Conferencia en el IJM: La escabrosa historia de amor entre la banca y el Estado

Conferencia en el Instituto Juan de Mariana: La escabrosa historia de amor entre la banca y el Estado

Sábado, 16/02/2013, 20:00

Francisco Capella analizará la forma en que la actividad de la banca, el Estado, el dinero y el crédito participan en la gestación de los ciclos económicos. Además, defenderá la práctica de la reserva fraccionaria y denunciará el descalce de plazos y riesgos, las leyes de curso legal forzoso, los bancos centrales y los fondos de garantía de depósitos como culpables de las crisis y las recesiones económicas.

Ver un aperitivo.

El descalce de plazos y riesgos (1)

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Los compradores quieren pagar lo menos posible y obtener la máxima cantidad y calidad, negocian tirando del precio hacia abajo. Los vendedores quieren cobrar lo máximo posible y entregar la mínima cantidad y calidad posible, negocian tirando del precio hacia arriba. Además entre ambos suele haber intermediarios, que compran a los productores (vendedores) y venden a los consumidores (compradores); puede haber varios niveles de intermediación en una estructura de producción y distribución compleja. El intermediario quiere comprar barato y vender caro con el máximo margen de beneficio posible.

Hay más intercambios (mayor actividad económica) si los intermediarios reducen su margen unitario y aceptan comprar más caro y vender más barato, pero esto desincentiva su labor (salvo que les compense una mayor rotación). Una posible solución es subvencionar a los intermediarios, pero el dinero tiene que salir de algún lado, probablemente de los bolsillos de los compradores y vendedores en su calidad de contribuyentes, o produciendo dinero (en realidad pseudodinero) a muy bajo coste (generando inflación que erosiona el poder de compra de los tenedores de dinero y activos a tipo de interés fijo).

Otra posibilidad es que los intermediarios realicen algún truco, manipulación o transformación, como un engaño sobre la calidad o seguridad de sus mercancías o servicios. El intermediario compra barato mercancía mala o insegura, y la vende cara como mercancía buena y segura. Todo el mundo parece feliz: vendedores, intermediarios, compradores, y la sociedad en su conjunto.

El problema es que el engaño no puede funcionar indefinidamente ya que eventualmente los bienes de mala calidad se muestran como lo que realmente son: se estropean, dejan de funcionar e incluso provocan accidentes y graves pérdidas. Los productores de bienes de mala calidad dejan de poder venderlos a los precios anteriores; quienes los compraron en el pasado descubren que no son tan ricos como creían; y todo el mundo odia y acusa de sus problemas a los intermediarios (estafadores, imprudentes e irresponsables).

Los bancos (y otros intermediarios financieros como la banca en la sombra) descalzan (transforman, desajustan) plazos y riesgos cuando por un lado (su pasivo) piden prestado a corto plazo y ofreciendo (presuntamente) completa seguridad a sus depositantes y demás prestamistas, y por el otro lado (su activo) prestan o invierten a más largo plazo y con más riesgo e incertidumbre.

Un prestamista (acreedor) quiere prestar con el mínimo riesgo, al mínimo plazo posible, y lo más caro posible (mayor tipo de interés); un prestatario (deudor) quiere recibir prestado pudiendo asumir riesgos, al máximo plazo posible, y lo más barato posible (menor tipo de interés). La transformación de plazos y riesgos parece contentar a todos: pero tiene un coste incomprendido por muchos, el de las crisis económicas recurrentes por descoordinación intertemporal y asunción excesiva de riesgos.

Los bancos son gestores de cobros y pagos e intermediarios financieros. Estas dos funciones son complementarias y permiten al banco aprovechar su conocimiento especializado: al tener relaciones comerciales duraderas y al conocer los ingresos y gastos y la posición financiera de un cliente, el banco puede evaluar más fácilmente su crédito y así concederle o no un préstamo. Pero estas dos funciones también pueden mezclarse de forma imprudente y destructiva, cuando el banco utiliza los saldos de tesorería de sus clientes, o su ahorro a muy corto plazo, para realizar préstamos más arriesgados y a más largo plazo.

