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Más problemas del anarcocapitalismo

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

El debate sobre el anarcocapitalismo entre Juan Ramón Rallo y Miguel Anxo Bastos en la Universidad de Verano del Instituto Juan de Mariana de 2016 me ha sugerido diversas reflexiones.

Independientemente de la corrección o validez de sus ideas, el anarcocapitalismo es una teoría política (o antipolítica) extrema, muy minoritaria, y con un alto porcentaje de fanáticos e ingenuos entre sus seguidores.

La eliminación total del Estado como solución a los problemas sociales es una propuesta claramente radical, de máximos, no precisamente moderada: es una idea para rebeldes inconformistas, o para quienes buscan llamar la atención, y no es apta para grandes masas de la población que quizás prefieren refugiarse en posiciones más centradas, normales y populares, quizás sin pensar mucho al respecto.

Si los liberales somos pocos, la cantidad de anarcocapitalistas es aún menor: algunos ni siquiera se ven como liberales (como Jesús Huerta de Soto y muchos seguidores), y parecen orgullosos de ser los más fundamentalistas, integristas, selectos y fieles luchadores en la defensa de la libertad, la punta de lanza en la batalla de las ideas; los demás quizás son cobardes o acomodaticios.

El anarcocapitalismo parece una señal costosa de reputación, estatus, integridad y lealtad a la causa de la libertad: “yo soy más ancap que tú y que nadie”. Sin embargo este coste a menudo sólo consiste en declaraciones verbales altisonantes que parecen más poses teatrales histriónicas que llamadas auténticas a la revolución real contra el sistema y el orden establecido.

La mención del “Estado pequeñito” del minarquismo es objeto de humor, que puede ser muy sano (sobre todo con el acento gallego y la voz y los gestos de una persona brillante y bondadosa como Bastos), pero también es peligroso porque esto es un asunto muy serio y las risas y las burlas pueden usarse para no pensar y no contestar a las críticas: una de las funciones evolutivas del humor y la burla es cohesionar a los miembros de un grupo contra otros que son enemigos y no merecen respeto o miedo.

Además de fanáticos muy entusiasmados, muchos anarcocapitalistas me parecen ingenuos porque no ven los problemas que tienen sus ideas y no se dan cuenta de la debilidad de sus argumentos: además si se lo explicas seguramente les dará igual (sesgo de confirmación, negativa a reconocer errores, incapacidad de aprender) y repetirán los mismos tópicos año tras año, sin revisarlos o matizarlos (esto no es algo exclusivo de los ancaps, los objetivistas hacen esencialmente lo mismo, que es repetir una y otra vez un credo bastante dogmático). Aunque tus argumentos sean flojos, los repites porque te gustan, son los que conoces y los que otros fieles de tu misma parroquia esperan oír.

Es normal que muchos pensadores vean desde fuera al anarcocapitalismo y al objetivismo como enfermedades juveniles propias de adolescentes inmaduros (y que pueden superarse con la edad y la reflexión), ya que muchos de sus defensores se comportan como tales.

Creo que hay esperanza y que es posible ser anarcocapitalista sensato: verlo con simpatía, entender sus fortalezas como ideal deseado y sistema de ideas, pero estar dispuesto a investigarlo y criticarlo de forma objetiva y desinteresada, sin dejarse llevar por el fanatismo, sin ponerse orejeras, sin defenderlo a toda costa negándose a reconocer sus problemas y limitaciones.

Con los años yo he ido matizando mi postura conforme veía algún problema con los argumentos que suelen utilizarse para defender el anarcocapitalismo. Creo que Juan Ramón Rallo ha hecho lo mismo y ha seguido un proceso parecido, quizás por debates que hemos ido compartiendo a lo largo del tiempo: ha madurado mucho, ha aprendido y ya no defiende algunas de las cosas que con mucha firmeza utilizaba como argumentos contra algunos oponentes cuando era más joven. Dejo como ejercicio para los lectores la exploración arqueológica en antiguos textos y el descubrimiento de estos deslices de juventud.

