El Gran Wyoming contra los mercados

Se pregunta José Luis Monzón (El Gran Wyoming):

¿Qué coño es eso de los mercados? ¿Desde cuándo los estados no son soberanos? Que nos lo cuenten porque a lo mejor no tenemos que ir contra el Gobierno sino contra los mercados…

O sea que no sabe qué son los mercados pero se plantea ir contra ellos. ¿De verdad quiere aprender algo de economía?

¿Quién debería contarnos qué son los mercados? ¿Quién decide contra quién hay que ir? ¿Y qué pasa si uno se niega a ir contra lo que hay que ir?

¿Los estados son soberanos sobre absolutamente todo y pueden obligar a sus ciudadanos a que les presten dinero y confiscar su riqueza? ¿Los estados son soberanos fuera de su territorio jurisdiccional y pueden obligar a los extranjeros (particulares u otros estados) a que les presten dinero? ¿Los prestamistas no pueden pedir condiciones de buen manejo de las finanzas y la economía antes de prestar a los gobiernos?

Mercados psicópatas

Quico Pi de la Serra, músico:

Este mundo está gobernado por unos psicópatas que están triturando el planeta; estos psicópatas son lo que se llama los mercados.

Seguro, Quico, lo que tú digas. Ser músico garantiza una gran solidez intelectual, como se ve.

Nos tenemos que fiar los unos de los otros.

Faltaría más. Incluso de los no fiables. No hay que distinguir entre unos y otros.

Sé que es utópico pero esta crisis nos debería enseñar a consumir menos.

Por ejemplo, consumir menos música de Quico Pi de la Serra ¿no? A ver si aprendemos a hacerlo, aunque sea utópico… A ver, no, ya está hecho: resulta que en realidad es facilísimo.

Lo mínimo que puede hacer la gente es quejarse, me gusta que se manifiesten sin permiso gubernamental, se tendrían que manifestar cada día, y tendríamos que llevarles flores.

O sea que no quejarse y no manifestarse cada día, y no llevar flores a los manifestantes, debería estar prohibido. Qué majo.

Mercados voraces, insaciables…

Abel Veiga, profesor de Derecho Mercantil de Icade:

Mercados voraces, insaciables, sin rostro ni regulación estricta. Pero las personas y los ciudadanos están, deberían estarlo, antes que las estructuras y el hambre especulativo (sic) de entes y entelequias que arrodillan a Gobiernos y hunden en la miseria a los ciudadanos a causa del mal gobierno.

Qué bien queda uno, con los demás y consigo mismo, al denunciar entidades abstractas, sin rostro, que no pueden sentirse ofendidas y agredidas, y defender a las personas, a los seres humanos, o sea a ti y a mí. Qué gran maniobra de relaciones públicas, qué baño de multitudes.

Los monstruos nos quieren devorar. Esos mercados voraces e insaciables ¿de qué están hechos?; no será de… no, no puede ser… ¿personas?

El hambre, por cierto, es especulativa, porque es femenina, como el águila.

Lo que no se entiende muy bien es que si se afirma que es el mal gobierno lo que ha causado la miseria, por qué se denuncia a los mercados… ¿O es que los mercados castigan a los ciudadanos porque los gobiernos lo han hecho mal? Pero al menos los ciudadanos eligieron democráticamente a sus gobernantes ¿no?

Al menos no dice que los mercados están desregulados, sólo que no tienen regulación estricta. Vamos avanzando.

Dinero, finanzas y economía: (I) el mercado libre

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

El dinero como institución funciona mediante las decisiones libres y acopladas de grandes cantidades de agentes económicos que lo ofrecen y aceptan voluntariamente como medio de pago, lo guardan como depósito de valor y lo usan como referencia y unidad de cuenta. El dinero externo o dinero mercancía (normalmente diferentes monedas y lingotes de metales preciosos) se complementa con el dinero interno o promesas de pago de los bancos (billetes o depósitos) a muy corto plazo y con colateral muy líquido.