Para realizar cobros y pagos los bancos ofrecen a sus clientes sus propios pasivos líquidos (seguros y a muy corto plazo): billetes (si pueden legalmente emitirlos y les interesa hacerlo), y depósitos en cuenta. Un banco prudente debería respaldar esos pasivos con activos de las mismas o muy semejantes características (reservas monetarias y deuda muy segura y a muy corto plazo que pueda liquidarse rápidamente en cualquier circunstancia sin pérdidas) para poder hacer frente a las eventuales retiradas de fondos de sus clientes y así ser solvente y no estar expuesto a la posibilidad de quebrar.

Como intermediarios financieros los bancos captan ahorros de muchos pequeños agentes económicos (agregación) y evalúan la solvencia de otros agentes a los cuales prestan esos mismos fondos. Prestamistas y prestatarios finales ocasionalmente podrían prescindir de intermediarios: empresas que venden sus bonos o acciones directamente a los mercados, ahorradores que los compran. Pero el banco, como cualquier intermediario, tiene conocimiento especializado que le permite por un lado asistir a los ahorradores sin esos conocimientos, y por otro internalizar los costes y beneficios de la evaluación de la solvencia de los potenciales deudores: un deudor que se evalúa a sí mismo no es fiable; un evaluador externo (agencia de calificación de riesgos) puede o no ser fiable (problemas de reputación, captura o corrupción), o proporciona un bien público por el cual le es difícil cobrar (asume el coste de investigar y pierde el control de esa información al ofrecérsela a otros).

Los bancos, como cualquier intermediario, ganan dinero porque compran barato y venden más caro: por el diferencial entre el tipo de interés que pagan a sus prestamistas y el que cobran a sus prestatarios (además de posibles comisiones). Para ser viables económicamente y dar beneficios a sus accionistas los bancos no necesitan descalzar plazos y riesgos.

Pero un banco puede caer en la tentación de intentar obtener mayores beneficios incrementando ese diferencial entre ingresos y gastos si descalza plazos y riesgos: pide prestado a corto plazo y poco riesgo (más barato) y presta a mayor plazo y con más riesgo (más caro).

Con el descalce de plazos y riesgos se expande el crédito y la economía aparenta prosperidad creciente: los bancos ganan más dinero y pueden ofrecer sus servicios a menor precio; los depositantes tienen derecho a recuperar su dinero cuando quieran con seguridad (o eso creen); los receptores de préstamos no están presionados por pagos a corto plazo y pueden embarcarse en proyectos empresariales más especulativos; la sociedad parece disponer de más ahorro e inversión sin necesidad de renunciar al consumo.

Pero el descalce de plazos y riesgos es insostenible y causa las crisis económicas. Muchos economistas (*) aseguran que la esencia de la banca es la transformación de plazos (si no lo hicieran no serían bancos sino otra cosa), que esa es su función social, la cual permite disponer de más ahorro e inversión productiva: es un error intelectual muy grave que les impide comprender los ciclos económicos de origen financiero, al no entender las componentes temporales y de riesgo del crédito (la calidad del mismo).

Como en todo timo o truco de magia, en la aparente y falaz bondad de la transformación de plazos (parece que se obtiene algo a cambio de nada) hay algo que muchos observadores no son capaces de percibir o cuya importancia ignoran: el incremento sistemático del riesgo y la descoordinación intertemporal. Todo el sistema bancario y los agentes a quienes este financia están asumiendo sistemáticamente más riesgos y extendiéndose más hacia el incierto futuro que lo que los ahorradores están dispuestos a soportar.

Mediante el descalce de plazos y riesgos los bancos no redistribuyen y gestionan los riesgos mediante leyes estadísticas de grandes números, sino que crean más riesgo, incertidumbre, fragilidad e inestabilidad, y además de forma opaca y compleja (balances incompletos o indescifrables, ingeniería financiera incomprensible). No se trata de riesgos exógenos accidentales, aislados y descorrelacionados, sino de riesgos endógenos, correlacionados (se realimentan mutuamente y tienden a manifestarse y producir efectos nocivos de forma simultánea), generados de forma sistemática, conjunta y masiva por las entidades financieras (con la inestimable ayuda del Estado).