Siendo el anarcocapitalismo una idea tan extrema, querida por algunos fanáticos y tan fácil de rechazar por la mayoría, conviene que los argumentos que se usen en su defensa sean muy rigurosos y sólidos, lo que a menudo no es el caso. Critico a continuación algunos argumentos típicos: que los gobernantes no utilizan un gobierno centralizado para coordinarse a sí mismos (no hay Estado dentro del Estado); que la sociedad extensa funciona sin necesidad de Estado; que el Estado no existe, que es una ficción, y en realidad sólo hay individuos; que no hay o no puede haber ningún contrato para legitimar un Estado; que el Estado no puede determinar qué cantidad y calidad de servicios de seguridad es óptima; que la ausencia de Estado puede hacer más difícil el ser conquistados por un atacante externo; que la defensa puede ser proporcionada por mercenarios o por asociaciones de entidades políticamente independientes; que la seguridad es un concepto confuso que se refiere a cosas distintas (guerra, salud, accidentes); que muchos problemas de bienes públicos o no existen o tienen solución no estatal; que el minarquismo tiene muchos problemas.

Conviene distinguir entre el Estado como unidad política constituida por unos ciudadanos, un territorio y unas leyes e instituciones, del Estado como aparato que gobierna de forma monopólica y centralizada a dicho colectivo (políticos, burócratas, funcionarios). Es cierto que los gobernantes no utilizan un gobierno para dirigirse a sí mismos, del mismo modo que el cerebro no tiene un minicerebro que lo controle. Pero esto no significa que el Estado como gobierno central monopólico sea prescindible siempre, sino que su existencia depende de ciertas circunstancias como la escala o tamaño del sistema y la complejidad de la tarea de coordinación: unas pocas personas pueden cooperar para un objetivo común sin necesidad de instaurar un mando superior; unos pocos grupos o naciones pueden convivir sin necesidad de un imperio que los gobierne. Cuando es necesaria una jerarquía de control esta puede tener varios niveles de mando (departamentos en una empresa, organización territorial subsidiaria de una nación), con cada nivel coordinando y supervisando a los inferiores, pero al ser una estructura finita el nivel superior necesariamente no tiene nada por encima.

La sociedad extensa no es lo mismo que un grupo delimitado específico: la sociedad extensa está constituida por una multiplicidad flexible de personas, grupos y relaciones entre los mismos, no tiene un interés común, ni fronteras o barreras de entrada y salida; un grupo tiene un interés común para sus miembros, mecanismos de identificación, límites y barreras de entrada y salida, y algún sistema de gobierno para gestionar sus activos comunes y el cumplimiento de sus funciones. Además un grupo sólo puede tener un gobierno centralizado, no puede tener varios potencialmente en conflicto: por ejemplo una comunidad de vecinos o un club deportivo sólo tienen una junta directiva; la naturaleza única o monopólica del gobierno no es una prohibición ilegítima de la competencia sino un requisito funcional.

El gobierno del Estado es algo más o diferente de las personas que forman parte de él, de forma semejante a como un ser humano es algo más o diferente de sus células o átomos constituyentes. No es Fulanito Pérez quien te confisca tu propiedad con los impuestos, sino que es una persona que ejerce como ministro de Hacienda, un cargo que existe más allá del sujeto específico que lo ocupa o desempeña en cada momento, y que implica una autoridad especial, unos derechos y deberes que no tienen otros individuos.

Que las ideas que se utilizan para legitimar al Estado sean ficciones o falacias no significa que el Estado en sí mismo no tenga existencia real más allá de los individuos. Hay tres entidades: los individuos, el Estado como asociación y gobierno de esa asociación, y las ideas (correctas o incorrectas) utilizadas para defender la justicia de la asociación y facilitar su funcionamiento; igual que en la religión hay tres entidades, el creyente individual, la iglesia o comunidad de creyentes con una jerarquía eclesiástica, y el ámbito sobrenatural como conjunto de ideas imaginarias falsas pero funcionales por su utilidad para cohesionar al colectivo.