Cada individuo ejerce una pequeña influencia sobre el sistema monetario, controla su calidad según cómo lo usa o deja de hacerlo: qué dineros concretos acepta y cuáles no, en qué condiciones y a qué precios (o poder adquisitivo). Las monedas pueden no aceptarse por su valor nominal si su pureza o peso son diferentes de los anunciados o se sospecha alguna posible falsificación; las promesas de pago pueden rechazarse, o aceptarse solo con algún descuento, por ser poco fiables o difíciles de cobrar (pasivos de bancos con reservas insuficientes o activos poco líquidos). Los productores de los diversos dineros y medios de pago (especialmente los bancos) no los imponen de forma coactiva sino que compiten por ofrecer un bien con poder adquisitivo estable. La libre competencia tiende a expulsar y eliminar los malos dineros, y los efectos de red y realimentación positiva hacen que predominen unos pocos dineros fácilmente convertibles entre sí (monedas de acuñaciones reconocidas, billetes y depósitos de bancos fiables y convertibles en metálico a la vista). El mal dinero bancario puede hacer quebrar a sus emisores, los bancos que expanden el crédito en exceso, deterioran su liquidez, asumen demasiados riesgos, descalzan plazos y terminan siendo insolventes.

Las funciones de medio de intercambio y depósito de valor del dinero son complementarias: mientras que no se encuentra una oportunidad de compra o inversión interesante, el dinero se atesora a la espera de mejores circunstancias. Los individuos no escogen solamente entre los diversos dineros posibles: también deciden qué producir, qué vender y qué comprar, a qué precios, en qué cantidades, y en qué momento. Cuanto mayor sea la especialización y la división del trabajo más necesarios y frecuentes son los intercambios monetarios. Pero estos intercambios sólo se producen voluntariamente si ambas partes resultan a priori beneficiadas, lo que exige a los productores adaptarse permanentemente a las demandas de los consumidores.

La estructura de producción de una economía compleja tiene múltiples procesos y agentes intermedios entre los bienes finales de consumo y los factores de producción de órdenes superiores. Una estructura de producción de una economía libre tiende a reflejar las capacidades y las preferencias de los agentes económicos, no sólo en la diversidad de bienes y servicios sino especialmente en su dimensión temporal (bienes presentes o bienes futuros): los patrones de especialización e intercambio sólo son sostenibles si son compatibles con las preferencias y capacidades de los agentes para el consumo y el ahorro.

El mercado genera de forma espontánea su propia regulación descentralizada. Algunos intercambios se negocian y realizan en el presente inmediato adaptándose de forma flexible a las condiciones de la oferta y la demanda de cada momento y lugar; otras relaciones formalizadas mediante contratos garantizan ciertos precios y cantidades en algún intervalo de tiempo, reduciendo así la volatilidad y la incertidumbre. Los contratos producen reglas prácticas concretas de aplicación local que complementan a la norma básica del derecho de propiedad o principio de no agresión: las reglas más adecuadas se descubren de forma evolutiva mediante ensayos y difusión de lo exitoso.

Un individuo puede participar en un proyecto empresarial mediante la compra de acciones de una sociedad (que dan derecho al control de la misma y a posible dividendos). Los agentes (tanto individuales como colectivos) pueden prestarse dinero unos a otros a cambio de un interés, por diversos plazos de tiempo, y con diferentes garantías (avales, restricciones contractuales, colateral): el que presta realiza un gasto ahora a cambio de una promesa de ingreso futuro; el que recibe prestado recibe un ingreso ahora a cambio de una obligación de gasto o pago futuro. Los préstamos pueden realizarse directamente entre las partes o mediante la intermediación bancaria.

Cada agente económico posee un patrimonio constituido potencialmente por objetos físicos (activos inmobiliarios, vehículos, máquinas, herramientas, materias primas), dinero y activos financieros (acciones y derechos de cobro, lo que otros le deben), y además puede tener un pasivo (obligaciones de pago, lo que debe a otros). Con cada intercambio se producen ingresos (el dinero que se recibe) y gastos (el dinero que se da): el gasto de uno es el ingreso de otro. Los pagos pueden ser por realizar un trabajo (salario), por un alquiler (renta), por compraventa de bienes y servicios, por intereses de un préstamo o por dividendos de acciones.

Ingresos y gastos son flujos que se suman al patrimonio o se restan del mismo: un ingreso monetario incrementa el saldo de tesorería; el dinero puede ser gastado en bienes de consumo (perecederos o duraderos) o invertido (acciones, préstamos). Los agentes pueden mantener o modificar la distribución de su patrimonio y su posición financiera según sus circunstancias presentes y sus expectativas (confianza o desconfianza) sobre el futuro, asumiendo más o menos riesgos, reduciendo o incrementando los plazos de las deudas (como acreedores o deudores), manteniendo más o menos liquidez.