La asunción excesiva de riesgos termina inevitablemente por pagarse en forma de crisis económicas que muestran los desajustes y descoordinaciones de la economía, tanto en el ámbito productivo real como en el ámbito monetario, crediticio y financiero. El sistema es tan frágil que termina colapsando de forma espontánea o no es capaz de resistir alguna perturbación externa.

Las crisis económicas no suceden inmediatamente, lo que las haría menos intensas: los desajustes son graduales (años), y las correcciones son bruscas (horas, días). La expansión crediticia se prolonga y tiende a ocultar los peligros y los desajustes que genera bajo una falsa apariencia de prosperidad: todos los negocios son rentables, sube la bolsa, los pisos se revalorizan, todo se vende, todo el mundo tiene trabajo. Los errores se acumulan y la burbuja se hincha gradualmente hasta que explota rápidamente y de forma catastrófica.

(*) No son solo economistas intervencionistas, como Paul Krugman (Don’t be narrow minded, If banks are outlawed only oulaws will have banks) o Bradford DeLong (The maturity transformation and liquidity transformation and safety transformation industry), quienes no entienden los problemas del descalce de plazos y riesgos. Algunos liberales (neoclásicos y austriacos) también caen en este fatal error.

Carlos Mulas y la recuperación económica

Según Carlos Mulas-Granados, profesor titular de Economía Aplicada en la UCM y director de la Fundación IDEAS:

La segunda fase es la de la recuperación, durante la cual la inversión y el consumo públicos sustituyen a la inversión y al consumo privados, para sostener la demanda agregada de la que depende la supervivencia de nuestra economía de mercado.

La economía de mercado no es propia de socialistas ni de socialdemócratas, así que resulta bastante desvergonzado que pretendan hacerla “suya” o engañar a los demás tratando de pretender que es la “nuestra”. Si existe un sector público (estatal, basado en la coacción institucional y en la redistribución ilegítima de riqueza) la economía no es de mercado, porque los mercados se supone que son libres y con derechos de propiedad respetados.

Una economía de mercado no sobrevive dependiendo del sostenimiento de la demanda agregada. El mercado es un orden espontáneo complejo espontaneo y adaptativo con múltiples ofertas y demandas de diversos bienes y servicios. Cada persona decide libremente si producir, consumir, ahorrar, atesorar o invertir. Si la demanda agregada (un concepto macroeconómico de dudosa utilidad real) cae, son los empresarios particulares los que tienen que tomar decisiones respecto a cómo les afecta ese fenómeno.

La intervención pública, que ya fue la causante de la depresión, no contribuye a la recuperación sino que la dificulta. Que ambas puedan coexistir sólo refleja lo resistentes que son los procesos de mercado frente a la incompetencia política. La intervención pública, que se supone democrática y representativa de la voluntad de los ciudadanos, va claramente en contra de las preferencias demostradas por los individuos que eligen reducir su consumo y su endeudamiento. Y es que, pobrecitos, no saben lo que hacen, y se les dice que lo que es racional para uno no lo es para el colectivo, y aquí están los tecnócratas despóticos y paternalistas para corregir nuestras decisiones.

Según Antón Costas la política es la solución

Según el catedrático de Economía de la UB Antón Costas:

Hasta donde llega mi conocimiento de la historia, me lleva a decir que la política y los políticos no han sido, en general, causa de las crisis económicas. Pero la historia también enseña que una vez que las crisis aparecen y se instalan en nuestras vidas, la política se convierte en parte fundamental de la solución.

Su conocimiento de la historia obviamente no llega muy lejos. Los políticos causan las crisis económicas por su intervencionismo, especialmente en los campos monetario y crediticio, y son parte fundamental de la solución en la medida en que dejen de intervenir.

La razón por la cual la política desempeña este papel básico en la salida exitosa es que las crisis económicas exigen poner en marcha políticas y reformas que no pueden llevar a cabo los actores privados por sí solos.

