Recomendaciones

Funerales en la selva, de Pablo Herreros

Ven al Free Market Road Show, de Juan Ramón Rallo

Pérfida desigualdad, de Carlos Rodríguez Braun

Dealing with Climate Change: Prevention vs Adaptation, by David Friedman

The Evolutionary Mystery of Left-Handedness and What It Reveals About How the Brain Works, by Maria Popova

Tonterías selectas

Más de 100 responsables políticos y académicos firman un manifiesto en defensa del sindicalismo

Entrevista a Luis, antisistema del 22-M

Silicon Valley dibuja el futuro del primer mundo (y no es nada halagüeño), de Iván Gil

«El PP lo que quiere es que la sociedad española no esté preparada para pensar»

Por primera vez, en las europeas votaremos por nuestras vidas, de Alex Tsipras, líder del partido griego Syriza y candidato de la Izquierda Europea

Tonterías selectas

La mayor (y más silenciada) causa del crecimiento de las desigualdades, de Vicenç Navarro

Entrevista a Jorge Volpi

La gran estafa de Jorge Volpi

El medio ambiente y la generación de empleo, de Antonio Ruiz de Elvira

Socialdemócratas, mirad hacia Londres, de Antonio Estella

la socialdemocracia no tiene ni idea de cómo generar una economía socialmente justa, o si queremos una etiqueta, de cómo hacer que la economía (y nos solamente la sociedad, o la política) sea, también ella, progresista. Lo único a lo que ha aspirado hasta ahora la socialdemocracia, después de la II Guerra Mundial, ha sido a gestionar los fallos de mercado a través de la acción correctora del Estado. Pero por mucho que nos empeñemos en justificar esta posición en aras del pragmatismo, en realidad lo que ha hecho la socialdemocracia con ello ha sido renunciar a uno de sus principios más básicos, más fundamentales, y por los cuales ganó crédito a principios del siglo XX: el de que la economía, también ella, sería reformada. La socialdemocracia ha aceptado no solamente a los mercados, sino también al capitalismo (cuestiones que a menudo se confunden, pero que son completamente distintas) y lo que ha hecho ha sido intentar corregir sus desmanes como ha podido. Hasta los años ochenta esto más o menos funcionó. Pero desde los años ochenta, dejó de funcionar. La Gran Recesión solamente ha sido el punto final en este proceso de progresiva incapacidad del Estado para embridar al capitalismo, sobre todo, al financiero.

En este contexto, ¿qué propone el líder del laborismo británico, Ed Miliband? Lo que propone es volver a retomar ese tema —hagamos una economía progresista, y no solamente una sociedad progresista— bajo el concepto de “predistribución”. La predistribución trata, precisamente, de que sea la propia economía la que genere resultados socialmente justos, reduciendo por tanto la necesidad de que luego el Estado actúe ex post facto y con resultados que son completamente desalentadores, sobre todo en el contexto de hipertrofia de los mercados financieros y de globalización que tenemos por delante. Hay muchas propuestas en las que esta idea de predistribución se concreta de manera muy específica: desde el establecimiento de una ratio entre sueldo medio y sueldo de los ejecutivos de las entidades financieras, hasta el establecimiento de un máximo de cuota de mercado que los bancos y las entidades financieras puedan acaparar, de tal manera que se evite la tendencia a las concentraciones cuasi monopolísticas que se produce en este ámbito, y con la consiguiente reducción de los riesgos derivados de la existencia de entidades financieras que son too big to fail.

La socialdemocracia europea tiene que mirar, por tanto, hacia el otro lado del estrecho. Al fin y al cabo, fue el Reino Unido uno de los principales lugares en los que, históricamente, la izquierda gestó y desarrolló el principio de que la economía, también ella, debía ser reformada y reorientada hacia resultados mucho más justos.

Tonterías selectas

Why Are Rich Countries Democratic?, by Ricardo Hausmann

Documental sobre la Economía del Bien Común

La Dignidad y la Desvergüenza, de Jaume Asens y Gerardo Pisarello

Primero lo dijo la NASA y ahora la ONU: hay un serio riesgo de colapso civilizatorio

Sin mantas en el hospital, de Gabriela Cañas

No todos los países disponen de un sistema nacional de salud. Otros disponen de seguros sociales y seguros privados. … el español no es especialmente caro —el gasto está en la media de la OCDE—, … funciona como un seguro universal y … se trata de una de las grandes conquistas sociales de la segunda mitad del siglo XX.

