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Indudablemente, uno de esos logros del pasado reciente es el denominado Estado del bienestar: es incontestable que gozamos de uno de los mejores sistemas de sanidad del mundo y tenemos un sistema educativo que, aunque con deficiencias notables, posibilita y favorece la igualdad de oportunidades. En definitiva, España es de los pocos países del mundo que pueden permitirse el lujo de disfrutar de un verdadero Estado del bienestar, y no debemos permitir que se nos prive de él.

Religión y violencia, de Olegario González de Cardedal

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… la economía neoliberal necesita de estados cada vez más autoritarios para su funcionamiento. En efecto en las últimas décadas para poder aplicar las recetas neoliberales se ha necesitado de manera creciente deshacerse de atributos clásicos de la democracia, diluyendo ese lazo difuso que había mantenido capitalismo y democracia liberal unidos durante los últimos 100 años. O lo que es lo mismo, en el presente estado de desarrollo capitalista –con una expresión paradigmática en la eurozona- para poder aplicar las recetas neoliberales, se necesita trasladar de manera creciente la toma de decisiones desde instituciones de donde emanaba la soberanía –con sus problemas y limitaciones- hacia instituciones opacas al control democrático –los llamados mercados-.

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La obra de Milton Friedman constituye una referencia ineludible para comprender la auténtica naturaleza del denominado neoliberalismo. Laureado con el Premio Nobel de Economía en 1976, es sin lugar a dudas el referente más importante de la teoría política monetarista, que orienta e inspira la política económica adoptada en muchos países del mundo y muy especialmente en la Unión Europea. Sus ideas y opiniones, ancladas en la prehistoria de la ciencia económica, han adquirido una influencia cada vez mayor en nuestro continente a medida que la crisis se ha ido transformando en una recomposición capitalista en clave autoritaria y conservadora. Por decirlo claramente: la teoría elaborada por Milton Friedman y otros ideólogos conservadores como Hayek, constituye la sustancia vertebradora de la tentativa reaccionaria que se proyecta en la actualidad sobre el teatro político de Europa. Su apelación al mercado como principio rector de la organización social y económica ocupa un lugar preponderante en la praxis económica de los gobiernos europeos, tanto de las potencias centrales como de los países periféricos que comparten el espacio económico de la eurozona.

… La separación de política y economía, he aquí el núcleo duro del pensamiento neoconservador progresivamente difundido a partir de la II Guerra Mundial. La clave es excluir al Estado de la economía para consagrar el imperio del mercado, la ley del más fuerte, el darwinismo social que se reproduce en el mercado. La abstención del Estado en la economía permite que la explotación capitalista se reproduzca sin turbulencias, viabilizando un programa abiertamente reaccionario y favorable a los sectores más privilegiados de la sociedad. A veces, hay que decirlo, son necesarias ciertas dosis de despotismo político para imponer planes de ajuste estructural a las poblaciones, pero eso nunca ha representado un problema para los ideólogos del neoliberalismo. Milton Friedman lo admitía con una naturalidad pasmosa, casi con desparpajo, afirmando que sus recetas económicas sólo podrían aplicarse si el Estado disponía de suficiente fuerza política para imponerlas.

… el proceso de construcción europea concentra y resume los principales postulados de la doctrina neoliberal arriba enunciada: crear un marco político que reduzca a la mínima expresión la gestión de la economía a través de las políticas macroeconómicas, bajo la premisa de que el mercado constituye un sistema estable que tiende a autorregularse. Esta ha sido la constante desde sus primeros pasos en el Tratado de Maastricht, cuando se aprobaron los criterios de convergencia, hasta las reformas más recientes que pretenden reforzar la gobernanza de la zona euro (Pacto por el Euro, Pacto Fiscal). Esta realidad pudo permanecer oculta mientras el crecimiento económico extendía un velo de silencio sobre las destrucciones sociales que estaba provocando el mercado único, pero la crisis ha revelado de manera despiadada la auténtica naturaleza del proyecto europeo: una gigantesca operación política orientada a secuestrar la soberanía popular y sustraer las políticas económicas al control democrático de la ciudadanía.

La existencia de la moneda única y de un Banco Central independiente definieron un espacio económico progresivamente liberado de las interferencias y regulaciones que tradicionalmente han caracterizado el modelo europeo, alumbrando un nuevo tipo de capitalismo puro, hipercompetitivo y plenamente mercantilizado. … Atados de pies y manos, los gobiernos de la periferia quedaron atrapados en la trampa del mercado autorregulado, sin apenas margen de maniobra. … los recortes no han hecho sino agravar los problemas de crecimiento y alejar los objetivos de reducción del déficit, provocando una espiral diabólica que agudiza y empeora la situación de crisis.

Llegados a este punto del razonamiento, se entiende mucho mejor la verdadera naturaleza del proceso de construcción europea, en la que conviene insistir de nuevo: separar al Estado de la economía para que la explotación capitalista se desarrolle sin turbulencias. Lógicamente, si el tipo de cambio ha desaparecido, la política monetaria ha sido transferida y la política fiscal se encuentra limitada por una estricta disciplina presupuestaria, la única variable que puede servir de base para un ajuste económico en una situación de crisis es la flexibilidad de los salarios. Esto es lo que explica que las actuaciones estatales de control sobre el mercado y de protección de los derechos sociales estén siendo destruidas al ritmo de los dictados de la unión económica y monetaria. El dumping social no sólo no se ha combatido, sino que se ha fomentado, situando la regulación del trabajo asalariado como único factor de competitividad y desencadenando un feroz darwinismo normativo para reducir los estándares laborales y de protección social.

En este contexto, salir del euro constituye una alternativa posible y deseable para nuestro pueblo, que se enfrenta a la necesidad de recuperar la soberanía para superar la gravísima crisis que atravesamos. Como he defendido en otro lugar, ello sería el primer paso de una estrategia constituyente que pretenda el reequilibrio de la economía en el marco de un desplazamiento del poder económico y social hacia el Trabajo. Una estrategia que empieza con el impago de la deuda soberana y se amplía a una salida unilateral del euro que permita a nuestro país escapar del cataclismo de la devaluación interna impuesta por la Unión Europea. La solución no pasa por un europeísmo débil y subordinado al diktat de Berlín, sino por trabar relaciones de solidaridad entre las clases populares del Estado con la finalidad de impulsar una alternativa general para romper con la Europa de Maastricht. Es la hora de abolir el euro, recuperar la soberanía y encarar una reconstrucción europea al servicio de los pueblos y no de los poderosos. Mañana podría ser demasiado tarde.