involucran a dos (o más) agentes, y ambos participan activamente, actúan para o contra el otro o los otros. En algunas relaciones sólo uno actúa y el otro solamente recibe los efectos positivos o negativos de esa acción: no hay acciones en ambos sentidos, no hay reciprocidad, sino que se trata de conductas unilaterales (no son realmente interacciones de un agente a otro y viceversa); la ayuda o el daño suceden en una única dirección de forma asimétrica.

Aunque no todas las relaciones entre agentes son estrictamente de cooperación o competencia, muchas sí lo son porque quienes dan ayuda no suelen hacerlo gratis sino que les interesa recibir algo valioso a cambio de los costes asumidos (reciprocidad), y quienes son agredidos suelen intentar defenderse de su agresor para conseguir sobrevivir: la ayuda unilateral se transforma en cooperación, y el daño unilateral se transforma en competencia.

La competencia puede ser asimétrica en el sentido de que un agente puede intentar causar un daño a otro sin que este otro haga nada más que intentar defenderse de la agresión, como en el caso de un depredador y su presa, un parásito y su huésped, o un asesino y su víctima. Las víctimas de daños por agresión no tienden a quedarse pasivas sino que suelen intentar hacer algo para evitarlos en la medida de sus posibilidades. La competencia también puede ser muy asimétrica o desequilibrada si un agente agresor es mucho más fuerte que una víctima que apenas puede hacer nada.

La ayuda supone un coste a quien la da y un beneficio al receptor, de modo que el que ayuda pierde poder y tiene menos posibilidades de éxito vital, y el receptor, que podría ser un competidor, gana en poder: la ayuda unilateral del altruismo no parece una conducta adaptativa. Existe una relación especial de ayuda casi totalmente asimétrica que es la reproducción de los organismos, que implica costes para los progenitores sin recibir nada a cambio de las crías (en algunos animales sociales pueden contribuir como fuerza de trabajo subordinada a los progenitores o cuidar de ellos cuando sean ancianos). Esta relación altruista tiene sentido si se considera desde el punto de vista de los genes que se reproducen y son compartidos por progenitores y crías (aptitud inclusiva, que también considera a otros parientes como tíos, hermanos, abuelos, primos).

La ayuda unilateral puede ser parte de un proceso de cooperación extendido en el tiempo o diferido: un agente entrega algo valioso hoy a cambio de recibir algo valioso en el futuro. La ayuda unilateral (entendida a menudo como caridad) puede servir para mejorar la reputación y prestigio de quien ayuda, y también para generar sentimientos de deuda y agradecimiento en los receptores que quizás puedan devolver el favor en el futuro, transformando así la relación en cooperación bilateral. Algunas relaciones de cooperación son asimétricas en el sentido de que una parte contribuye mucho más que la otra o las otras y no se beneficia de forma proporcional: en algunos casos se disfraza de cooperación lo que en realidad es caridad para no humillar a la parte receptora neta de ayuda, o para que los más débiles se sientan parte de un grupo aunque individualmente aporten poco.

Dentro de algunos grupos de cooperadores con relaciones multilaterales la reciprocidad no tiene por qué ser directa (intercambio entre solamente dos agentes en el cual ambos dan y reciben), sino que puede ser indirecta: un agente ayuda a otro pero recibe ayuda de un tercero. Los miembros del grupo ayudan a otros miembros del grupo sin fijarse en su carácter  individual.

Competencia

La competencia puede ser violenta (conflicto entre depredador y presa, combate entre machos que pelean por hembras) o no violenta (comercios que buscan clientes, machos de aves que intentan atraer a las hembras mostrando sus cualidades como belleza o habilidad para el canto, el baile o la construcción de nidos). La competencia puede suceder con contacto físico con el rival o no, o sabiendo que existen rivales o no: las ardillas compiten por nueces sin necesidad de ver a otras ardillas, saber que existen o pelarse con ellas.

