Tonterías selectas

Bill Gates says poverty is decreasing. He couldn’t be more wrong, by Jason Hickel

… the world went from a situation where most of humanity had no need of money at all to one where today most of humanity struggles to survive on extremely small amounts of money. The graph casts this as a decline in poverty, but in reality what was going on was a process of dispossession that bulldozed people into the capitalist labour system, during the enclosure movements in Europe and the colonisation of the global south.

Prior to colonisation, most people lived in subsistence economies where they enjoyed access to abundant commons – land, water, forests, livestock and robust systems of sharing and reciprocity. They had little if any money, but then they didn’t need it in order to live well – so it makes little sense to claim that they were poor.

… Over the four decades since 1981, not only has the number of people in poverty gone up, the proportion of people in poverty has remained stagnant at about 60%. It would be difficult to overstate the suffering that these numbers represent.

This is a ringing indictment of our global economic system, which is failing the vast majority of humanity. Our world is richer than ever before, but virtually all of it is being captured by a small elite. Only 5% of all new income from global growth trickles down to the poorest 60% – and yet they are the people who produce most of the food and goods that the world consumes, toiling away in those factories, plantations and mines to which they were condemned 200 years ago. It is madness – and no amount of mansplaining from billionaires will be adequate to justify it.

Límites, fascismo territorial y la derecha sin complejos, de Yayo Herrero

Madrid: no equivocarse de bando, de Juan Carlos Monedero

Europa no tiene problemas con los países europeos que quiebran los derechos humanos. Nunca ha sancionado a ningún país por dejar que se ahoguen inmigrantes en el Mediterráneo, porque disparen balas de goma a negros muertos de hambre y de frío que quieren llegar en una balsa de juguete y se ahoguen, porque se exploten a trabajadores y que mueran por negligencia de sus patronos. En España, cada tres días mueren cinco trabajadores. Pero la UE nunca ha amenazado con abrir un expediente sancionador a España por ese genocidio silencioso.

Desde los años 80, Europa empezó a asumir que iba a desmantelar el Estado de bienestar, y una de las debilidades que tienen los conservadores ingleses es que no pueden argumentar que la Unión Europea ya les obligue a ningún tipo de programa socialista. Es esa política neoliberal la que alimenta el crecimiento de la extrema derecha. Extrema derecha que en Europa tiene tintes críticos con la globalización y en España son régimen (a favor de los recortes del Banco Central Europeo, monárquicos, partidarios de bajar los impuestos a los ricos y obedientes con las multinacionales).

Desmontando a las VTC: son negocios sobre ruedas, no economía colaborativa, de Eduardo Bayona

Tonterías selectas

Orgullosos de ser machistas, de Rosa María Artal

«Yo no soy una mujer maltratada», de Barbijaputa

La empresa, más allá del beneficio, de Andrés Ortega

Elegidlos y vigiladlos, de Alberto Garzón Espinosa

Vivimos una época de cambio integral. La reciente crisis económica ha consolidado la precariedad vital como una norma social, tanto en el nivel salarial como en el acceso a los servicios públicos y a los cuidados. Cada vez somos más pobres y cada vez trabajamos más tiempo por menos dinero. Al mismo tiempo, la rueda del sistema capitalista no deja de girar aunque ya es evidente que conduce a la destrucción del planeta y, por ende, de la vida misma. Sorprendentemente, apenas hay debate público sobre esas cuestiones. Por el contrario, en nuestro país la derecha política se radicaliza al calor de la irrupción de la extrema derecha, provocando una extensión del discurso contra las mujeres, los sindicatos, los inmigrantes y de toda conquista del movimiento obrero y democrático. A nivel mundial, las fórmulas del autoritarismo neoliberal se expanden amenazando las libertades más básicas y normalizando un estado de la opinión profundamente reaccionario. En definitiva, volvemos al siglo XIX en materia de relaciones laborales y derechos mientras producimos y consumimos muy por encima de la biocapacidad del planeta. Una combinación explosiva que esboza un panorama sombrío.

Ver más allá de la ciencia, de Felipe Fernández-Armesto, historiador

… quedamos sin saber los ingredientes de la vida; y cada paso que damos hacia humanos a la carta es un desastre.

… nuestros retos actuales más urgentes y más profundos son literalmente intratables. El cambio climático seguirá perjudicando el mundo, aun si logramos las respuestas que la ciencia exige, porque la influencia clave en el clima mundial es el sol, sobre el cual no podemos ejercer influencia alguna. El gran perturbador de la estabilidad de nuestras sociedades es la desigualdad, que queda fuera del ámbito de la ciencia. El consumerismo, que está agotando los recursos del planeta, sigue descabellado. Los cambios demográficos -aumento descontrolado de la población de algunas zonas del mundo, desequilibrio generacional en los países relativamente desarrollados, y creación de tipos de familias sin precedentes en la historia con consecuencias impredecibles- son irreversibles en el término medio.