Las personas en sus decisiones económicas no tienen en cuenta solamente las condiciones presentes, que nunca se conocen en su totalidad, sino que consideran también las expectativas de cara al futuro, especulan porque no pueden predecir con certeza absoluta. Los agentes económicos, tanto individuos como colectivos, asumen empresarialmente diversos riesgos e incertidumbre al planificar la producción de bienes y servicios valiosos para los demás, y reciben premios o castigos (beneficios o pérdidas) según cómo acierten o se equivoquen.

El mercado tiende a corregirse porque quita recursos escasos a aquellos que demuestran no saber usarlos de forma eficaz y eficiente y se los entrega a quienes sí han sabido hacerlo. Los que fracasan en sus proyectos empresariales deben asumir las pérdidas, corregir su conducta, traspasar sus negocios o quebrar y liquidarlos, dejando recursos disponibles para los demás. Las equivocaciones generalizadas son raras: pueden producirse efectos de manada o imitación, optimismos contagiosos o exuberancias irracionales, pero toda transacción tiene dos partes y es posible obtener grandes beneficios apostando contra mayorías equivocadas.

Los factores de producción (trabajo, materias primas, maquinaria) no suelen estar en uso en su totalidad: por precaución es necesario mantener ciertas reservas disponibles para situaciones problemáticas (averías, cortes de suministro, incrementos de demanda). Además la constante reorganización y adaptación de la estructura de producción implica que algunos recursos deban permanecer inutilizados mientras que se liberan de proyectos productivos fracasados y se recolocan en nuevas empresas con perspectivas de beneficio. La necesidad de ajustes mayores implica más recursos desaprovechados por más tiempo.

Orden adaptativo del mercado libre y descoordinación estatal

Artículo en Instituto Juan de Mariana.

Es intelectualmente muy ingenuo tratar a toda la economía como un sistema en equilibrio estático perfectamente ajustado que se ve sometido a perturbaciones pequeñas de naturaleza estocástica (modelo que no explica el origen y la dinámica del orden y según el cual las crisis sistémicas ni deben ni pueden suceder). El paradigma adecuado para la ciencia económica es justo el contrario: estudiar cómo surgen evolutivamente y de forma dinámica órdenes parciales y locales, cómo crecen, se mantienen o desaparecen, cómo se acoplan y desacoplan las diferentes partes de un sistema hipercomplejo mediante las interacciones de múltiples agentes con capacidades limitadas. Ciertos agentes especialmente poderosos, los estados intervencionistas, tienden a descoordinar la sociedad y son causa de crisis económicas recurrentes.

Los seres humanos actúan como agentes económicos intencionales para satisfacer sus deseos según sus capacidades: hacen lo que pueden para conseguir lo que quieren. Las capacidades son siempre limitadas (tanto físicas como cognitivas); las preferencias son en principio ilimitadas (es fácil querer más y mejor), subjetivas y relativas (se prefiere una cosa frente a otras), lo cual implica que toda acción tiene un coste de oportunidad (el valor de aquello a lo que hay que renunciar para alcanzar un objetivo deseado).

En un entorno social libre, las personas no suelen actuar de forma independiente y aislada trabajando y produciendo cada uno solo y solamente para sí mismo, sino que son productores especializados y consumidores generalistas: se dividen el trabajo e intercambian bienes y servicios. Las economías complejas son muy productivas gracias a la especialización y la acumulación de capital; en ellas los participantes se vuelven progresivamente más y más interdependientes: cada uno hace cada vez mejor un número más pequeño de tareas y externaliza el resto, de modo que depende de los demás para más cosas (como productor, sus habilidades podrían volverse innecesarias; como consumidor tal vez necesite bienes o servicios difícilmente sustituibles).

Es esencial que los canales de distribución funcionen bien para facilitar los intercambios, que el dinero sirva de forma efectiva como depósito de valor, medio de intercambio y unidad de cuenta, que los precios funcionen como señales que revelen e integren información dispersa acerca de la oferta y la demanda, y que existan procesos de control de calidad de los productores (libre competencia, posibilidad de acceso de nuevos empresarios y quiebra de los fracasados). Especialmente importantes son los tipos de interés (para la coordinación intertemporal de producción y consumo) y los mecanismos de gestión de la confianza o crédito (para préstamos e intercambios diferidos).