Si el Estado no existe, el Estado no ha hecho nunca nada malo, no ha matado nunca a nadie y no hay razón para criticarlo y oponerse a él: han sido personas individuales, en los ejércitos todos casualmente vestidos igual, que han matado a otros individuos también vestidos igual entre ellos pero con un uniforme diferente a los primeros.

La legitimación contractual del Estado es muy difícil pero tal vez no sea imposible, y por otro lado puede tener un problema de interpretación. Es ingenuo pretender que el Estado resulta de unos individuos inicialmente autónomos y con derechos de propiedad definidos que en un momento dado deciden asociarse contractualmente: probablemente lo que sucede históricamente es que unos individuos viven en un grupo cohesionado, con normas más o menos formales, que al crecer y hacerse más complejo va formalizando progresivamente sus normas de convivencia, sus objetivos compartidos y sus criterios de pertenencia. La proclamación de una ley fundamental o constitución para una nación o grupo humano no es algo que suceda de repente y a partir de la nada, sino que puede ser la culminación de un proceso gradual de cohesión social. En ciertos casos la permanencia en un grupo puede entenderse como una aceptación tácita de las normas de dicho grupo: si el colectivo está constituido de forma legítima, es el individuo que no está de acuerdo quien debe abandonarlo en lugar de imponer cambios no deseados a los demás.

Un contrato implica un compromiso voluntario libremente adquirido y una formalización explícita del mismo. Las relaciones y asociaciones humanas no son totalmente informales o plenamente formales, sino que presentan diversos grados de formalidad según sus necesidades: la formalización es costosa y puede tener consecuencias no deseadas; puede emerger de forma gradual e imperfecta, como en el caso del derecho evolutivo. Los compromisos explícitos pueden servir para aclarar a todas las partes cuáles son las reglas y roles de cada individuo y qué se espera de ellos, pero también existen expectativas de sentido común y usos y costumbres tácitos e informales.

Es cierto que el Estado, como entidad ineficiente que es por sus problemas de información, incentivos y corrupción, no puede determinar qué cantidad y calidad de servicios de seguridad es óptima según las valoraciones subjetivas personales. Pero esto tampoco se resuelve por individuos produciendo, comprando y vendiendo en el mercado, porque la defensa es un bien especial que suele proporcionarse y recibirse de forma colectiva, en forma de cooperativa de producción y consumo. Cuánta defensa obtener y cómo conseguirlo es un problema de decisión y acción colectiva: las preferencias y capacidades de los individuos deben agregarse de algún modo para producir una única solución global, y este proceso puede resultar muy problemático. Los intercambios libres y voluntarios permiten conocer las preferencias de los individuos y la posibilidad de competencia fomenta la eficiencia, pero en algunos ámbitos no son posibles ni las decisiones puramente individuales ni la existencia de alternativas simultáneas en competencia entre las cuales elegir. Además las preferencias existen aunque no se manifiesten en elecciones individuales: puede haber individuos insatisfechos con los servicios de seguridad recibidos (por escasos o excesivos), pero también puede haber individuos que reciban grandes beneficios a costa del sacrificio de otros; y todo el mundo puede mentir en sus declaraciones verbales al respecto.

Para garantizar su supervivencia tal vez los grupos deban tender a excederse en sus gastos de defensa y no arriesgarse y quedarse cortos: existen países sin ejército, o comunidades pacifistas que renunciar al uso de la fuerza, pero pueden estar protegidas por alguna otra comunidad o corren el riesgo de ser invadidas y conquistadas o destruidas. En un entorno primitivo, sin posibilidad de pedir ayuda a aliados, un grupo incapaz de defenderse de forma efectiva seguramente será aniquilado, esclavizado o asimilado en otro.

Puede parecer irracional no renunciar a la defensa de ciertos territorios marginales y de escaso valor, como la isla de Perejil. Pero en las relaciones de competencia bélica (real o potencial) a menudo es necesario producir señales honestas costosas de que estás dispuesto a defenderte de cualquier ataque para así evitarlos. Ciertos actos son importantes por su carácter simbólico, por lo que representan, por cómo definen el carácter y la reputación de quien los lleva a cabo.