… mientras los problemas se acumulan, nuestros recursos morales y de inteligencia quedan estancados. Seguimos siendo tan malos y tan estúpidos como nuestros antecesores humanos más remotos -tal vez más, si tenemos en cuenta el hecho de que los neandertales tenían cerebros más grandes que los nuestros.

… no hay grandes perspectivas de que la ciencia nos mantenga a salvo. Más bien, tenemos que salvar a la ciencia de sus propios vicios -los procedimientos hostiles a la audacia de la investigación, la falta de atención a consecuencias no esperadas, el fundamentalismo casi religioso que excita expectativas condenadas al desengaño.

Tonterías selectas

Gestación y adopciones, de Federico de Montalvo Jääskeläinen, presidente del Comité de Bioética de España

… es la propia persona afectada, la mujer que cede temporalmente su vientre para engendrar un hijo en favor de terceros, la que decide, en términos kantianos, tratarse a sí mismo como un objeto, cosificarse.

… El deseo de tener un hijo, cuando naturalmente no es posible, no debe ni puede evaluarse negativamente, antes al contrario, positivamente, pero tratar de cumplir el deseo a través de la reproducción asistida sin, al menos, valorar que existen otras alternativas, como la adopción, puede considerarse, al menos, más discutible, sobre todo, cuando hay millones de seres humanos que nacen en contextos de abandono y vulnerabilidad. El individuo que decide libremente recurrir a las posibilidades que ofrecen las nuevas técnicas no puede, obviamente, ser culpado, pero es importante llamar a la reflexión sobre ciertos prejuicios o mitos que, habiendo surgido en determinados contextos históricos, debemos repensar si son actualmente válidos. La perpetuación de la herencia biológica podría mostrarse como un valor positivo en el pasado reciente, pero no es necesario suponer que este debe ser el caso ahora. La procreación no es más valiosa que la adopción como un medio para hacer una familia, ya que se ha dicho que el valor de la adopción es compartir una relación íntima y especial con un extraño, proceso que la hace única.

El valor de las paredes, de Andreu Missé

Solo los ángeles, de David Trueba

Una sociedad consiste tan solo en eso, en una comunidad que se arrima unida para resolver sus dramas con lealtad.

… en varias ciudades españolas se desencadenaba una huelga bastante salvaje de taxistas. En los miles de comentarios criticando lo excesos, se recordaban las malas experiencias en el taxi. Todo lo contrario de los VTC, se decía. Conductores elegantes, bien vestidos, atentos. Resulta un poco infantil no darse cuenta de que en un servicio recién llegado no ha dado tiempo para acumular malas experiencias, verlos pervertirse, envejecer sus trajes y empeorar sus coches. La sumisión a lo novedoso oculta una tremenda incapacidad para recordar las muchas ocasiones en que taxistas han ayudado en accidentes, atentados, partos, urgencias, porque también lo han hecho. Del mismo modo que los mineros protagonizaron huelgas salvajes cuando aún soñaban con preservar sus empleos. Había que oír los desprecios que entonces se les dedicaba.

Se puede estar al lado de los taxistas porque ellos representan la diferencia entre un servicio público y el negocio común. La comodidad de hoy del consumidor, como ha sucedido en otros sectores, es la coartada para desmembrar derechos adquiridos. Un servicio público consiste en horarios y precios regulados. En el medio plazo, todas las ciudades que destruyeron esta regulación se encontraron con el monopolio absoluto y los precios disparados. Los males del taxi, desde la zafiedad de algunos hasta la acumulación de vehículos bajo un mismo dueño o la especulación con las licencias provienen, esencialmente, de una mala regulación administrativa. Y no de lo contrario. Tanto PP como Ciudadanos defienden la falacia de que los servicios públicos funcionan mejor privatizados, entregados al mercado libre. Pero todo el mundo sabe que el único mercado libre es aquel que está regulado a conciencia frente a los depredadores. Más aún si el negocio se refiere a la salud, la educación, la seguridad y el transporte, los cuatro pilares de una sociedad justa. Solo cuando padecemos una tragedia somos capaces de apreciar lo que vale poseer un entramado de intereses colectivos y exigimos el músculo de lo público.

