Entrevista a Antonio Casilli, sociólogo: “El mito del robot se emplea desde hace siglos para disciplinar la fuerza de trabajo”
Cuando la violencia machista te enferma, de Anita Botwin
El sistema patriarcal provoca que las mujeres suframos unas condiciones de vida más duras: trabajos más precarios, menor salario, mayor pobreza, trabajos invisibilizados como la carga de los cuidados de los otros y las responsabilidades familiares, y la violencia machista que deja grandes secuelas e incluso la muerte (4 asesinadas en lo que va de año).
… Parece claro y podemos concluir que las mujeres sufrimos las enfermedades, especialmente en salud mental, porque somos educadas de manera diferente a los hombres y la sociedad en la que vivimos sigue permitiendo la violencia que sufrimos durante toda nuestra vida.
Es necesario que nos tomemos en serio las secuelas que nos deja la violencia machista y el hecho de nacer mujer. Todos estos datos demuestran que, algunas ya estamos o estaremos sentenciadas por el hecho de nacer en el bando de las oprimidas. Sanemos la sociedad para sanarnos todas.
El feminismo como certeza, de Clara Serra
La reacción antifeminista era esto, de Isabel Serra y Beatriz Gimeno
… la intrahistoria patriarcal del capitalismo. El sistema se revuelve porque el feminismo es hoy el principal movimiento de impugnación al sistema neoliberal, capaz de proponer un horizonte alternativo y un proyecto de sociedad más justo. Y la derecha lo ha leído adecuadamente. Las lecturas androcéntricas de la crisis ignoran que el capitalismo está basado en una determinada política sexual, aunque esta parezca invisible. La necesita ahora y la necesitó en su origen, como ha explicado de manera insuperable Silvia Federici. El capitalismo, al poner a los hombres al servicio de la producción (al servicio de los patronos), lo hizo separando esta del ámbito de la reproducción y estableciendo una rígida separación entre trabajo masculino (al servicio del patrón y por un salario) y femenino (al servicio del marido y gratuito). Se expropió a los hombres del fruto de su trabajo, pero a cambio se convirtió a cada uno de ellos en dueño del trabajo y del cuerpo de una o varias mujeres. Cualquier hombre, por pobre que fuera, tenía en su casa a alguien más pobre que él mismo: su mujer, como bien vio Engels. Y esto no es cosa nimia para quienes tienen poca cosa. No es solo el disfrute de multitud de servicios de cuidado, sexuales y afectivos, sino también el refuerzo para la propia subjetividad que supone la previa degradación de las mujeres, lo que inmediatamente decreta la superioridad de la otra mitad humana. Cualquier hombre puede verse el doble de grande en el espejo de las mujeres. La caza de brujas no fue sino el esfuerzo por disciplinar a todas las mujeres en su lugar de sumisión en la nueva economía, así como su subordinación psicológica y moral. Desde entonces, la mujer ha trabajado igual que siempre, pero se ha mantenido la ficción de que no lo hacía porque su salario (en caso de que lo hubiera) no debía ser más que el complemento del salario masculino, por tanto más barato, y el resto de su trabajo era su donación gratuita a su patrón/marido.
… la llegada del neoliberalismo produce una tormenta perfecta de la que las economistas feministas venían advirtiendo. Por un lado, los avances en libertades sexuales, mujeres incorporándose al mercado laboral, divorcios y baja natalidad: todo esto ha puesto en crisis la familia tradicional. Al mismo tiempo, la búsqueda del beneficio y el ataque a lo público acaba con los servicios públicos universales o los privatiza, lo que unido a lo anterior, genera una crisis de cuidados sin parangón: alguien tiene que ocuparse de las necesidades básicas de los trabajadores, del cuidado de enfermos, ancianos/as, niños y niñas y personas dependientes. Y por último, nuestros salarios no son complementarios ni secundarios, exigimos iguales salarios e iguales derechos. Por eso el feminismo supone una impugnación al sistema en su conjunto: porque el feminismo exige un Estado fuerte, más impuestos para pagar esos servicios, socialización de los mismos, más sector público. Las mujeres no podemos ser iguales ni libres si la sociedad en su conjunto no se hace cargo de todo ese trabajo que ya no queremos seguir haciendo gratis. Y eso es lo que el sistema neoliberal pretende hacer depender del dinero o, en todo caso y otra vez, devolverlo al interior de los hogares. Un sistema económico que pretende acabar con el cuidado colectivo, con la sanidad pública, con la atención a la dependencia; que ofrece vidas de subsistencia a la mayoría de la población, necesita de nuevo que las mujeres se hagan cargo de ese trabajo o el descontento irá en aumento. Y, por otra parte, el capitalismo pretende seguir utilizando a las mujeres como asalariadas baratas y precarias. Pero las mujeres no estamos dispuestas a retroceder y nuestra igualdad y libertad son innegociables.
La tradicional alianza masculina, forjada en el inicio del capitalismo, se ha roto, por eso la crisis es profunda. Los asalariados siguen explotados, pero muchos de ellos ya no son dueños de una mujer, sino que, por el contrario, son interpelados por ellas. Eso genera rabia e ira. A esa rabia se deben, entre otras cosas, el aumento de la violencia contra las mujeres (Laura Rita Segato lo ha explicado muy bien). Además, el feminismo ha conseguido algo precioso: un movimiento verdaderamente transversal, organizado pero sin líderes, amplio y radical. No hay hoy un movimiento con tanta potencia. El feminismo lo impugna todo, pretende cambiarlo todo y, eso incluye, acabar con un sistema social que genera que todos los hombres tengan privilegios sobre, al menos, las mujeres de su misma clase social. Es lógico que esto genere conflicto.
… Nosotras estamos exigiendo una sociedad del buen vivir y del bienestar, que socialice el trabajo reproductivo, el cuidado de las personas, y reparta los trabajos y los recursos. Una sociedad en la que todas las vidas valgan lo mismo y todas tengan la posibilidad de vivirse plenamente. Exigimos tiempo de vida y vida de calidad. Exigimos sociedades en las que todos los individuos estén socialmente resguardados desde el nacimiento hasta la muerte y en donde ninguna mujer sacrifique su vida por otras vidas, donde las mujeres sean para sí mismas igual que lo son los hombres, y para los demás, en la medida en que todas y todos lo seamos. Y eso implica cambios profundos y radicales en la economía, en la subjetividad masculina, en la sexualidad, en la manera en que nos construimos y nos relacionamos. Cambios y avances contra los que el neoliberalismo ha soltado a sus monstruos.
Taxistas de la gleba, de David Torres