La competencia contra otro le causa algún daño físico (el depredador mata a la presa) o le priva de la posibilidad de algún beneficio, le arrebata alguna oportunidad (competencia entre comercios que venden productos iguales o semejantes; competencia entre animales que buscan el mismo alimento). En algunos casos pueden darse ambos fenómenos: los boxeadores intentan hacerse daño y ganar un trofeo que el otro pierde; los machos pelean, se causan heridas hasta que uno se rinde, y el vencedor se aparea en exclusiva con las hembras.

La competencia puede estar sometida a algún tipo de reglas (competencia en el mercado con respeto a los derechos de propiedad y los contratos libremente acordados) o no (competencia en conflictos violentos). Incluso en los conflictos violentos es posible recurrir a algún tipo de reglas (que luego pueden cumplirse o no) para intentar reducir los daños posibles, como es el caso de las leyes de la guerra (qué hacer con los prisioneros, los heridos, los civiles; qué tipo de armas usar).

Algunos casos de aparente competencia son en el fondo cooperación: un corredor que hace de liebre marca un ritmo rápido para animar y acelerar una carrera que él no pretende ganar; un rival deportivo puede servir para entrenarse y mejorar las propias capacidades; las competiciones deportivas pueden ser una forma cooperativa de entretenimiento para los participantes.

La cooperación forzada es en el fondo competencia: una parte debe utilizar la violencia para imponer su voluntad a la otra, como en el caso de la esclavitud. En una relación de esclavitud o servidumbre involuntaria y forzosa la parte sometida ayuda al opresor a cambio de que este renuncie a hacerle un daño del cual es capaz: el esclavo no recibe valor a cambio de su trabajo (quizás alimento, alojamiento, vestido), pero al menos evita un perjuicio mayor (castigos físicos, torturas o muerte). Hay una apariencia de cooperación pero la relación fundamental es de competencia por el control de la capacidad de trabajo del esclavo. La auténtica cooperación no requiere de la fuerza de una parte para imponerse sobre la otra.

Aunque la competencia implica la posibilidad de perder o sufrir daños, el acicate de la competición, el espíritu competitivo, el deseo de igualar o superar a otros, pueden servir de estímulo para mejorar las capacidades propias y así ser más apto, competente y competitivo. De forma alegórica puede hablarse de competir contra uno mismo para referirse al deseo de superación personal que puede servir para mejorar individualmente. Esta forma de perfeccionamiento tiene dos problemas: un agente en solitario tal vez no pueda saber qué nivel de aptitud es posible alcanzar y quizás se conforme con poco; y la ausencia de auténticos rivales puede significar que las emociones competitivas no se activan de forma adecuada y el esfuerzo realizado es insuficiente. La competencia contra otros permite disponer de referencias de lo que es posible y de modelos a imitar, y además despierta deseos intensos de victoria que incentivan el rendimiento propio. Los humanos son agentes muy preocupados por su estatus social, y en algunos ámbitos este se consigue al superar a otros (combates, competiciones deportivas, éxito profesional).

Cooperación

La cooperación se realiza cuando se espera que sea eficiente, beneficiosa, que incremente los rendimientos del trabajo aislado o autónomo, que aproveche sinergias. La cooperación no siempre es beneficiosa porque aunque es posible conseguir más al cooperar varios agentes, ese resultado hay que repartirlo o dividirlo entre más individuos, y la cooperación no siempre es más eficiente porque tiene costes de búsqueda (encontrar al cooperador, comprobar competencia y fiabilidad) y coordinación (costes de transacción, de gestión, de vigilancia, de contabilidad). La cooperación puede estar mal coordinada y siempre es posible el fracaso.