Taxidermia y uberización, de Javier Gallego

Sirviendo al mismo amo, de Juan Manuel de Prada

Tonterías selectas

Entrevista a Peter Fleming, Universidad de Tecnología de Sidney: «Si a la nueva economía le quitas las apps y la tecnología, las relaciones laborales que quedan son muy primitivas»

Hombres maltratados, no víctimas de violencia de género, de Celia Blanco

El capitalismo neoliberal crea ricos, no riqueza, de Juan Antonio Molina

A favor de los taxistas (2), de José García Domínguez

La salida del laberinto de la gestación subrogada, de Octavio Salazar Benítez, catedrático de Derecho Constitucional, Universidad de Córdoba

Tonterías selectas

Entrevista a Antonio Casilli, sociólogo: “El mito del robot se emplea desde hace siglos para disciplinar la fuerza de trabajo”

Cuando la violencia machista te enferma, de Anita Botwin

El sistema patriarcal provoca que las mujeres suframos unas condiciones de vida más duras: trabajos más precarios, menor salario, mayor pobreza, trabajos invisibilizados como la carga de los cuidados de los otros y las responsabilidades familiares, y la violencia machista que deja grandes secuelas e incluso la muerte (4 asesinadas en lo que va de año).

… Parece claro y podemos concluir que las mujeres sufrimos las enfermedades, especialmente en salud mental, porque somos educadas de manera diferente a los hombres y la sociedad en la que vivimos sigue permitiendo la violencia que sufrimos durante toda nuestra vida.

Es necesario que nos tomemos en serio las secuelas que nos deja la violencia machista y el hecho de nacer mujer. Todos estos datos demuestran que, algunas ya estamos o estaremos sentenciadas por el hecho de nacer en el bando de las oprimidas. Sanemos la sociedad para sanarnos todas.

El feminismo como certeza, de Clara Serra

La reacción antifeminista era esto, de Isabel Serra y Beatriz Gimeno

… la intrahistoria patriarcal del capitalismo. El sistema se revuelve porque el feminismo es hoy el principal movimiento de impugnación al sistema neoliberal, capaz de proponer un horizonte alternativo y un proyecto de sociedad más justo. Y la derecha lo ha leído adecuadamente. Las lecturas androcéntricas de la crisis ignoran que el capitalismo está basado en una determinada política sexual, aunque esta parezca invisible. La necesita ahora y la necesitó en su origen, como ha explicado de manera insuperable Silvia Federici. El capitalismo, al poner a los hombres al servicio de la producción (al servicio de los patronos), lo hizo separando esta del ámbito de la reproducción y estableciendo una rígida separación entre trabajo masculino (al servicio del patrón y por un salario) y femenino (al servicio del marido y gratuito). Se expropió a los hombres del fruto de su trabajo, pero a cambio se convirtió a cada uno de ellos en dueño del trabajo y del cuerpo de una o varias mujeres. Cualquier hombre, por pobre que fuera, tenía en su casa a alguien más pobre que él mismo: su mujer, como bien vio Engels. Y esto no es cosa nimia para quienes tienen poca cosa. No es solo el disfrute de multitud de servicios de cuidado, sexuales y afectivos, sino también el refuerzo para la propia subjetividad que supone la previa degradación de las mujeres, lo que inmediatamente decreta la superioridad de la otra mitad humana. Cualquier hombre puede verse el doble de grande en el espejo de las mujeres. La caza de brujas no fue sino el esfuerzo por disciplinar a todas las mujeres en su lugar de sumisión en la nueva economía, así como su subordinación psicológica y moral. Desde entonces, la mujer ha trabajado igual que siempre, pero se ha mantenido la ficción de que no lo hacía porque su salario (en caso de que lo hubiera) no debía ser más que el complemento del salario masculino, por tanto más barato, y el resto de su trabajo era su donación gratuita a su patrón/marido.

… la llegada del neoliberalismo produce una tormenta perfecta de la que las economistas feministas venían advirtiendo. Por un lado, los avances en libertades sexuales, mujeres incorporándose al mercado laboral, divorcios y baja natalidad: todo esto ha puesto en crisis la familia tradicional. Al mismo tiempo, la búsqueda del beneficio y el ataque a lo público acaba con los servicios públicos universales o los privatiza, lo que unido a lo anterior, genera una crisis de cuidados sin parangón: alguien tiene que ocuparse de las necesidades básicas de los trabajadores, del cuidado de enfermos, ancianos/as, niños y niñas y personas dependientes. Y por último, nuestros salarios no son complementarios ni secundarios, exigimos iguales salarios e iguales derechos. Por eso el feminismo supone una impugnación al sistema en su conjunto: porque el feminismo exige un Estado fuerte, más impuestos para pagar esos servicios, socialización de los mismos, más sector público. Las mujeres no podemos ser iguales ni libres si la sociedad en su conjunto no se hace cargo de todo ese trabajo que ya no queremos seguir haciendo gratis. Y eso es lo que el sistema neoliberal pretende hacer depender del dinero o, en todo caso y otra vez, devolverlo al interior de los hogares. Un sistema económico que pretende acabar con el cuidado colectivo, con la sanidad pública, con la atención a la dependencia; que ofrece vidas de subsistencia a la mayoría de la población, necesita de nuevo que las mujeres se hagan cargo de ese trabajo o el descontento irá en aumento. Y, por otra parte, el capitalismo pretende seguir utilizando a las mujeres como asalariadas baratas y precarias. Pero las mujeres no estamos dispuestas a retroceder y nuestra igualdad y libertad son innegociables.