La seguridad que otorga el sistema nacional de salud y la equidad que depara ante lo peor —la enfermedad— son razones suficientes para pagar impuestos y para defenderlo a capa y espada.

En los establecimientos sanitarios empieza a haber una penuria propia de la posguerra.

Tonterías selectas

Dignidad en marcha contra la ignominia, de Carlos Martínez García y Juan Torres López, de ATTAC

Las necesarias marchas de la dignidad, de Vicenç Navarro

Si lo dice la NASA…, de José M. de la Viña

Los productores desmontan las mentiras que se lanzan contra el cine español

Dicen que vivimos de las subvenciones. Y resulta que en 2012 el Estado ha concedido ayudas al cine por 41 millones de euros, y la industria del cine ha pagado simplemente en IVA 102 millones. Es decir, por cada euro que ha dado el Estado, la industria le ha dado dos.

¿Crisis económica o política?, de Juan Manuel Jiménez, sociólogo, profesor de la Escuela Andaluza de Salud Pública

Madrid ha ganado. Esta vez han pasado, pero de largo, las políticas neoliberales que pretendían privatizar la sanidad madrileña. Esto es tremendamente importante y debería ser motivo de júbilo para todos los defensores de una sanidad pública y universal. Debería, además, servir de ejemplo para tratar de parar otras reformas en marcha en la misma línea privatizadora que arteramente pretenden legitimarse basándose en el doble argumento de que la única salida de la crisis son las políticas de austeridad y que la mejor manera de asegurar ésta es mediante la privatización de gran parte de los servicios públicos.

Muchos e influyentes economistas a nivel mundial, entre ellos el premio Nobel Joseph Stiglitz, llevan años insistiendo en que las políticas de austeridad no solo no son un buen remedio sino que son la peor de las soluciones. Y, en cuanto a la tesis de que la privatización es el mejor garante de la eficiencia, sobran evidencias de que lo que ocurriría en tal escenario sería justamente lo contrario.

… mediante el lenguaje se está tratando de provocar la transmutación de la polis en un soez mercado especulativo.

Pero la naturaleza política de las reformas emprendidas se deja ver con mayor claridad en el tránsito que proponen del concepto de “ciudadano” al concepto de “asegurado”. Un cambio que supone la creación de un nuevo sujeto, que ya no es tanto un homo politicus sino un homo economicus. La salud, la educación o la justicia pierden su naturaleza de derechos políticos para pasar a ser productos consumibles en función de la renta. Con el agravante de que la economía del sujeto ya no dependería de su propia laboriosidad o sus habilidades para el ahorro, depende de decisiones que se toman en brumosos mercados financieros altamente volátiles. En estas condiciones se entiende lo incomprensible: que un partido político democrático tuviese miedo a unas poblaciones “educadas para la ciudadanía”. Era lógico. ¿Para qué iban a formar ciudadanos si lo que pretenden es “recortarlos” mediante su reconversión en asegurados y beneficiarios?

Por otra parte, el cambio del “asegurador”, que dejaría de ser el Estado para pasar a manos de aseguradoras privadas, implica también un desplazamiento de las responsabilidades políticas desde el Estado hacia el mercado y sus leyes. Con ello, el objetivo que perseguía el Estado del bienestar de alcanzar el máximo nivel de salud y felicidad de las poblaciones daría paso a una nueva meta: alcanzar el máximo nivel de beneficios empresariales. Lo cual deja ver claramente la enorme pérdida de calidad de la democracia formal. Asistimos a la sustitución de la política democrática en sentido pleno por las decisiones interesadas de unas élites político-económicas que solo conducen a una intensificación brutal de las desigualdades sociales. Están generando una profunda brecha de infelicidad en la vida de millones de seres humanos; un sacrifico de la colectividad para abastecer el ansia de acumulación de riqueza de una insensible minoría.

Y es la suma de todo ello lo que está dando lugar a ese nuevo sujeto: hipoconsumidor, sin trabajo, sin educación, sin salud, sin justicia y sin representación política. Es la evaporación completa de la ciudadanía; un autentico retroceso civilizatorio.

Sin ciudadanos. Casi sin Estado. Solo quedarían –como pronosticaba Tocqueville- individuos encerrados en la soledad de su propio corazón. ¿Estamos meramente ante una crisis económica o hemos llegado a la política del fin de la política?