La acción individual puede fallar, y la cooperación entre individuos puede fallar por más motivos: porque falle alguna acción individual o porque falle el ajuste o coordinación entre ellas. La cooperación a menudo es difícil y puede salir mal: malentendidos, mala ejecución, errores, trampas (incumplimiento de lo acordado), expectativas frustradas. El fracaso o la ruptura de la cooperación puede ser muy costoso y doloroso, incluso llevando del amor al odio (proceso típico en relaciones afectivas sexuales y otras alianzas rotas o traicionadas).

La cooperación puede ser beneficiosa para unos pero no para otros según lo que se aporte a la cooperación y lo que se reciba de ella. Un problema esencial es la asociación con tramposos o parásitos que reciben pero no aportan valor: conviene detectarlos y evitarlos, y comunicar fielmente a los otros que uno es un buen cooperador mediante señales honestas costosas de reputación, honorabilidad y competencia. Las posibilidades de cooperación dependen mucho de la confianza, del carácter moral de los individuos y de las instituciones sociales que velan por el cumplimiento de los acuerdos.

Los agentes pueden tener diferentes habilidades y capacidades de realizar trabajo (energía o potencia si es por unidad de tiempo). Las acciones son de diferentes tipos, requieren diversas habilidades y pueden ejecutarse con diferente intensidad. La cooperación incrementa la capacidad total de acción tanto en fuerza total como en habilidad. Tareas difíciles o imposibles para uno solo (por no disponer de la fuerza, velocidad, o combinación de habilidades suficientes), son accesibles a dos o más cooperadores.

La cooperación puede realizarse mediante la unión de esfuerzos iguales o mediante la división en funciones diferentes complementarias. Ambos tipos requieren de una adecuada coordinación para que la cooperación sea efectiva y eficiente.

Al unir esfuerzos iguales varios cooperadores hacen lo mismo, suman el mismo tipo de trabajo (quizás con diferente intensidad y habilidad) y consiguen un efecto total mayor cuantos más sean y más se esfuerce cada uno. Ejemplos: varios individuos empujan o tiran de un objeto; una cadena de transporte de cubos de agua; múltiples soldados de un mismo tipo como arqueros o fusileros; varios vigías observando; remeros en una barca. El resultado total puede ser una simple suma lineal de los resultados individuales (suma vectorial de fuerzas), pero también puede ser mayor (levantar entre varios algo muy pesado que uno solo no puede; desplazar un objeto al superar el umbral de rozamiento; hacer suficiente daño a un enemigo como para anularlo), o menor (si los esfuerzos interfieren de forma destructiva o no se aprovechan en su totalidad, como unos remeros estorbándose al golpearse sus remos o remando en sentidos opuestos, soldados que disparan contra el mismo enemigo ya muerto, soldados que disparan contra otros soldados del mismo ejército).

Al dividir el trabajo los agentes realizan tareas especializadas diferentes y complementarias: distintos trabajadores de una empresa, soldados diferentes en un mismo ejército como infantería o caballería. La división del trabajo a la que se refiere la ciencia económica no consiste en repartir un mismo trabajo entre varios agentes en unidades más pequeñas (dos traductores que se encargan de dos partes de un libro, dos trabajadores que cavan trozos de una zanja), sino en hacer cosas distintas.

La división del trabajo puede incrementar los rendimientos del mismo porque permite a los agentes descansar de una tarea mientras realizan otra (cavar una madriguera, vigilar en busca de peligros, cuidar de las crías, buscar alimento), o porque los agentes pueden entrenarse y especializarse en una función concreta; los trabajadores humanos además pueden producir y aprender a usar herramientas específicas para muy diversas tareas (bienes de capital duraderos).

La cooperación puede ser puntual, basada en relaciones no duraderas (intercambios comida por sexo en animales; intercambios comerciales en los mercados), o puede realizarse de forma estable, continua en el tiempo, repetida, en grupos organizados internamente (tribu, empresa): estos pueden tener un patrimonio compartido, actúan colectivamente con algunos intereses comunes, y los miembros se ayudan unos a otros. Es común considerar que la cooperación sólo se da entre miembros de un grupo estable, o con trabajadores físicamente próximos o unidos de algún modo o con un interés común, pero los intercambios puntuales entre desconocidos también son cooperativos.