Tal vez la incompetencia personal de Antón Costas como intelectual le lleva a creer que todos los demás actores privados son como él y necesitan a papá Estado que los vigile y socialice. La típica y tópica excusa de los políticos es que son imprescindibles para coordinar a muchas personas que si no se sentirían abandonadas y desacopladas. El defensor de la política es incapaz de entender los órdenenes espontáneos adaptativos y los daños que produce el intervencionismo político.

Si cuando más los necesitamos, políticos e instituciones no saben desempeñar un liderazgo capaz de poner en común esfuerzos y voluntades, entonces surge el cuestionamiento de su función. Cuestionamiento que puede llevar al desprestigio de la vida política y, en el límite, a la desafección ciudadana…

Tal vez Antón Costas necesita a los políticos, pero sería de agradecer que no asumiera con esos plurales poco identificados que todo el mundo necesita a los políticos. Porque no todo el mundo quiere aunar esfuerzos y voluntades, y eso es la sociedad: no un proyecto común, sino un marco institucional mínimo donde cada uno persigue sus objetivos respetando que los demás hagan lo mismo en paz. El cuestionamiento y el desprestigio de la política son sanos y merecidos.

Tonterías de Amparo Estrada

Según Amparo Estrada, “la crisis actual también ha puesto al descubierto las debilidades del modelo neoliberal”:

En la mayor parte de Europa tenemos un Estado del Bienestar que no se disfruta en otros países, con asistencia sanitaria gratuita y universal, educación pública obligatoria, sistema de pensiones, subsidios de protección a los parados…

Los que lo tenemos disfrutamos tanto del Estado del Bienestar que no se nos permite decidir no participar en el mismo, como si en lugar de impedir caer en la adicción se impidiera salir de la adicción. Además es presuntamente gratuito pero hay que pagarlo, lo uses o no; y con la educación no basta con pagarla, encima hay que recibir el adoctrinamiento estatal durante unos cuantos años.

Podríamos reflexionar sobre el círculo virtuoso del gasto social. Ahora que tanto se habla de los estímulos económicos que permitan impulsar la demanda y el consumo para salir de la crisis, hay que recordar que el gasto social también ayuda a ello.

Podríais reflexionar si tuvierais un mínimo de inteligencia y supierais usarla, pero no es el caso. Efectivamente el gasto social impulsa el consumo, lo cual equivale a darle la puntilla a la economía con la excusa de estimularla. Es más bien un círculo vicioso eso de gastar más y más…

Cuando se introdujo el Estado del Bienestar, se liberó renta de los trabajadores –que ya no tenían que ahorrar para la educación de sus hijos o para la sanidad o las pensiones de su vejez– lo que mejoraba el poder adquisitivo de los salarios y les permitía destinar ese dinero al consumo, y eso, a su vez, impulsó el crecimiento económico.

¿Acaso los trabajadores no pagan impuestos para mantener el Estado del Bienestar? ¿Eso no disminuye su renta? Es cierto que durante un tiempo se puede recurrir al endeudamiento, al pan para hoy y hambre para mañana. Pero si no se ahorra (porque parece que no hace falta, todo es gratis a costa de papá Estado) el mañana nos traerá feas sorpresas: y resulta que hoy ya es ese mañana en el cual se ha consumido en exceso y la economía está descapitalizada. El crecimiento económico no se impulsó, sino que se falsificó.

Ahora deberíamos hacerlo otra vez. No se va a frenar la presión para mantener la contención de los salarios, por lo tanto es necesario mejorar el poder adquisitivo de estos garantizando unos servicios públicos que, como cuando surgió el Estado del Bienestar, permitan que los trabajadores no tengan que financiar la educación de los hijos, la sanidad o mantener gastos irracionales de transporte o vivienda.

