Basura selecta

Científicos y predicadores, de Carlos Balado, director de Obra Social, Comunicación y Marketing Corporativo de la Confederación Española de Cajas de Ahorros

El déficit de democracia en España y sus consecuencias económicas y sociales, de Vicenç Navarro

¿Y ahora?, de Felipe González

Temo las voces que proponen utopías regresivas, que han demostrado hasta la saciedad que llevan al fracaso. Las hay de izquierdas y de derechas. Radicalizaciones que pretenden que el Estado sustituya a la sociedad, a los actores económicos o, por el contrario, los que van a seguir defendiendo (lo están haciendo con éxito) que funcionemos de acuerdo con “la mano invisible del mercado” como elemento de autorregulación, sin intervención del Estado.

El Estado tiene que ser eficiente y austero; tiene que regular el funcionamiento del mercado, en particular del mercado financiero, al servicio de los intereses generales; tiene que preservar la distribución del ingreso garantizando y haciendo sostenible la sanidad pública, educación para todos y pensiones; tiene que estimular la iniciativa y facilitar el emprendimiento y la innovación, etcétera.

No son los mercados financieros, de Vicenç Navarro

La hora de un congreso en el PSOE, de Elviro Aranda, profesor de Derecho Constitucional y diputado nacional del Grupo Socialista

El PSOE es una fuerza política en España. Somos el partido que más tiempo ha gobernado desde la llegada de la democracia a nuestro país. Además, hemos sido el partido que más comunidades autónomas y administraciones locales ha gestionado durante estos años y el que más ha contribuido a que España pasase de ser un país de alpargata a una potencia internacional. No hay duda de que la crisis nos ha afectado sobremanera y ha difuminado las políticas sociales y de desarrollo que llevamos a cabo en la primera legislatura de Zapatero, pero eso no puede ocultar la gran contribución que nuestro proyecto político ha hecho para sacar a España de la oscuridad y el tradicionalismo del modelo de la derecha.

Aunque la crisis aún no nos ha dejado (y aun cuando lo haga nos legará como compañero durante mucho tiempo un paro excesivo), los socialistas debemos mostrarnos fuertes como organización abanderada de ese proyecto progresista de valores donde la igualdad y la libertad van de la mano y que tanto bien ha hecho en estos 34 años a España.

Aunque estos años han sido muy duros por la crisis, algo habremos hecho mal si no hemos sabido trasladar a la ciudadanía que el Gobierno se ha partido el pecho cada día para atajar la crisis.

Digamos las cosas como son: el PSOE, que mostró fortaleza ideológica en los primeros años del mandato de Zapatero, ha acumulado algunos errores estratégicos en estos últimos tiempos. Cuando la economía lo permitía hicimos los avances sociales más importantes en 20 años y, desgraciadamente, tuvimos que frenar parte de esas políticas de redistribución de la riqueza porque la crisis redujo los ingresos y la solidaridad con los desempleados era prioritaria. No hay redistribución si previamente no se genera riqueza. En los últimos tiempos el afán por la reducción del déficit y las reformas para generar confianza en los mercados internacionales nos han alejado de las necesidades de los más desfavorecidos y no hemos sido capaces de explicar y repartir los sacrificios de forma equitativa entre ricos y pobres. Ahora es el momento de pedir equilibrio en el reparto de los sacrificios y esforzarnos más en explicar las decisiones políticas. El PSOE debe tener claro que es un proyecto transformador de la sociedad española donde se protege la libertad, para no caer en la uniformidad y la tiranía, y la igualdad, para no deslizarnos en la jungla de la insolidaridad y las competiciones despiadadas.

Problemas del dinero mercancía

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

El dinero como objeto físico es un bien duradero pero no eterno ni inmutable: puede estropearse de algún modo (gradual o abrupto), deteriorarse accidentalmente o intencionalmente, de forma honesta o fraudulenta, y perder calidad o valor, llegando incluso a desmonetizarse. La concentración de valor y la naturaleza homogénea e indistinguible de las monedas las hace especialmente vulnerables al robo. El mantenimiento de reservas monetarias tiene un coste de oportunidad importante, especialmente para los comerciantes que deben realizar grandes pagos con alta frecuencia. Además ocasionalmente puede haber escasez de dinero para las necesidades del comercio.

