Mario Vargas Llosa sobre los liberales

Mario Vargas Llosa ha escrito un interesante y muy recomendable artículo sobre el significado del liberalismo.

Pero algunas de sus afirmaciones son problemáticas o erróneas.

En nuestros días, liberal y liberalismo quieren decir, según las culturas y los países, cosas distintas y a veces contradictorias. El partido del tiranuelo nicaragüense Somoza se llamaba liberal y así se denomina, en Austria, un partido neofascista. La confusión es tan extrema que regímenes dictatoriales como los de Pinochet en Chile y de Fujimori en Perú son llamados a veces “liberales” o “neoliberales” porque privatizaron algunas empresas y abrieron mercados. De esta desnaturalización de lo que es la doctrina liberal no son del todo inocentes algunos liberales convencidos de que el liberalismo es una doctrina esencialmente económica, que gira en torno del mercado como una panacea mágica para la resolución de todos los problemas sociales. Esos logaritmos vivientes llegan a formas extremas de dogmatismo y están dispuestos a hacer tales concesiones en el campo político a la extrema derecha y al neofascismo que han contribuido a desprestigiar las ideas liberales y a que se las vea como una máscara de la reacción y la explotación.

Habría sido muy informativo que Vargas Llosa diera algún ejemplo o nombre de estos “logaritmos vivientes” (¿se refiere a economistas con fuerte componente matemática?), extremistas dogmáticos, defensores de la “panacea mágica” del mercado, si es que en realidad existe alguno.

Menciona Vargas Llosa a

algunos gobiernos socialistas, como el de Felipe González en España o el de José Mujica en Uruguay, que, en la esfera de los derechos humanos, han hecho progresar a sus países reduciendo injusticias inveteradas y creando oportunidades para los ciudadanos de menores ingresos.

Sin embargo no explica qué entiende por derechos humanos, de qué injusticias se trata ni cómo se han creado esas oportunidades: tal vez ha sido a costa de otras oportunidades y de la libertad de los mismos u otros ciudadanos. Los «socialistas» hacen progresar a sus países cuando no son realmente socialistas.

Hay ciertas ideas básicas que definen a un liberal. Que la libertad, valor supremo, es una e indivisible y que ella debe operar en todos los campos para garantizar el verdadero progreso. La libertad política, económica, social, cultural, son una sola y todas ellas hacen avanzar la justicia, la riqueza, los derechos humanos, las oportunidades y la coexistencia pacífica en una sociedad. Si en uno solo de esos campos la libertad se eclipsa, en todos los otros se encuentra amenazada.

Un valor puede entenderse como una preferencia o como una norma. El liberal prefiere la libertad como principio ético y de organización política frente a otras ideas como la igualdad o la solidaridad. Como norma suprema, la libertad significa que solo las agresiones contra la propiedad privada y el incumplimiento de los contratos deben estar prohibidos y sancionados.

Lo de que la libertad es una e indivisible suena muy bonito y grandilocuente. Sin embargo la libertad es perfectamente divisible, y precisamente por eso puede hablarse de libertad política, económica, social, cultural, religiosa, sexual, personal… Es posible no violar ninguna, violar una, algunas o todas. Las leyes liberticidas suelen prohibir cosas más o menos concretas y no todo a bulto. Tal vez la violación de la libertad en un solo campo ponga en peligro a la libertad en todos los demás, pero esto sólo es una posibilidad y no una necesidad.

Los liberales creen que el Estado pequeño es más eficiente que el que crece demasiado, y que, cuando esto último ocurre, no sólo la economía se resiente, también el conjunto de las libertades públicas.

Más que creerlo, los liberales lo saben. Con todas las limitaciones que pueda tener el conocimiento humano, pero no se trata de una mera opinión o creencia sin fundamento teórico o empírico.

La seguridad, el orden público, la legalidad, la educación y la salud competen al Estado, desde luego, pero no de manera monopólica sino en estrecha colaboración con la sociedad civil.

¿La educación y la salud competen al Estado? ¿Por qué esos ámbitos sí y otros no? ¿Las pensiones y la dependencia no competen al Estado?

Forzar reformas liberales de manera abrupta, sin consenso, puede provocar frustración, desórdenes y crisis políticas que pongan en peligro el sistema democrático.

Totalmente cierto. Pero los esclavos y oprimidos podían desear reformas rápidas aunque provocaran todos esos problemas. Tal vez los frustrados y culpables de los desórdenes son parásitos liberticidas temerosos de perder sus privilegios y lo mejor que puede hacerse es reconocerlos como tales, denunciarlos y enfrentarse a ellos.

Tolerancia quiere decir, simplemente, aceptar la posibilidad del error en las convicciones propias y de verdad en las ajenas.

Esta tolerancia epistémica frecuentemente mencionada en realidad tiene poco que ver con la auténtica tolerancia liberal, que consiste en permitir que otros hagan, en el ámbito de su propiedad, cosas que me disgustan y que un liberticida intentaría prohibir.

Es natural, por eso, que haya entre los liberales discrepancias, y a veces muy serias, sobre temas como el aborto, los matrimonios gay, la descriminalización de las drogas y otros. Sobre ninguno de estos temas existe una verdad revelada liberal, porque para los liberales no hay verdades reveladas.

Sobre estos temas a menudo hay discrepancias porque se utilizan argumentaciones erróneas. También las hay porque algunos sólo son presuntamente liberales y su tolerancia flaquea en ciertos ámbitos (drogas, sexo).

Para los liberales no hay verdades reveladas simplemente porque no hay verdades reveladas. Lo que algunos defienden como verdades reveladas en realidad no son reveladas, y probablemente no son verdades (o porque son falsas o porque ni siquiera tiene sentido asignarles un valor de verdad).

3 comentarios en “Mario Vargas Llosa sobre los liberales

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