Los progresistas siempre recomiendan en tono admonitorio las mayores idioteces: incrementemos el tamaño del Estado y sigamos gastando sin que nadie ahorre y así revivirá la economía. Y la factura que la pague otro. Sobre todo la de esos “irracionales” gastos de transporte…

Hay que mejorar la cualificación profesional de los trabajadores, con formación en nuevas tecnologías, que les dé capacidad para variar de rama de actividad o de sector, en función de la evolución de la economía y del mercado de trabajo. Eso significa renovar el sistema educativo de forma que sólo lo puede hacer el sector público.

Efectivamente el sector público es único para gestionar la educación tan mal como lo hace.

Joan Majó y los impuestos

Joan Majó, ingeniero y ex ministro socialista, está a favor de que suban los impuestos, “¡pero no ahora!”. Un liberal podría suscribir este principio si se aplicara siempre de forma consistente: hoy se pide que ahora no se suban los impuestos; cuando mañana sea hoy se pedirá que ahora no se suban los impuestos; y así indefinidamente, como aquel cartel de “hoy no se fía; mañana sí”.

Parece que Majó entiende algo sobre la crisis:

Somos menos ricos de lo que creíamos y, a base de endeudarnos, vivíamos por encima de nuestras posibilidades.

Pero lo estropea muy deprisa:

La solución de la crisis, nadie lo discute, pasa por aumentar mucho el gasto público en forma de inversiones que den ocupación y de ayudas que mitiguen situaciones socialmente difíciles.

Nadie lo discute: ¿es Majó tan tonto que cree que conoce a todo el mundo y sabe lo que piensan, o miente con total descaro? La solución a la crisis está en reducir el intervencionismo estatal, parte del cual se expresa como gasto público con la falacia de que hay que aprovechar los recursos que están ociosos y sólo el sector público puede permitirse hacerlo.

A medio plazo, los impuestos tienen que subir… Estamos en una perspectiva de incremento de impuestos en los próximos años. Modestamente, pienso que quien dice lo contrario se equivoca o intenta engañar.

Con socialistas de todos los partidos a cargo del gobierno no resulta aventurado predecir que los impuestos vayan a subir. Otra cosa es que esa subida sea una necesidad inevitable: la sociedad puede vivir mucho mejor con reducciones de impuestos que dejen el dinero en los bolsillos de sus legítimos dueños, los ciudadanos que se lo han ganado.

Mientras la crisis sigue presente y supone, entre otras cosas, una fuerte reducción del consumo, lo más inmediato es cambiar la tendencia y reactivarlo de forma selectiva y socialmente justa.

Así que los gobernantes van en contra de las preferencias demostradas de los ciudadanos, que prefieren ahorrar, reducir deuda y restringir su consumo: ellos van a reactivar el consumo, y encima de forma selectiva, en lo que ellos prefieran (cuando hablan de justicia se refieren a los mecanismos populistas más eficientes en la compra de votos mediante la distribución del expolio fiscal). ¿La democracia no consistía en que los políticos representaban la voluntad popular?

Creo un error y una injusticia seguir poniendo en el mismo saco las rentas del ahorro y las plusvalías de la especulación.

¿Qué diferencia hay entre ambas aparte de que una suena más o menos bien y la otra está cargada de connotaciones negativas? ¿Se va a privilegiar a la deuda en perjuicio de las acciones? ¿Es que no hemos tenido suficientes excesos de endeudamiento? ¿Se va a insistir en que el ahorro tiene que ser a largo plazo al mismo tiempo que se permite que los bancos desajusten la madurez de su activo y su pasivo de forma sistemática? ¿Y si los ahorradores se dedican a corregir desajustes a corto plazo? ¿Se les va a castigar por hacerlo?

Pienso que no hay errores de política. Creo que hay errores de oportunidad y aún más errores de comunicación. Por descontado, la oportunidad y la comunicación forman parte de la política.

Es curioso cuando la gente asegura que piensa al proferir sandeces que demuestran que no piensa en absoluto. Aquí se afirma que P es un conjunto vacío, que O y C no son conjuntos vacíos y que O y C son subconjuntos de P. Y el señor tiene título de ingeniero y ha sido ministro (pero esto último ya «todos sabemos» que lo puede ser cualquiera).