La existencia de un gobierno central podría hacer más fácil la conquista de un territorio si el enemigo consiguiera hacerse con el control de dicho gobierno y se aprovechara del aparato jerárquico organizado para el mando y de la costumbre de obedecer de los ciudadanos. Sin embargo este argumento olvida considerar que la propia organización centralizada puede hacer mucho más difícil la invasión externa y la victoria del enemigo: sin ejército organizado la posibilidad de defensa efectiva es muy pequeña, y si no existe aparato de gobierno este puede organizarse e imponerse por los invasores. Si no logran capturar un gobierno local establecido tal vez los invasores simplemente se marchen, pero también es posible que se dediquen al pillaje, a la violación y al asesinato antes de marcharse. Algunos territorios y grupos humanos no son invadidos y pueden vivir sin Estado porque no interesa a nadie conquistarlos: viven en zonas de difícil acceso, pobres, marginales.

Las guerrillas o grupos espontáneos de lucha suelen ser más molestas que realmente destructivas: funcionan mejor cuando se organizan y asemejan a ejércitos, y no suelen ganar guerras o expulsar invasores por sí solas. Las armas ligeras no suelen ganar batallas contra las armas pesadas, y además quienes poseen armas pesadas también tienen armas pequeñas.

El tema de la guerra es tan importante que conviene tratarlo de forma científica, con buenas teorías y buenos datos, y no con ideas sueltas y anécdotas anómalas y poco representativas. Hoy día la ciencia indica que no sólo el Estado hace la guerra sino que es la guerra la que hace al Estado: la necesidad de sobrevivir y dominar a otros fomenta la existencia de organizaciones centralizadas que controlan grandes grupos humanos.

Ciertos ejemplos de defensa privada, como los mercenarios en barcos mercantes contra piratas, no son equivalentes a los problemas de la seguridad de un grupo humano relativamente grande, con bienes comunes (infraestructuras públicas como calles, alcantarillado, murallas defensivas) y establecido en un territorio fijo.

Las ligas o asociaciones defensivas entre unidades políticas separadas (por ejemplo, ligas de ciudades) pueden tener diversos problemas como la necesidad de concentrar físicamente los recursos militares y la forma de garantizar el cumplimiento de los compromisos de ayuda mutua. Los Estados normalmente son territorios conexos, compactos y delimitados por fronteras bien definidas donde se concentran armas y barreras defensivas (pueden tener colonias o emplazamientos alejados por su importancia comercial o estratégica); su unidad política garantiza la defensa común con un único ejército y mando, de modo que no hay problemas de incumplimiento de pactos porque no hay unidades autónomas que puedan incumplir pactos de ayuda mutua.

La seguridad es un término amplio que puede referirse a muchas cosas: ataques externos e internos, agresiones, robos, violaciones, accidentes, enfermedades, pobreza, desempleo, calidad de bienes y servicios (alimentos, agua). La ideología socialdemócrata ha ido extendiendo el Estado a todos los ámbitos con las excusas de la igualdad, la seguridad y la solidaridad, aun cuando existen alternativas libres, privadas y no estatales perfectamente funcionales. Sin embargo la esencia más fundamental del Estado es el problema de la seguridad humana ante ataques de otros humanos, especialmente si son grupos organizados: la guerra, el ataque y la defensa.

Es posible que muchos problemas de bienes públicos no existan, no sean graves o tengan solución privada. Pero resolver otros problemas de bienes públicos, a veces poco importantes o anecdóticos (como la provisión de fuegos artificiales en las fiestas populares), no garantiza que el problema de la defensa común sea poco importante o fácil de resolver.

El minarquismo también tiene muchos problemas, pero analizarlos y enfatizarlos no implica automáticamente que la respuesta acertada, por eliminación, sea el anarcocapitalismo. Depende de cuáles sean más graves y qué soluciones puedan encontrarse a los mismos. Y tal vez no exista una respuesta clara a cuál de los dos sistemas es mejor.


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