La división del trabajo y la estructura productiva resultante no son resultado de ningún plan centralizado diseñado conscientemente. Para una sociedad mínimamente compleja (mayor cantidad de personas y posibles preferencias, capacidades, acciones e interacciones) es sencillamente imposible juntarse todos y ponerse de acuerdo (la comunicación verbal es un canal lineal de escasa capacidad, y las capacidades humanas de atención, memoria y procesamiento de información son muy pequeñas; tal vez el lenguaje no pueda expresar con claridad y precisión lo que la gente quiere y puede hacer en realidad; siempre son posibles los desacuerdos y las diferencias irreconciliables, la incompatibilidad de los planes personales); tampoco existen los planificadores o coordinadores con los conocimientos y la benevolencia necesarios como para confiar en ellos la dirección centralizada de la actividad económica.

Todo proceso productivo (la preparación de la producción y la producción misma) lleva tiempo: el aspirante a productor debe invertir previamente recursos en alcanzar la capacidad necesaria para realizar su tarea (aprendizaje, adquisición de capital humano, profesionalización); el profesional competente necesita bienes de capital, su propia capacidad laboral y tiempo para poder obtener frutos por su trabajo. Estos procesos de preparación y producción suelen ser tan largos que es posible que las condiciones del mercado sean muy diferentes al final que al principio: los gustos de los compradores pueden cambiar, la competencia puede producir mejor o más barato, o aparecen nuevas tecnologías. La satisfacción de los consumidores con lo ofrecido por un productor no está garantizada de antemano, es posible fracasar, obtener pérdidas y tener que abandonar una línea de producción.

Se produce un acoplamiento exitoso entre productores y consumidores (sean consumidores finales  o productores intermedios necesitados de suministros) cuando los productores hacen lo que los consumidores quieren a precios que los consumidores están dispuestos a pagar y que permiten a los productores obtener beneficios y permanecer en el negocio. El éxito se demuestra mediante los intercambios voluntarios (preferencias demostradas), no mediante declaraciones verbales de satisfacción. Antes de comenzar sus proyectos los productores pueden preguntar a los consumidores qué quieren y a qué precios, pero la obtención y la gestión de esta información es muy problemática  y los consumidores no quedan comprometidos a actuar como han declarado. Cualquier productor debe intentar estimar la demanda futura de sus servicios, la disponibilidad de los suministros que necesita, y la actuación de la competencia.

Para reducir la incertidumbre respecto al éxito de una actividad económica es posible recurrir a contratos mediante los cuales las partes se asocian y se comprometen previamente a proporcionar o adquirir un bien o servicio. Una economía exitosa requiere libertad contractual para poder adaptarse a las distintas condiciones de tiempo y lugar, y un eficiente sistema institucional que garantice el cumplimiento de lo pactado. Una empresa es una red de contratos de cooperación productiva: accionistas, prestamistas, socios, cooperativistas, trabajadores, proveedores e incluso clientes pueden ligarse mediante compromisos que garanticen la coordinación futura en condiciones pactadas de antemano.

El acoplamiento entre productores y consumidores no es perfecto ni estático: surge de forma evolutiva mediante cambios adaptativos progresivos: dada una estructura económica en un instante determinado, cada productor debe decidir empresarialmente qué hacer, si seguir igual, reducir o expandir capacidad productiva, producir lo mismo de otra manera o producir otras cosas. Estas decisiones son especulativas y estratégicas, necesitan basarse en predicciones o estimaciones de cuáles van a ser las preferencias de los consumidores y las actuaciones de los potenciales cooperadores o competidores. La adaptación evolutiva se produce mediante ensayos y comprobaciones: los productores proponen y los consumidores valoran sus propuestas como acertadas o fallidas. Los productores exitosos permanecen en el mercado y pueden incluso aumentar su poder de acción; los productores fracasados ven su poder de acción reducido e incluso quizás tengan que abandonar el mercado. El sistema económico se ajusta constantemente en el límite del caos: no hay un orden total inmutable ni un caos carente de toda regularidad o referencia estable.