Negociación

Las condiciones de la cooperación pueden formalizarse mediante un contrato o sistema de reglas. La cooperación puede requerir algún tipo de negociación para acordar qué recibe y da cada parte, cuáles son las condiciones de la cooperación. La negociación es un proceso parcialmente competitivo y sin garantías de éxito en el cual las partes piden (o exigen) y dan (o conceden), empujan y ceden, obtienen derechos y asumen deberes, normalmente intentando conseguir las mejores condiciones posibles, obtener más y renunciar a menos, pero sin forzar tanto que la cooperación no se lleve a cabo o se rompa.

El poder y habilidad de negociación de las partes puede ser diferente: depende de cuánto se necesite la relación cooperativa y de si existen o no otros cooperadores alternativos posibles. Una estrategia común de negociación incluye no mostrar cuánto desea uno un acuerdo (hacer creer que interesa poco, proponer como comprador un precio bajo, mencionar alternativas), enfatizar o exagerar los sacrificios propios, y convencer al otro de que un intercambio o pacto es muy beneficioso para él. En la negociación es muy útil conocer a la otra parte, saber qué quiere conseguir y qué puede aportar.

La negociación puede suceder antes de la cooperación o durante la misma si esta es duradera, cambiando las condiciones. La negociación puede tener componentes de competencia violenta, como cuando una parte amenaza a la otra con algún tipo de daño si no acepta ciertas condiciones (acuerdos con mafiosos, piquetes sindicales). Durante la cooperación o tras la misma pueden presentarse reclamaciones para aclarar las condiciones o reclamar incumplimientos de lo pactado.

Grupos

Las relaciones cooperativas tienden a producir grupos relativamente persistentes y cohesionados de individuos que conviven y comparten intereses: son alianzas duraderas que pueden reducir costes de búsqueda y transacción y riesgos o problemas de confianza y lealtad. Los grupos no son sólo unidades internamente cooperativas: externamente suelen ser unidades competitivas contra otros grupos, especialmente en el caso de los seres humanos y la guerra.

Dentro de un grupo puede haber relaciones de cooperación y competencia entre los mismos agentes: los trabajadores cooperan y cumplen sus funciones para la empresa, pero compiten por un ascenso, por poder, por influencia; los jugadores dentro de un equipo cooperan para derrotar al rival pero compiten para ser titulares y no reservas, para ser más importantes, tener más protagonismo y recibir más atención, y para conseguir mejores condiciones contractuales (recompensa salarial); los equipos de una liga deportiva compiten para ganar partidos, campeonatos y los premios asociados, pero cooperan para ofrecer un espectáculo interesante a los espectadores; las empresas de un determinado sector compiten por trabajadores, proveedores y clientes, pero pueden cooperar para obtener alguna subvención o protección para el sector.

Los grupos son unidades cooperativas que pueden verse dañadas si existe demasiada competencia interna destructiva. Para evitarla o limitarla los grupos suelen utilizar reglas que prohíban o encaucen las actividades competitivas. Las agresiones internas están prohibidas y son castigadas. La búsqueda individual de estatus social se regula para que beneficie en lo posible al grupo: los honores (premios, reconocimientos, nobleza) y los ascensos en la jerarquía del poder (cargos de gobierno, autoridades) están condicionados (al menos en principio) a los servicios prestados al colectivo. Algunos grupos fomentan la igualdad o la uniformidad, e incluso pueden desincentivar o evitar las muestras ostentosas de superioridad de belleza o riqueza (normas religiosas de vestimenta, de modestia, humildad, discreción, recato, decoro) para así evitar costes de señalización y riesgos por envidias y rencores entre los miembros.