La tradicional alianza masculina, forjada en el inicio del capitalismo, se ha roto, por eso la crisis es profunda. Los asalariados siguen explotados, pero muchos de ellos ya no son dueños de una mujer, sino que, por el contrario, son interpelados por ellas. Eso genera rabia e ira. A esa rabia se deben, entre otras cosas, el aumento de la violencia contra las mujeres (Laura Rita Segato lo ha explicado muy bien). Además, el feminismo ha conseguido algo precioso: un movimiento verdaderamente transversal, organizado pero sin líderes, amplio y radical. No hay hoy un movimiento con tanta potencia. El feminismo lo impugna todo, pretende cambiarlo todo y, eso incluye, acabar con un sistema social que genera que todos los hombres tengan privilegios sobre, al menos, las mujeres de su misma clase social. Es lógico que esto genere conflicto.

… Nosotras estamos exigiendo una sociedad del buen vivir y del bienestar, que socialice el trabajo reproductivo, el cuidado de las personas, y reparta los trabajos y los recursos. Una sociedad en la que todas las vidas valgan lo mismo y todas tengan la posibilidad de vivirse plenamente. Exigimos tiempo de vida y vida de calidad. Exigimos sociedades en las que todos los individuos estén socialmente resguardados desde el nacimiento hasta la muerte y en donde ninguna mujer sacrifique su vida por otras vidas, donde las mujeres sean para sí mismas igual que lo son los hombres, y para los demás, en la medida en que todas y todos lo seamos. Y eso implica cambios profundos y radicales en la economía, en la subjetividad masculina, en la sexualidad, en la manera en que nos construimos y nos relacionamos. Cambios y avances contra los que el neoliberalismo ha soltado a sus monstruos.

Taxistas de la gleba, de David Torres

Tonterías selectas

Taxis y VTC, guerra y paz, ciudadanos y consumidores, de Pedro Bravo

Habría que poner orden en las licencias y su compra-venta (también de los VTC, ojo). Habría que equiparar tarifas y reglas de servicio. Habría que limitar los coches a las necesidades de mercado de cada ciudad. Habría que compensar de alguna manera a los taxistas que pagaron un precio cuando la situación era otra. Habría que revisar los métodos de contratación de ambas partes. Habría que ver dónde cotizan las empresas. Habría que hacer muchas cosas que se resumen en una muy fácil de enunciar y muy difícil de conseguir: habría que lograr un acuerdo por el bien común que no está en ninguno de los dos bandos sino donde estamos nosotros, los ciudadanos. Y con esto llegamos nuestra parte.

Como decía al principio, llamamos guerra al conflicto y nos vemos obligados a elegir un frente. Desde el lado que sea, nos perdemos no sólo la complejidad del problema sino las formas en que nos afecta. Cada vez más, asumimos la posición del consumidor y nos alejamos de la del ciudadano. Como consumidores, queremos productos y servicios más baratos, más fáciles, más rápidos. Exigimos lo más conveniente para nuestros intereses individuales sin importarnos los costes sociales que acarreen, sin preocuparnos, por eso, de los intereses individuales del de enfrente. Así, al olvidarnos de lo colectivo, nos metemos de lleno en la guerra y nos oponemos unos a otros.

Como ciudadanos, deberíamos buscar lo mejor para la comunidad: deberíamos entender que las huelgas son una herramienta de presión, que la violencia es un error, que las normas nos ayudan a convivir, que el trabajo deber ser digno, que los servicios públicos tienen una razón de ser y es la nuestra, que éstos servicios y esas normas deben ser actualizadas y respetadas por todos, que hay que exigir el pago de impuestos en el territorio de operación, que la tecnología está muy bien pero que, como está en manos de quien está, también ayuda a la concentración de capital y de poder, a la desigualdad y a la creación de necesidades individuales que nos alejan de cualquier objetivo común. Deberíamos estar en nuestro sitio pero no. Estamos donde nos quiere el mercado.

A favor de los taxistas (1), de José García Domínguez

Me llamo Ana y sufro desigualdad, de Lara Contreras, responsable de Contenidos e Incidencia de Oxfam Intermón

El taxista muerto y nosotros que aún estamos vivos, de Isaac Rosa

Rivera se pregunta cosas, de Barbijaputa