Los agentes económicos han generado complementos y sustitutos monetarios (fichas, papel moneda como resguardo de depósito o certificado de deuda, cuentas corrientes, cheques, billetes de banco, transferencias, recibos, pagarés, letras de cambio), sistemas y medios de pago que permiten economizar el uso del dinero mercancía y minimizar sus problemas.

Las monedas estandarizadas permiten no tener que analizar y pesar metales preciosos en cada intercambio, sino que basta con contar unidades monetarias. Cada moneda suele llevar grabada alguna imagen o texto que indican la cantidad y pureza certificada de su contenido de metal precioso (oro, plata) recién producida y la identificación del acuñador o certificador. La acuñación ha mejorado históricamente de forma progresiva conforme avanzaban las tecnologías de manipulación de los metales preciosos, produciendo monedas más resistentes, fáciles de reconocer y difíciles de manipular. Los costes de acuñación son relativamente mayores para las monedas de menor valor, lo cual puede originar problemas de escasez de cambio.

El valor nominal coincide con el valor real en una moneda nueva adecuadamente certificada. Con el uso una moneda puede desgastarse, perdiendo contenido metálico y calidad: cierta abrasión por fricción es inevitable; además son posibles diversas manipulaciones deshonestas mediante las cuales se extrae intencionalmente metal precioso de una moneda (raspar, limar o sudar la moneda, recortar los bordes, esquilado). Las técnicas más primitivas de acuñación producen monedas con bordes irregulares: la acuñación del canto permite distinguir si se ha producido algún recorte. En una moneda dañada o alterada el valor nominal no se corresponde con el real, y la diferencia puede ser despreciable o apreciable en distinto grado, dificultando el funcionamiento del patrón monetario.

Puede surgir un conflicto en un intercambio negociado a un precio determinado si el comprador intenta entregar una moneda de mala calidad y el vendedor no la acepta por su valor nominal: entonces o el comprador entrega una moneda de calidad suficiente, o se renegocia el precio, o el intercambio no se produce. Cada comprador puede intentar deshacerse primero de sus monedas de peor calidad, y cada vendedor que acepta recibir una moneda imperfecta debe considerar la posibilidad de que la misma no sea a su vez aceptada por su valor nominal cuando quiera usarla para comprar a otros. La necesidad de vender (preferencia por la liquidez, soberanía del consumidor o comprador) puede llevar a los vendedores a aceptar monedas cada vez más deterioradas mientras que se atesoran las de mejor calidad: así las monedas más gastadas tienden a desgastarse aun más con el uso. Una moneda suficientemente deteriorada puede ocasionar tantos problemas en los intercambios que merece la pena asumir los costes de su reciclaje o reacuñación, en su misma forma o en otra diferente.

Es importante distinguir el buen dinero del que no lo es. Algunas personas pueden intentar producir falsificaciones de las unidades monetarias, objetos que se parecen mucho a las monedas auténticas pero sin su mismo contenido metálico. El oro y la plata son difíciles de falsificar, pero es posible producir monedas con aleaciones impuras o piezas cuyo interior sea diferente de su cubierta exterior. También es posible declarar un valor nominal mayor que el valor real. Los gobernantes a menudo incrementan sus ingresos mediante el envilecimiento de la moneda generalmente combinado con leyes de curso legal forzoso.

Tener el dinero encima implica un riesgo de amenazas y daños físicos por un ladrón violento; es posible esconder el dinero atesorado, pero esto dificulta su uso para intercambio y posibilita el hurto si es descubierto; el transporte de grandes cantidades de dinero implica altos costes de protección. Algunos agentes económicos (joyeros, cambistas, bancos) pueden especializarse en guardar el dinero de otros. Los certificados de las cantidades depositadas para su guardia y custodia pueden intercambiarse en lugar de las monedas, con el problema de que alguien debe asumir los costes de almacenamiento y protección.

Al tener guardado el dinero de muchas personas, un banco puede servir como un sistema de pagos centralizado: en lugar de intercambiarse dinero físico, una persona ordena a su banco que transfiera una cantidad de su cuenta a la del receptor (en el mismo banco o en otro diferente), o que le entregue esa cantidad de dinero físico al presentar algún justificante; la orden puede realizarse directamente por cada comprador a su banco, o mediante la entrega de un cheque del comprador al vendedor, o mediante la presentación previa de una factura o recibo por el vendedor al banco del comprador (debiendo éste aceptar el pago). Los cheques o recibos pueden resultar impagados si el pagador no dispone de fondos en su cuenta en el momento de su presentación a cobro. Los documentos pueden ser falsificados: algunos requieren algún tipo de firma o identificación, otros son impersonales (al portador, sin identificación) y tienen los mismos riesgos de robo que las monedas.