Sociedad, mercado y libertad

Las sociedades libres tienden a producir combinaciones adecuadas de cooperación y competencia dentro de marcos normativos respetuosos de los derechos individuales de propiedad: tanto la cooperación como la competencia se deciden de forma voluntaria, y la competencia legítima es no violenta. Los contratos recogen acuerdos que regulan relaciones cooperativas duraderas. La existencia de alternativas en competencia permite elegir con quién cooperar. La competencia, o la posibilidad de la misma, estimula o incentiva a trabajar bien, a ser eficiente, a mejorar, a innovar: es un proceso de descubrimiento de los productores de cómo satisfacer a los consumidores y de cómo realizar procesos productivos de bienes y servicios de forma más eficiente.

Nadie está obligado a cooperar o competir, la cooperación no está prohibida, y sólo la competencia violenta está prohibida. Obligar a cooperar puede unir a individuos que no quieren asociarse. Prohibir o limitar la competencia puede implicar que no te dejen elegir libremente con quién cooperar. Es posible que quienes quieren obligar a otros a cooperar sean malos cooperadores (y por eso no son elegidos libremente como asociados), y que quienes quieren prohibir la competencia sean incompetentes o malos competidores (y por eso tienden a fracasar o ser derrotados por otros en un mercado libre).

El altruismo (y II)

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Como todas las demás conductas de un organismo, el comportamiento egoísta o altruista se controla y decide mediante mecanismos o capacidades de cognición y generación de valoraciones que son resultado de la coevolución adaptativa de múltiples seres vivos en interacción.

Las capacidades cognitivas permiten a cada organismo reconocer y distinguir a otros individuos y así poder practicar el altruismo selectivo (con parientes) o recíproco (con otros cooperadores). Las capacidades cognitivas son limitadas e imperfectas: existe la posibilidad de cuidar por equivocación de un organismo no emparentado creyendo que es una cría propia, o ayudar a un agente que en realidad no es un buen cooperador o no es miembro de un grupo de ayuda mutua pero pretende serlo. Este error puede ser provocado por algunos parásitos, que intentan aprovecharse de los mecanismos altruistas haciéndose pasar de forma engañosa como parientes o miembros del colectivo, mimetizándose con ellos, adquiriendo rasgos superficiales identificables que confundan a los benefactores; estos a su vez pueden desarrollar defensas para no ser engañados: la evolución produce carreras de armamentos entre sistemas de detección y sistemas de engaño.

Las valoraciones de los agentes son subjetivas en el sentido de que son generadas por cada individuo y dependen de sus características y circunstancias particulares. Pero estas preferencias no son arbitrarias: surgen evolutivamente mediante generación de variantes y retención de las versiones exitosas, de modo que las valoraciones de los agentes supervivientes tienden a reflejar cálculos inconscientes acertados de beneficios y costes, directos e indirectos, para el individuo y para sus semejantes. El placer y el dolor tienden a reflejar lo adecuado y lo inadecuado para la vida, son señales de valor biológico.

Las valoraciones son generadas por la estructura y la actividad del cerebro de cada organismo, las cuales dependen de influencias genéticas y ambientales (historia y circunstancias particulares de cada individuo, cultura común). En organismos sociales con sistemas cognitivos sofisticados las preferencias pueden generarse dinámicamente de forma interactiva y recursiva: cada individuo puede influir sobre las valoraciones de los demás y a su vez forma sus preferencias teniendo en cuenta influencias ajenas.

Algunos seres vivos son individualistas, no cooperan en grupos sociales. Prefieren vivir solos, no desean compañía ni la necesitan. Pueden ignorar a otros organismos o percibirlos como oportunidades (comida) o amenazas (depredadores o competidores por recursos escasos como el territorio).

Algunos sujetos cooperan simplemente porque valoran más lo que reciben que lo que dan: es posible construir evolutivamente agentes con preferencias puramente egoístas que cooperen solamente porque comprenden el posible beneficio de ciertos intercambios, sin necesitar de preocuparse por el bienestar ajeno. Pero el intercambio pactado de forma explícita requiere una cognición avanzada y capacidades lingüísticas que no están al alcance de todos los seres vivos.