Los ajustes son más fáciles si el sistema económico es descentralizado, distribuido y redundante, con agentes interactuantes relativamente pequeños, reemplazables y con un número limitado de conexiones con el sistema, de modo que sus fracasos puedan ser asumidos con facilidad y los recursos liberados reasignados con rapidez. Las asociaciones humanas coordinadas (y sus dirigentes o gobernantes) son agentes sociales y económicos mucho más poderosos que cada individuo por su cuenta. Un agente grande, con mucho poder de acción y muchas conexiones con otros participantes en el sistema, es un elemento crucial de la estructura de producción y consumo: su actuación acertada puede facilitar la coordinación social, pero sus errores pueden implicar graves influencias desestabilizadoras. Una empresa en un mercado libre crece en la medida en que satisface a los consumidores: su tamaño no es una amenaza para la estabilidad del sistema.

Los estados intervencionistas son agentes descoordinadores de alto poder. En general han abandonado los intentos comunistas y socialistas de planificar coactivamente toda la producción, pero continúan usando su poder coactivo para practicar la ingeniería social y económica causante de los ciclos de auge y crisis: distorsionan la institución del derecho mediante la legislación rígida y burocrática; controlan de forma incompetente el dinero y el crédito; privilegian a unos a costa de otros; ofrecen garantías que generan riesgo moral y conductas excesivamente arriesgadas; diluyen el sentido de responsabilidad de los agentes, que no se supervisan mutuamente e intentan traspasar a otros los costes de sus errores; dificultan la empresarialidad, con los ciudadanos acostumbrados a recibir órdenes y deseosos de integrarse en burocracias parasitarias; generan dependencia de sus servicios asistenciales y sus transferencias de riqueza (pensionistas, parados); amplios sectores económicos dependen de la voluntad política (educación, salud, obra pública, medios de comunicación); pretenden obrar en defensa del bien común y como representantes de la voluntad general democrática cuando en realidad se aferran al poder, reparten favores y defienden intereses organizados.

Los fracasos empresariales depuran los errores del sistema, lo reconfiguran y recuerdan a los supervivientes que deben estar alerta. La ausencia de quiebras en un sector económico podría ser señal de buena salud empresarial generalizada, pero también puede ser resultado de protecciones estatales que ocultan los errores y los acumulan gradualmente hasta que son imposibles de contener y se desencadena una crisis catastrófica (como una avalancha destructiva que podría haberse evitado con sucesivas disgregaciones inofensivas). Las etapas de prosperidad engañosa e insostenible y la crisis correctora son asimétricas: la confianza se extiende en exceso gradualmente pero se pierde de repente; en el auge los recursos económicos se redirigen a proyectos existentes aparentemente más rentables que expanden sus operaciones, mientras que en la crisis se destruyen muchas empresas y es preciso reconstituir proyectos sin apenas referencias de éxito. La crisis no se arregla intentando a ciegas que haya más actividad económica: el problema esencial es la dirección inteligente, atributo ajeno a políticos y burócratas.

Los gobiernos causantes de las crisis critican al mercado libre por ser el presunto culpable de las mismas y por no ser capaz de hacer milagros imposibles y resolver rápidamente los problemas de coordinación económica mientras se encuentra maniatado por la coacción estatal. La peor decisión causante de la crisis fue dar más poder al Estado: la crisis podría ser el momento del arrepentimiento y la remoralización de la sociedad, de dejar de intentar vivir a costa de los demás o de exigir garantías donde no puede haberlas.

Joan Coscubiela, Dios, el mercado, Lenin y Marx

Joan Coscubiela, abogado y profesor de Derecho del Trabajo, se pregunta:

¿Está sometida la empresa privada a límites en su comportamiento? ¿O por el hecho de ser privada su libertad es total y solo debe dar cuentas ante Dios, o sea, el mercado?

Quizás no ha oído aquello de que la libertad de uno termina donde comienza la de los demás. Por eso se hace unas preguntas, aparentando inteligencia, que en realidad no sabe contestar. Su confusión de Dios con el mercado muestra que su claridad conceptual no es precisamente encomiable, pero tal vez se crea ocurrente y gracioso.

¿Por qué no tiramos mano de los clásicos, empezando por Platón, Voltaire o Marx, para afrontar la crisis, la económica y la de la legitimidad social de todo lo que nos rodea?

¿Y por qué hay que empezar precisamente por esos, por favor? ¿Quizás por alguna afinidad de ideas comunistas? ¿Todos los clásicos han dicho lo mismo? ¿Podemos elegir a Aristóteles, Locke y Hume? ¿No aprenderán nunca los necios a dejar de intentar resucitar ineptos nocivos como Marx? Tal vez resulte difícil para alguien que reconoce sentirse emocionalmente cercano a Lenin.