Algunos intercambios no se pagan al instante: son intercambios diferidos en los cuales el vendedor concede crédito al comprador y acepta una promesa de pago en el futuro más o menos próximo. Estas promesas de pago (por el deudor) o derechos de cobro (para el acreedor) pueden ser aceptadas por terceras personas, circular y dar origen al uso de la deuda como medio de pago o dinero.

Basura selecta

Democracia real, todavía no, de Jose I. González Faus

Una interpretación sesgada, de Gabriel Jackson

15-M: No hay democracia real sin democracia económica, de Juan Torres López

Fecha límite: 2016, de Rafael Argullol, escritor

No obstante, creo que también es una hipocresía atribuir a China la proposición de un futuro mucho más inclinado a la codicia que a la libertad. De ser cierto que hemos aceptado un mundo casi exclusivamente moldeado por el factor económico poco podríamos reprocharle a China, a no ser el vértigo de su voracidad, vinculado a la rotundidad de la miseria de la que partía. No han sido los chinos, sino los occidentales, quienes han forjado, a través de sus políticos y sus medios de comunicación, la imagen de una humanidad esclava de la supremacía absoluta del mercado. Hay un símbolo totalmente elocuente de esta tiranía en nuestra grotesca antropomorfización de ese dios único. Hoy he leído en el periódico «el mercado celebra el ascenso de Keiko Fujimori en los sondeos»; y no hay día que no sea informado de los sentimientos y emociones de la divinidad: el «mercado sufre», el «mercado está ansioso», el «mercado juzga»… Fuera de estos sentimientos y emociones nada parece contar. China, el Gran Acreedor, lo único que va a hacer es llevar este desvarío -el auténtico deadline- a las últimas consecuencias.

El año 2016, por tanto, no es, seguramente, tan decisivo como sugieren todos esos analistas. En realidad la frontera crucial es la que viene marcada por la venta del alma mediante un trueque siniestro: libertad por mercado (hasta hace poco se alegaba que ambos términos se complementaban). Si hemos cruzado irreversiblemente esta frontera el mejor año para vernos reflejados es 2019, el de Blade runner, con una humanidad que duda de su condición humana, y en una ciudad que ha dejado de tener ciudadanos para albergar seres acorralados por el miedo y la rapacidad.

¿Y quién administra la indignación?, de Irene Lozano

Afirmar que la derrota del PSOE se debe a la crisis encierra una de las contradicciones políticas más gloriosas de las últimas décadas. Una crisis provocada por la codicia financiera y la burbuja inmobiliaria -sendos fracasos del mercado- debería haber desembocado en una deslegiti-mación de los postulados neoliberales, un discurso que explicara las causas de la crisis y señalara a los responsables, además de no avergonzarse de pedir nuevas regulaciones para evitar futuras crisis. Sin embargo, ha ocurrido lo contrario: los mercados han renovado sus ímpetus al asumir los gobernantes con toda naturalidad sus exigencias. Con asombro, hemos visto al ministro José Blanco de gira para vender el stock inmobiliario español, en lugar de trabajar por el derecho de los españoles a una vivienda consagrado en la Constitución. Por no hablar de ese atribulado Papandreu al que solo le falta poner en venta a Zeus y todos los dioses del Olimpo.

Mientras toda la ambición política de la izquierda oficial consista en hacer méritos con el déficit para parecerse a la derecha, sus votantes contestarán como lo han hecho en estas elecciones: no con mi voto. A menos que recupere y actualice -es decir, globalice- el discurso socialdemócrata, la derecha seguirá ganando en las urnas y las calles hervirán. Se cuestionará la propia democracia, como hemos visto, porque si no hay alternativas económicas, la elección que se ofrece a los ciudadanos es, en efecto, ficticia: una triquiñuela semejante a la que se le hace a un hijo adolescente cuando se le pregunta si quiere comer con los abuelos el sábado o el domingo, para que crea estar eligiendo algo, cuando en realidad le estamos imponiendo una pesada reunión familiar. Si los mercados no están controlados por el poder democrático se hurta a los ciudadanos el autogobierno en asuntos económicos, los fundamentales. Por eso han estallado: no quieren compartir mesa con esos voraces abuelos de los mercados y encima pagarles el festín, pero no encuentran a nadie que administre su indignación.