La cooperación estable entre organismos puede conseguirse si las valoraciones de un agente consideran el bienestar de otros individuos (o simplemente provocan conductas que benefician a otros): relaciones de amor, amistad, filantropía. Los sentimientos de unos por otros (o por el grupo) fomentan la construcción de agregados estables basados en relaciones fiables.

La acción altruista puede conseguirse mediante mecanismos emocionales que generan bienestar psíquico o placer al ayudar, o que producen malestar o remordimientos si no se ayuda: las valoraciones de un agente tienen en cuenta las necesidades y preferencias de los demás, de modo que este disfruta al hacer algo por ellos, o sufre si no lo hace (empatía). Una emoción básica que genera comportamiento altruista es el amor de los progenitores por las crías, que los motiva a cuidarlas hasta su madurez. Estos afectos pueden extenderse a la pareja reproductiva o a otros cooperadores miembros de un grupo de asistencia mutua (amigos, camaradas).

Es posible construir altruistas ingenuos que den sistemáticamente a todos sin condiciones y sin recibir nada a cambio y disfruten al hacerlo, pero esto tiende a disminuir sus propias posibilidades de supervivencia y se autoeliminan rápidamente. Los procesos de decisión de la conducta altruista deben considerar los costes para quienes la proporcionan y los beneficios para quienes la reciben (y si se trata de altruismo recíproco o intercambio, esos mismos elementos con los roles invertidos). Los sentimientos que motivan la conducta altruista discriminan según el estado de necesidad del receptor, la capacidad del donante y la relación entre ambos (parentesco, pertenencia al mismo grupo, posibilidad de reciprocidad).

Los receptores de ayuda pueden intentar estimular las conductas generosas de otros: las crías parecen adorables y encantadoras, o activan mecanismos de angustia y preocupación en sus progenitores (llantos); algunos miembros del grupo se presentan como necesitados, dan pena (mendigos). Los potenciales donantes pueden intentar defenderse de las influencias ajenas modulando su sensibilidad para no ser parasitados por hábiles manipuladores: crías que exageran su necesidad, vagos que se presentan como víctimas.

Algunos actos altruistas, especialmente los asimétricos entre progenitores y crías, se basan fundamentalmente en la satisfacción psíquica del donante, quien no espera recibir nada a cambio además de las manifestaciones de amor por parte de las crías, que refuerzan el placer, fortalecen los sentimientos y estabilizan la relación. Pero en el altruismo recíproco debe haber sentimientos y actos complementarios en ambos sentidos: el receptor agradece la ayuda y se siente obligado o en deuda con el donante, de modo que intenta devolver el favor para mantener la relación cooperativa y no aparecer como una carga neta para los demás.

Surge entonces el problema de cómo estimar el valor de los bienes o servicios entregados y recibidos. Para que las relaciones de cooperación sean simétricas y de mutuo beneficio, y aunque las valoraciones individuales sean subjetivas, los grupos sociales intentan de algún modo conseguir referencias comunes que sirvan para estimar cómo saldar satisfactoriamente deudas pendientes (valores objetivos o intersubjetivos, criterios de justicia que sirven también para compensar por daños causados). Los pactos contractuales formalizan las relaciones de cooperación especificando qué debe cada parte entregar y recibir, pero estos no siempre son posibles o deseables (tienen costes de transacción y pueden debilitar los vínculos emocionales).

Los organismos inteligentes capaces de distinguir a otros individuos y recordar su historia de relaciones pueden asignarse unos a otros un estatus o reputación (positiva o negativa) como cooperadores. El agente altruista cuya acción es percibida y valorada por otros está invirtiendo en su capital social, el cual puede proporcionarle beneficios futuros: para conseguir esto la acción debe ser conocida de algún modo (no ocultada) y valorada positivamente (no vale cualquier acción).

La dinámica de la gestión de la reputación es compleja. Los miembros de un grupo intentan influir sobre los demás para obtener beneficios, para conseguir su ayuda, para orientar la acción ajena (individual o colectiva) según sus preferencias e intereses; y lo hacen de forma parcialmente honesta y parcialmente tramposa, engañando si creen que no serán descubiertos, y evitando en lo posible ser engañados o manipulados (hipocresía natural).

Los individuos envían (consciente o inconscientemente) señales a los demás intentando mostrar que son buenos cooperadores para mejorar su reputación o estatus moral en el grupo, enfatizando los sacrificios propios y los beneficios para otros. Pero las señales pueden manipularse y el lenguaje permite la mentira y la distorsión: es posible exagerar las aportaciones propias (o minimizar las de los competidores), o fingir necesidad y presentarse como víctimas.

Además las señales demasiado obvias o directas pueden estar mal vistas, pueden generar tensiones y envidias: cada individuo intenta entonces fomentar su propia reputación sutilmente (quizás de forma indirecta mediante afiliaciones o alianzas con otros que tengan prestigio y que hablen bien de él), dentro de un marco de sentimientos y normas morales que fomentan la humildad y disuaden contra la ostentación para evitar excesivas desigualdades y fricciones dentro del grupo (resentimiento de los fracasados frente a los triunfadores).

Las acciones tienen intenciones y resultados. Un agente puede tener intención de ayudar, pero los resultados de su acción pueden ser nocivos para los receptores (daños inmediatos, generación de dependencias), porque tienen valoraciones diferentes o porque el agente no controla por completo las consecuencias concretas de su acción.

Además de las acciones altruistas, existen conversaciones sobre dichas acciones y sobre el altruismo en abstracto. Los agentes pueden presentar sus acciones como bien intencionadas, desinteresadas; la gente habla del altruismo, lo promueve, lo valora positivamente, asegura que pretende lo mejor para todos: así intentan mejorar su imagen, su estatus moral, con muy poco coste (hablar suele ser mucho más fácil que actuar con éxito); y al promover el altruismo cada uno intenta fomentar que los demás tengan conductas altruistas, de las cuales eventualmente pueden obtener algún beneficio como receptores de los efectos de las mismas.

Las conductas altruistas, inicial o fundamentalmente instintivas, pueden reforzarse mediante herramientas culturales como mitos o ideas religiosas que indican conductas a imitar o evitar y que suelen incluir incentivos y desincentivos para las mismas (premios y castigos, promesas de vida eterna y placentera para los buenos cooperadores, dolor infernal para los egoístas).

El altruismo (I)

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Los seres vivos son agentes que operan en la realidad física, emplean recursos escasos, y guían su conducta mediante mecanismos cognitivos que incluyen distinciones y valoraciones acerca de cosas, estados, eventos y acciones (sensibilidad, preferencias, emociones, sentimientos).

Un agente puede hacer cosas exclusivamente para sí mismo (egoísmo), o puede hacerlas por el bien de otros (altruismo): conseguir comida para mí o para otros; protegerme a mí o defender a otros; aprender algo solo para mí o compartir el conocimiento. En un acto altruista un agente proporciona un beneficio a otro asumiendo un coste o un riesgo para sí mismo: un animal entrega alimento a otro (que él ya no puede consumir) o se pone en peligro para defenderlo.

El agente que se ocupa exclusivamente de sí mismo, que dedica todos los recursos disponibles a su propia supervivencia y desarrollo, tiene en principio ventajas evolutivas sobre el agente que asume costes en favor de otros; y los receptores de ayuda ajena tienen ventaja sobre quienes no reciben ninguna ayuda.

El altruismo unilateral e indiscriminado, de un agente que da a todos pero no recibe de nadie, es prácticamente imposible porque los agentes que lo intenten tienden a extinguirse, a eliminarse a sí mismos en la competencia evolutiva por la supervivencia: los parásitos o gorrones, que reciben sin dar, proliferan a costa de los ingenuos sacrificados, que dan sin recibir.

Puede existir el altruismo cuando es selectivo o recíproco: cuando se limita a ciertos beneficiarios de forma discriminatoria y excluyente; o cuando el altruista da pero también recibe. Frecuentemente la selectividad y la reciprocidad aparecen juntas: el agente ayuda a aquellos de quienes a su vez recibe ayuda.

La forma más esencial de altruismo selectivo sucede cuando un agente ayuda a otro agente idéntico o muy semejante: el beneficiario y el benefactor son elementos de la misma clase. Las especies cuyos miembros no sólo se mantienen a sí mismos de forma independiente sino que se ayudan unos a otros pueden ser especialmente exitosas o incluso dominantes. Los componentes de la especie deben alcanzar un compromiso sobre cuántos recursos dedican a su propio mantenimiento y cuántos a ayudar a otros, sopesando beneficios y costes.

Un caso particular especialmente importante de este altruismo selectivo es la reproducción, la generación de nuevos miembros o copias de la especie. Los organismos progenitores dedican algunos recursos (inversión parental) a la producción de las crías: estos recursos pueden ser mínimos, como una célula a partir de la cual el nuevo organismo debe valerse por sí mismo; o mayores, cuando los progenitores cuidan de los vástagos durante algún periodo de crecimiento y desarrollo hasta su madurez. Mediante la selección de parentesco los genes programan cerebros que ayudan a otros organismos con los mismos genes, por lo general sus hijos o parientes cercanos. La relación entre padres e hijos es por lo general asimétrica: la ayuda sólo fluye de padres a hijos.

El altruismo recíproco o cooperación sucede cuando un organismo es beneficiario y benefactor: ayuda a algunos pero también recibe ayuda de otros, asume costes que le compensan porque también recibe algún beneficio mayor y su resultado neto es positivo.

La entrega y la recepción de ayuda pueden ser simultáneas, inmediatas, como en un intercambio presente de bienes o servicios o el reparto de lo obtenido con un esfuerzo común; o pueden ser diferidas en el tiempo. La reciprocidad puede ser directa (entre dos organismos que intercambian sus papeles como benefactor y beneficiario) o indirecta (un organismo ayuda a otro pero recibe ayuda de otro diferente).

En el altruismo diferido el primer benefactor corre el riesgo de que su beneficiario no le devuelva el favor en el futuro, o que le devuelva algo menos valioso. Para evitar a los parásitos y colaborar sólo con los buenos cooperadores es conveniente ser capaz de distinguir y recordar (percepción y memoria) qué otros individuos son honestos y cuáles son tramposos, para concentrarse en cooperar con los buenos y evitar a los aprovechados. Los individuos pueden utilizar señales que comuniquen buena reputación, capacidad y buena voluntad como cooperadores; el lenguaje permite compartir información sobre experiencias pasadas exitosas o fracasadas con diferentes agentes (quién es buen o mal cooperador).

El altruismo indirecto sucede en grupos delimitados de cooperadores que existen porque proporcionan mayor seguridad y capacidad de acción a sus miembros: el beneficiario contribuye algo a alguna causa común (defensa del grupo, ayuda a necesitados) de la cual también se beneficia (inmediatamente o cuando lo necesite). El grupo precisa, para ser eficiente en la competencia con otros grupos, mecanismos de supervisión que vigilen que los elementos no sean una carga neta: el grupo puede seleccionar a sus miembros, filtrando a posibles candidatos para que no se infiltren parásitos o expulsando a los elementos nocivos. La pertenencia al grupo implica obligaciones y derechos de ayuda para todos los miembros: la conducta individual se regula para fomentar la cooperación y evitar la competencia destructiva.